Fernández Burzaco: "La literatura le conversa a la muerte todo el tiempo"

04 de febrero, 2022 | 18.20

(Por Carlos Aletto) El nuevo libro del escritor Matías Fernández Burzaco, "Los despiertos", confirma que la belleza y brutalidad de su anterior texto, "Formas propias", no fue una casualidad, si no una obra nacida de una mente brillante dentro de un cuerpo deforme que necesita de enfermeros y cuidadores nocturnos a los que ahora homenajea en esta obra donde los define como esos "ángeles del conurbano" que lo trasladan y que "son ladrones satánicos, generosos, entrañables".

En este nuevo libro, publicado por la editorial Orsai , Fernández Burzaco retoma parte de su historia -padece fibromatosis hialina juvenil, una rara enfermedad que le produce bultos a lo largo de todo el cuerpo- aunque su "yo" aparece desmarcado por esos personajes que le son tan cercanos: "los despiertos", como denomina a quienes lo asisten cotidianamente.

"Fabrico más colágeno de lo normal, más piel, más tejido conectivo, y así nacen estos bultos redondos… La enfermedad modifica todo mi cuerpo y no me deja, entre otras cosas, caminar. Invade el cuerpo de piel -por dentro, por fuera- y parezco un hombre derretido", describía el escritor y periodista nacido en 1998 en su obra anterior. Ahora propone correrse de la escena para que hablen los enfermeros en primera persona, trayendo la cercanía de sus peligros. "Los cuidadores ya están totalmente prendidos fuego, intentan mostrar sus pacientes muertos en la cara del lector", escribe en este texto en cuya edición trabajó con la escritora Mariana Enriquez.

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Muchas cosas sucedieron desde que Fernández Burzaco publicó su primer libro: cosechó elogios de otros escritores y cronistas, se inauguró una biblioteca pública en Flores que lleva su nombre, se presentó por primera vez en público como rapero y está a punto de debutar en una película del director Luis Ortega, con el que sostiene un persistente diálogo creativo. "Nos llamamos en horario de oficina: las cuatro, cinco de la mañana", cuenta Fernández Burzaco en diálogo con Télam.

- Télam: ¿Cómo vincularías tu libro anterior "Formas propias" con este nuevo?

- Matías Fernández Burzaco: En "Formas propias" siempre estuvieron los "despiertos". No sé si vivos, pero sí despiertos. Podían caminar despacio rozando los incendios y asistirme por más que yo estuviese en modo tiránico, déspota, panicoso por tener que publicar un libro sobre mi enfermedad física (y sobre mis pensamientos y sobre mis amigos y sobre mis padres con respecto a mi muerte).

-T.: ¿Hay una continuidad entre los dos textos?

- M.F.B.: A ver, podría decir: primero habría que leer "Formas propias", que ¿es una autobiografía? Tal vez me equivoque. Pero lo pienso por una cuestión de soltura, de entrega, de confianza y velocidad narrativa: el primero está trabajado minuciosamente desde la investigación y cada coma va en su lugar; el segundo ya es un acto salvaje de la noche, un vómito vampírico hecho en cuatro meses. Sin embargo, a pesar del poco tiempo, me sentí más preparado en cuanto a herramientas de escritura porque venía de editar casi dos años con Leila Guerriero y también estaba sediento de trabajar bien a fondo estos retratos de los enfermeros, los diálogos que tenemos todas las madrugadas, contar sus vidas de ultratumba. Ellos son maravillosos.

En "Formas propias" despierto yo, despierta mi enfermedad, despiertan mis sombras. Pero ellos nunca pudieron dormir. Prefieren la noche; el sol y las luces de los celulares les hacen mal. Los enfermeros (cualquier persona que cuide o se haga el cuidador) son ladrones satánicos, generosos, entrañables. Son la noche, el riesgo, la calle, la adrenalina, el vértigo de las rutas, los infiernos mentales, almas solas, sangre con ardor, muertes latentes.

- T.: ¿Cuál es tu "despierto" favorito?

- M.F.B.: Mi despierta favorita de "Formas propias" es Vero, una enfermera que dormía en mi cama bien cerca y me contaba que quería jugar al fútbol de manera profesional, por fin encontrar una marido que pusiera plata para dejar de almorzar mate, comprarle ropa a su hija, llegar a mi casa sin que la violaran cuando bajaba del tercer colectivo.

- T.: ¿Trabajás la escritura para que los relatos parezcan naturalizados?

