(Por Milena Heinrich). En su libro "Lectores rebeldes", la escritora, educadora y mediadora cultural Graciela Bialet desnaturaliza las cuestiones más asentadas en el imaginario social en torno a la práctica lectora para reflexionar sobre el sentido de la lectura y el rol de la escuela para formar lectores: "Hay que darle a los chicos la posibilidad de leer literatura, buena literatura", convoca.
Con la convicción arrolladora de que la lectura es una acción vital y necesaria de la experiencia humana que expande repertorios, "Lectores rebeldes. Y razones por las que leer vale la pena" (La Crujía) es un libro que contagia el entusiasmo y la importancia de leer, con marcas en el texto que convocan a resaltar, releer, a volver sobre una idea. A modo de ensayo o compendio de recorridos y anécdotas, Bialet profundiza en este libro en lo que ella considera un desafío educativo: que los chicos y las chicas lean y de todo, en especial literatura y nada de ficciones digeridas, sino aquellas que expanden el territorio de lo conocido para abrirse a "aventuras emocionales, cognitivas y fantasiosas y fantásticas", como dice en entrevista con Télam.
Lejos de ubicar el adormecimiento como responsabilidad de las chicas y los chicos, Bialet ubica la falla en los ámbitos educativos, en el mundo de los adultos, en las pautas que establece la escuela en relación con la lectura. ¿Se puede, entonces, construir un lector? Sí, dirá la autora, en tanto y en cuanto se generen instancias que acompañen dicha formación. La clave está en lo que define la escuela qué debe enseñarse y qué no.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
¿Y quiénes son esos lectores rebeldes? Aquellos que rompen con lo cotidiano. "Los lectores rebeldes se construyen como utópicos porque se están siempre asociando, cuando se involucran en la historia, en el texto, se están siempre poniendo en otra piel, en otra mirada, hacia otro lugar que no tiene un límite preciso", define.
Graciela Bialet (Córdoba) además de docente, mediadora, investigadora y gestora de programas de pedagogía de la lectura (Volver a Leer del Ministerio de Educación de Córdoba, o el Plan Nacional de Lecturas), también es escritora. Entre sus libros de literatura infantil y juvenil destacan "Los sapos de la memoria", "Cuando los grillos grillan" y "Metamorfosis".
Bialet comenzó su recorrido educativo como maestra de primaria, arrancó en primer grado y se topó con lo que consideró una dificultad cuando comprendió que el primer acceso a la lectura que proponía la escuela era a partir de frases como "mi mamá me mima" o "mi mamá me ama".
"Ahí nació mi concientización por la problemática de la lectura. Dando clases me di cuenta que los programas de estudios tenían que mejorar o nadie iba a tener muchas ganas de leer. Y en esa época se sumaba además el horror de los años de la dictadura que cancelaron las posibilidades de acceso al libro y empezó a desaparecer el espacio para la enseñanza de la lectura programáticamente, o el espacio para la formación de lectores", repasa.
Por eso, en el libro, traza el recorrido sobre cómo llegamos a esta instancia en donde la lectura no forma parte de casi la mayoría de la trayectoria curricular de los chicos sino que aparece de manera transversal. Una llave para transformar eso es mirar el ámbito escolar, es decir "qué pauta la escuela para enseñar. Si la escuela pauta enseñar matemáticas, habrá matemáticas. Si pauta enseñar química, habrá química. Si pauta enseñar música, habrá contenidos y presupuesto. Ahora, si deja de pautar la lectura como espacio, como tiempo donde se ejecute en el aula, entonces desaparecerá. Y eso es lo que ha sucedido".
-Télam: En el libro planteaá la idea de la vida asociada a la lectura, entendiendo a la lectura más que como un método de decodificación sino un encuentro con la vida. ¿Por qué las pensás juntas?
-Graciela Bialet: Nacemos dotados para la interpretación, para comprender a dónde venimos. Y vamos aprendiendo de a poquito. Son aprendizajes que vamos realizando a modo de lecturas. Leemos la voz de nuestra madre, reconocemos las tonalidades, si está cansada, si está enojada, si nos está haciendo un susurro. Venimos dotados de la capacidad de asociar ese tipo de lecturas de la realidad.
Saramago decía que el mejor lector que conoció en su vida era su abuelo analfabeto porque era capaz de leer a través de las hojas de los árboles de su patio las realidades del mundo. Y a mí me parece que si no entendemos la lectura como un acto de interpretación, luego, cuando el aprendizaje es cultural y alfabético, se divorcia de su verdadero propósito. Si la lectura no es comprensiva, no es nada. Leer es estar comprendiendo la historia, pero la génesis de la comprensión de las historias está en el conocimiento de la lectura y en el conocimiento de nuestra realidad cotidiana, de nuestro entorno.
