(Por Eva Marabotto) Mucho antes de que la comunidad LGBTQ+ lograse avances como el matrimonio igualitario y en épocas en las que las feministas se concentraban en comenzar a ejercer su derecho al sufragio obtenido apenas unos pocos años antes en su país, la estadounidense Djuna Barnes imaginó para su novela El bosque de la noche una protagonista que, en el París de los años veinte, abandona a su hijo recién nacido para refugiarse en el lecho de otra mujer y luego peregrina por otros brazos y otras camas, dejando a su paso un derrotero de dolor y celos.
El texto que anticipa temas habituales en la narrativa del siglo XXI data de 1936 y fue publicado después de que su autora lo ofreciese sin éxito durante varios años. La editorial Faber y Faber de Londres asumió el riesgo aún previendo críticas y hasta acciones legales por obscenidades, que felizmente no llegaron. Quizás porque el poeta T.S. Eliot, encargado de la edición, suavizó algunas escenas de sexo explícito y ciertas críticas religiosas. Dada su actualidad, la novela acaba de ser reeditada por Seix Barral con dos prólogos tan distintos como complementarios: el que escribió Eliot para su primera edición y otro firmado por la novelista y poeta Siri Hustvedt que data de 2022.
Ambos analizan la novela de Barnes desde dos puntos de vista opuestos. Eliot destaca su condición poética: La prosa de Miss Barnes tiene el ritmo propio de la prosa y un fraseo musical que no es el del verso, dice. Su prólogo, como señala Hustvedt, está impregnado de ansiedad sexual y omisión ya que no reseña la historia de amor homosexual que constituye el tema central de la novela. Es de esa clase de libro que nos dice algo acerca de nosotros mismos, agrega la autora de El verano sin hombres. Luego describe: La novela es un canto a la gente que el mundo desecha: los desposeídos, los descarriados, los herejes y los rebeldes.
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En su prólogo, Hustvedt también da cuenta de que el texto de Barnes ha permanecido en los márgenes de la literatura como si se hallara condenado al estatus de paria histórico y precisa los motivos: el sexismo y la homofobia.
En ese sentido, lo más provocador de la novela y lo que le da una vigencia absoluta es la narración de amores lésbicos en escenas explícitas. En el transcurso de sus vidas en común cada objeto del jardín, cada detalle de la casa, cada palabra pronunciada fueron testigos de su amor mutuo, de la combinación de sus humores, relata el narrador sobre los comienzos del amor entre Nora y Robin. Pero las escenas se suceden, y también el muestreo de seres que se escapan de la norma social, que tienen conductas diferentes y se dejan llevar por su instinto. Tiene usted ante sus ojos, madame, a una de esas criaturas que el habla corriente bautiza como invertido, marica o loca, le confiesa el doctor Matthew O´Connor a una de sus interlocutoras. Un hombre es otra persona, una mujer es siempre tú misma, sorprendida en el momento en que vuelves la cara con pánico; en su boca besas tu propia boca. Si te la quitan gritas como si te robaran a ti misma. Dios se ríe de mí, pero su risa es mi amor, le confiesa Nora al doctor.
Pero las mujeres de Barnes no solo dan rienda suelta a sus instintos sexuales, también son aguerridas y fuertes y contradicen los mandatos que la sociedad les impone, como el de la maternidad. Allí está la mamá de Félix, una mujer aferrada a la naturaleza, que cuando bailaba, convertía la pista de baile en un campo de maniobras. Pero también la veleidosa Robin, que abandona a su hijo recién nacido para irse detrás de Nora a los Estados Unidos.
Curiosamente, aunque son muchas las mujeres que transitan el texto, el que lo vertebra es el médico que supo ser soldado, que añora ser la amante de un soldado y duerme vestido con un camisón de mujer. O´Connor recibe las confidencias de todos los demás pero además habla, explica, relata, analiza y sus palabras son calificadas por otros y por el mismo narrador como parloteo o perorata. pero son la única guía con la que cuenta el lector en el texto. El doctor habla para ahogar el débil llanto y el gemido de la humanidad, para hacer más soportable su vergüenza y menos vil su miseria, postula Eliot en su prólogo.
Porque aunque los personajes de Barnes son marginados, y quizás lo que la sociedad de la época podría considerar "depravados, ellos son concientes de lo que su entorno ve como culpas: Félix, el falso barón de origen judío busca redimirse a partir del catolicismo y de la construcción de un linaje falso; Nora, quien le arrebata a la mujer con la que se ha casado, es abandonada a su vez y se dedica a consolar a otras personas que también son desdeñadas; el doctor que se traviste, purga su pena recibiendo las confesiones de los demás.
Respecto a su estilo, desde el título mismo El bosque de la noche no solo apunta a la complejidad y a la opacidad de los sentimientos de los personajes, que siguen su instinto y son impredecibles, sino que también refleja una condición del texto mismo. Barnes no busca un discurso diáfano sino que apuesta a la sutileza y la oscuridad. Los personajes se construyen de modo indirecto a partir de varias miradas. La prosa no sólo incorpora elementos de la novela gótica: bosques, oscuridad, castillos en decadencia, sino que también adopta un lenguaje abigarrado.
Djuna Barnes nació en Cornwall-on-Hudson (Nueva York) en 1892 y murió en Nueva York en 1982. Fue poeta, novelista, ensayista y mantuvo a su familia trabajando como periodista. Radicada en París en los años de entreguerras, frecuentó a las principales figuras del arte y la literatura de la época, desde Charles Chaplin y Marcel Duchamp hasta James Joyce, Gertrude Stein, Ezra Pond, Eugene O'Neill, Samuel Beckett, Alexis Carrel o Ernest Hemingway ya que llegó con una carta de recomendación de James Joyce de quien se había hecho amiga. Es autora de la novela Ryder y de la obra teatral en verso Antiphon además de diversos volúmenes de poesía y ensayo. Pese a los elogios que Eliot le dirige a su prosa en el prólogo de El bosque de la noche, aseguró que él no había dado en el blanco. Mantuvo una relación de varios años con la artista Thelma Wood a la que convirtió en Robin, la protagonista de su novela.
Con información de Télam