Rebecca Solnit: “Propongo que el concepto de 'cultura de la cancelación´ se lo quede la derecha”

06 de marzo, 2023 | 16.31

(Por Ana Clara Pérez Cotten) Con una mirada optimista sobre cómo las luchas sociales cambiaron al mundo en las últimas décadas, un conocimiento locuaz y agudo sobre los procesos autoritarios y los debates latinoamericanos, y una mirada ácida sobre el fenómeno amplio al que se denomina “cultura de la cancelación”, la historiadora, pensadora feminista y ensayista norteamericana Rebecca Solnit presentó a través de una conferencia de prensa para toda Hispanoamérica su último libro de ensayos, “¿De quién es esta historia”, en el que aborda los complejos mecanismos que usan los privilegiados para adueñarse de las narrativas de las minorías.

Con la compañía de María Fasce, la directora literaria de Lumen, el sello que editó por primera vez en español “¿De quién es esta historia?”, Solnit respondió preguntas durante más de una hora y repasó su trayectoria cómo feminista, su percepción sobre los grandes debates de la actualidad, las enseñanzas que las luchas civiles y por los derechos humanos en Latinoamérica le dejan al resto del mundo y se permitió referirse con ironía a las acusaciones epocales en contra de una “cultura de la cancelación”, una idea que, según ella, entablaron los portavoces de la derecha para seguir sosteniendo sus antiguos privilegios a la hora de lograr imponer su discurso.

Fasce fue la encargada de abrir la ronda de preguntas. La consultó sobre su optimismo respecto al devenir del mundo y a qué cambios le gustaría asistir en el futuro. Solnit contó que el último fin de semana tuvo que interrumpir una película que estaba viendo, que abordaba distintos tipos de violencia, para socorrer a un hombre que pedía ayuda en la calle tras haber sido robado. “Sentí una suerte de coordinación entre ficción y realidad. Interrumpí una película sobre violencia para ayudar a un hombre que había sido víctima de violencia. Y me di cuenta en ese momento que gran parte de mi obra ha orbitado alrededor de la violencia, de distintas violencias, a lo largo de los años. Soy plenamente consciente de que el mundo ha cambiado para mejor en muchos países pero queda aún mucho por hacer”, reflexionó sobre el impacto que tuvo aquella anécdota hogareña.

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La obra de la autora de "Los hombres me explican cosas" y "Wonderlust. Una historia de caminar" oscila entre lo teórico, lo periodístico y el análisis del anecdotario personal que, en vez de descartarlo, asume un rol rico y productivo. Solnit cree en aquello de que lo personal es político y, entonces, sus confesiones trascienden la narrativa del yo para amalgamarlas con su construcción intelectual. ¿La crítica entiende estos registros? “Yo no escribo ficción. Siempre escribo ensayo y lo hago de forma más subjetiva o más periodística. ¿Si me tienen encasillada? Sí, claro, a la gente le gusta tener clasificaciones. A mí me ponen en la cajita de feminismo y eso trae algunos problemas. Por ejemplo, cuando publiqué ´Las rosas de Orwell´ me retaron por haber escrito un libro sobre un hombre que no era un feminista perfecto. Y bueno, si como mujer no se me permitiera escribir sobre cualquier cosa, yo me vería muy limitada. Salirse de los encasillamientos siempre ha sido uno de mis intereses y juego fuerte para que así sea”, contó sobre cómo sobrelleva las críticas cuando le piden cierto “purismo” de estilo o contenido.

Cuando la consultaron sobre si las luchas por las políticas de género o el derecho al aborto no son en última instancia reclamos de minoría que escapan a una agenda más universalista, Solnit respondió con contundencia: “Solidaridad. Esa es la palabra. ¿Luchas como el aborto o las políticas de género pueden ser universalistas? Me parece muy problemático que la mayoría de los ejemplos de heroísmo se centren en individuos como Greta Thunberg y su reclamo por el clima. Lo que ella hace es valioso, pero lo que más me interesa al momento de analizar son los ejemplos en los que la sociedad civil puede trabajar el sentido de pertenencia”.

Cuenta que uno de los efectos de vivir en San Francisco, la meca de la tecnología, es “notar que la gente no pasa mucho tiempo en público, instancias como viajar en el colectivo o ir a la iglesia van desapareciendo”. Y advierte que ese simple cambio de costumbres tiene un impacto en cómo percibimos nuestras demandas y luchas: “La democracia exige la gimnasia constante de estar con gente diferente porque sino perdemos la capacidad de lidiar con la diversidad. Lo que queremos como colectivo es reconocer las rosas y el pan: necesitamos las cosas materiales y un salario digno pero también necesitamos placer y alegría, que son cuestiones muy subjetivas y variables. Y tenemos que luchar por ambas, y al mismo tiempo”.