-T: Ubicas a la literatura como un territorio de preguntas existenciales y la ficción como el poder de la imaginación, ¿qué potencia tiene esto en un momento de discursos totalitarios que apuestan más bien por estrechar la mirada?
-G.B: La literatura y el arte siempre lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo: siempre contarán mejor la historia de la esencia de la existencia humana sobre el planeta que cualquier manual pedagógico, que cualquier historia con datos reales.
Y en el medio de todos estos discursos totalitarios, más que nunca, creo que el arte es el discurso liberador por la antonomasia, el más importante y por eso hay que darles a los chicos la posibilidad de leer literatura, buena literatura; de ir al teatro, de bailar, de danzar, de escuchar música. Y estos modos de pensar otras realidades siempre abrirán las puertas que nos lleven a nuevas maneras de resolver los conflictos existenciales.
-T: Esto me lleva a la idea de lectores rebeldes. Lectores sin límites. ¿Quiénes son o deben ser esos lectores rebeldes?
-G.B: La búsqueda de hallar este término fue todo un camino que hicimos con mi editora, Sabrina Sosa, y con la directora de colecciones en La Crujía. Y la palabra rebeldía nos parecía que podía ser muy significativa a la hora de asociarla a la palabra lectura. ¿Por qué? Porque el lector en realidad es quien pone en vigencia el texto, lo pone en pie como si fuera en un teatro y lo levanta y hace toda su escenografía, su coreografía y lo hace para moverse de la comodidad, en un acto de romper con lo cotidiano, en un acto de rebeldía.
Porque precisamente el arte te permite caminar hacia un horizonte sin límites. Eso que Galeano decía que está allá y caminas dos pasos y se aleja y para eso sirve, ¿no? Para seguir caminando. Los lectores rebeldes se construyen como utópicos porque se están siempre asociando, cuando se involucran en la historia, en el texto, se están poniendo en otra piel, en otra mirada, hacia otro lugar que no tiene un límite preciso.
-T: Decís que saber leer no es decodificar, ni descifrar, ni deletrear sino frecuentar con naturalidad y por necesidad la experiencia de la lectura. ¿Por qué la lectura en el ámbito escolar ha quedado relegada a un conjunto de acciones más que a un bien cultural?
-G.B. La lectura en el ámbito escolar no sólo ha quedado relegada sino que ha desaparecido como espacio curricular. Muestro, por ejemplo, la cantidad de veces que se habla de la lectura todo el espacio curricular de Nación, que es el el piso sobre el cual cada una de las jurisdicciones ha trabajado lo específico. Y el problema es que lo que no está programado curricularmente no sucede en el aula. Se dice que la lectura transversaliza todas las disciplinas pero, justamente, como transversaliza no hay un tiempo específico para formar lectores ni un tiempo preciso para educar a los niños como visitantes y socios de la biblioteca.
La lectura desapareció del espacio curricular cuando desapareció el nombre de nuestro idioma. Ahora estudian lengua, ya no estoy en castellano, ni siquiera español y no es casualidad que esto suceda en toda Latinoamérica. Sin embargo, a la hora de enseñar un idioma extranjero ese idioma no se llama lengua, se llama inglés, francés italiano, portugués. Esto parece que no tiene relevancia pero sí la tiene porque estudiar tu idioma implica que tengas que pautar la enseñanza del contexto cultural y de la idiosincrasia del hablante de ese idioma. Cuando empezó a desaparecer el nombre del idioma inmediatamente se estudió lengua y no lectura, porque aparece transversal. Sólo tiene espacio propio en primer y segundo grado y luego desaparece. ¿Por qué está pautado ahí? Porque tras esa postura curricular subyace la idea de que leer y escribir son actos de ida y vuelta, actos recíprocos y que es necesario enseñarlo en primer y segundo grado, y entonces leer termina siendo decodificar, es decir, aprender el alfabeto. Pero formarse como lectores es otra cosa, es poder recorrer los lugares por donde circula la lectura, poder habitualizar estrategias cognitivas para estar cerca de las lecturas, para apetecer las lecturas como escalón para el conocimiento, para el esparcimiento para la ficción y eso es lo que no sucede.
-T: Incluso decís que la lectura aparece como tarea...
-G.B: Sí y no se consideran horas de trabajo cognitivo. Se pide registrar todo con la escritura... imagínate si de cada libro que leemos tenemos que responder preguntas sería tremendo, porque no es unívoca la comprensión de la lectura literaria. ¿Cómo haría un chico para saber cómo responder a una pregunta que surge sobre la lectura para poder justificar un acto escolar? Esas cosas son las que tienen que terminar y deben revisarse en los dispositivos curriculares. La escuela es el lugar donde se forman lectores y el docente es el profesional que debiera formar lectores.
Con información de Télam