M.F.B.: Sucede solo. Las historias son como son. No me fijo si son muy trágicas o no. Pero sí, traen al presente episodios de ambulancias y cementerios. Intento crear la mayor cantidad de imágenes posibles, mostrarlas y que todo sea natural. ¿La muerte es triste? ¿Cuántas enfermedades mentales tenemos? Me gusta el desorden, lo entiendo como una buena señal. No sé escribir cuentos, no sé inventar el comienzo de un texto. Me falta ese poder. Lo que sí, a las crónicas les agrego esquizofrenias fugaces para completar la ficción.

- T.: ¿Sentís, como dice tu padre en la última parte del libro, que la prioridad es la escritura, tu mirada frente al universo?

- M.F.B.: Mi padre no ha sido invasivo nunca y tiene muy trabajada la intuición del respeto. Lo admiro, valora mucho el periodismo. Es importante la mirada de cualquier persona que tenga algo para decir frente a los universos. Sobre todo si vive en la zona de fuego, de peligro, y si escribe desde algún desierto o infierno interior. Y si alcanza para contar una historia, listo. Si el escritor siente que el texto es justo u honesto y está conforme, listo. No creo en la escritura cuando el autor se fija en complacer a los personajes retratados, perfilados o al lector. Hay algunos que, por las dudas, muestran borradores antes de publicar: piden permiso, piden perdón, piden legalidad. Me parece una locura, es lo último que yo haría en mi vida.

- T.: ¿Te sentís reconocido por otros escritores?

- M.F.B.: Sí. He recibido mensajes de escritoras potentísimas y no solo conocidas por mí o argentinas con fácil acceso a mis libros. Josefina Licitra siempre estuvo a mi lado. Leila Sucari también. Valorado me siento. Por muchos/muchas que leí desde siempre y que me han bendecido, que me han rodeado para que yo pudiera encontrar una voz propia. Para afilar la mirada, la primera persona: ahí es donde me siento más suelto, libre, cero acobardado y con la adrenalina en los labios. También me siento muy valorado por Luis Ortega, que es un escritor talentosísimo y valiente y sensible que aún no ha editado su material para un libro. Estamos haciendo una película juntos. El niño malvado escribe todas las noches y nos llamamos en horario de oficina: las cuatro, cinco de la mañana. Su literatura flota cada vez que habla. Ya se van a poder leer sus páginas. Me lo prometió. No solo a mí, a la muerte también. Si se niega, le robo las hojas y las publico yo con su nombre o algún seudónimo que le guste.

- T.: ¿De alguna forma la literatura detiene a la muerte?

- M.F.B.: ¿Por qué detener a la muerte? Puede ser muy linda, un alivio o una fantasía. Es imposible no retenerla, te habla suave o te pega un tiro mientras servís el té. ¿Cuántas muertes existen? ¿La muerte solo es estar adentro de una tumba? Creo que no se intenta escaparle a la muerte. La literatura le conversa todo el tiempo. La tiene en su hombro. Hay un contacto cuerpo a cuerpo. Yo tampoco escribo para huir o para hacer catarsis. Es mi trabajo. Por otro lado, la escritura puede inmortalizar al autor. Los buenos textos nunca mueren. Cuando rapeo improvisando, por ejemplo, experimento tirar unos trucos y juegos locos de palabras pero no me grabo ni nada: me gusta verlos morir.

Puede que la literatura sirva para aliviar los problemas y distraer muertes. Las historias manejan un poder grandioso y logran distenderte o motivarte.

T.: ¿Por qué merecen todo un libro tus "despiertos"?

M.F.B.: Los despiertos fueron amenazados, violados, abandonados, robados, denunciados, rechazados, valorados, embolsados, ultrajados, tajeados, golpeados, anestesiados, agujereados, esclavizados, secuestrados, amados, odiados, mareados, estafados, imputados, presos, drogados, señalados, acosados, ahorcados, asfixiados. ¿Merecían un libro? La noche, la calle y la muerte les pertenece. Nunca pudieron dormir; solo cerrar los ojos y levantarse disparados para estar con la alerta de los pacientes entre los dientes. Usan almohadas imaginarias. Toman café frío sin azúcar y comen rodajas de pan sin nada. Este libro lo edité con Mariana Enriquez; fue extraordinario. A los despiertos yo nunca los grabé: los escuché y después, antes de escribir, hice memoria. Mi método no cambia: escuchar, memorizar, anotar todo tipo de expresión. Pero son tan misteriosos... eso les envidio. Todavía conservan un misterio infinito.

Los despiertos son ángeles del conurbano. Merecen descanso y buena plata. Sin contar a mis últimas cuatro enfermeras, a las demás les han pagado miserias: poco más de cien pesos por hora. Cuando pueda, nos vamos a ir vacaciones y les voy a empezar a pagar el sueldo yo.

Con información de Télam