Después, cuestionó la posibilidad de reescribir la obra de Roald Dahl como un gesto necesario para advertir que determinados autores eran agresivos, racistas o sexistas. “No hace falta. Cuando los leamos, nos daremos cuenta de que eran racistas, sexistas y homofóbicos y que encarnaban visiones que ya no nos parecen aceptables. Que eran la voz de una época y ya. Me sigue encantando la obra Dahl y no recuerdo con especial atención que hubiera tal crueldad. Es necesario tener muy presente que a medida que cambia el mundo, cambian nuestros valores. Y si el mundo ha cambiado, podemos escribir nuevos libros, tenemos esa potestad. No es necesario hacer que los clásicos hablen de nuestra época porque habrá nuevos relatos”.

Después de confesar ser “una mala budista pero una budista al fin”, complejizó el rol de las religiones en las luchas de las mujeres. “Son manipulables. Pueden ser liberadoras o opresivas y no es un tema tan lineal. En San Francisco, hay un grupo de rabinos muy progresistas que para luchar contra las leyes antiabortistas han presentado demandas legales argumentando que no se puede pretender que todas las mujeres obren como cristianas, que eso es simplemente ilegal. Yo tengo ciudadanía irlandesa y me ha sorprendido mucho cómo un país tan católico logró conquistar el derecho al aborto. En Argentina también fue hermoso ver ese proceso. Sé que la religión puede estar al servicio de los derechos humanos simplemente porque profundiza la compasión entre personas”, analizó sobre el impacto que la religión ha tenido en los distintos procesos.

“¿De quién es esta historia” llega a los lectores hispanoparlantes en un momento en el que la obra de la autora ha sido comentada e incluso, ha adquirido cierta popularidad. En 2014 Solnit publicó "Los hombres me explican cosas", un ensayo que se convirtió en best seller y que inauguró una corriente teórica que logró dar cuenta de hasta qué punto la opinión informada y especializada de muchas mujeres es invisibilizada cuando a fuerza de explicaciones masculinas. "Desde la publicación del ensayo he sabido de abogadas, científicas, médicas, especialistas en diversos ámbitos, deportistas y montañeras, mecánicas y otras mujeres que han recibido explicaciones sobre si área de conocimiento por parte de hombres que no tenían la menor idea de lo que hablaban pero que consideraban que el mundo estaba tan organizado que el saber era inherente al varón y su ausencia inherente a la mujer; que escuchar era nuestra obligación y estado natural y perorar, su derecho", cuenta en ese libro, hoy convertido en un clásico de las bibliotecas feministas. .

El texto zigzaguea en torno al “mansplaining”, un término que la autora acuñó a partir de una anécdota personal durante una fiesta, cuando un hombre con el que conversaba desatendía sus comentarios mientras insistía en explicarle con arrogancia el argumento de un libro que precisamente había escrito ella.

Así surgió el planteo central de "Los hombres me explican cosas", en el que Solnit problematiza la desigualdad entre mujeres y hombres y la violencia basada en el género. El libro abrió una instancia más grande: la publicación instaló definitivamente el concepto de “mansplaining” como una práctica para deslegitimar los atributos de una persona –usualmente una mujer– a través del discurso. El New York Times seleccionó en 2010 la expresión como una de las palabras del año y cuatro años después el Diccionario de Oxford lo incluyó en su versión online. Poco después, la propia escritora salió a aclarar que no se trata de una práctica monopolizada por el género masculino sino más bien de una actitud de un enunciador ante la imposibilidad de tolerar la disidencia.

Solnit cerró la conferencia con un llamado a repensar aquello que entendemos como “cultura de la cancelación”, en una reflexión que apunta al uso que se le da a la expresión. “La cancelación es una patraña de la derecha que considera que nadie tiene derecho a ponerse en contra de sus argumentos. Entonces, a diario enfrentamos situaciones bizarras: hombres blancos y ricos que escriben en el New York Times y se quejan de que se los critica o no se los deja opinar, cuando en realidad su relato es el dominante desde hace siglos”. Para Solnit, la idea de la “cultura de la cancelación nos idiotiza y oculta lo que en verdad está pasando”.

“Propongo que el concepto de `cultura de la cancelación´ se lo quede la derecha. Los conservadores siguen teniendo el mayor espacio en los medios de comunicación y en la sociedad. Bueno, que se callen un poco de una vez. Que su voz deje de ser la única y la más escuchada. no le hará mal a nadie”, propone aquella mujer que una vez, siendo joven, se cansó de que los hombres le explicaran cosas.

Con información de Télam