(Por Josefina Marcuzzi) - En una combinación perfecta entre sensibilidad y melancolía y con una estructura que fusiona prosa poética breve con una narrativa más fluida, el escritor y periodista cultural Gustavo Yuste reconstruye en su nueva novela "Turistas perdidos" la historia de una separación que es también la historia del vacío, de los desafíos que implica la construcción de espacios propios y del desamor como otra de las caras del amor.
Primera parte: párrafos breves, en forma de loop, como cajas que se enumeran y se apilan. Un personaje que retoma su vida en un monoambiente y bucea entre las cajas de una mudanza tras el quiebre de su pareja. Segunda parte: cajas abiertas. El flashazo del enamoramiento en una prosa más fluida y luminosa. Las bases del idilio, el día a día de dos personas que se funden. El lector nada a la par de un romance que prospera. Tercera parte: cierra el libro en el pico más alto del amor, con mucha adrenalina. Yuste construye en esta novela una historia a la inversa, como en retrospectiva, que invita al lector a recorrer el viaje de un personaje melancólico que repone el sentir del desamor como el lado B -necesario e inevitable- del amor.
Gustavo Yuste es periodista cultural, joven escritor y tiene un recorrido en el género poético en donde se destaca "El origen de la melancolía", un libro editado por Santos Locos. Colaboró con distintos medios y es cofundador de la revista digital "La primera piedra". En 2019, publicó "Personas que lloran en sus cumpleaños" y ahora "Turistas perdidos" (Ediciones B, de Penguin Random House), que es su segunda novela.
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"¿Cuánto tiempo se puede vivir en una transición? Ese lapso incierto entre dos períodos es un útero que se cansa de nosotros y nos expulsa por más que queramos quedarnos ahí para siempre. La combinación perfecta del calor de lo conocido y la esperanza de lo que va a venir, un sentimiento fugaz al que sólo podemos pedirle deseos", sostiene el narrador de la novela.
La lectura de "Turistas perdidos" funciona también como una transición porque no hay modo de entrar al libro y salir ileso de la historia. Cajas cerradas, cajas abiertas y cajas dentro de otras cajas. Durante la conversación con Télam, Yuste estaba en Europa y, casualmente, en el medio de una mudanza. Pero en este libro, aclara, de autoficción no hay nada.
Télam: En la estructura de la novela aparece un trabajo formal que acompaña el fondo de la historia. Eso hace que la lectura sea veloz y fácilmente digerible en sus tres partes, pero que a su vez esté bien integrado. ¿Cómo fue el proceso para llegar a esa forma?
Gustavo Yuste: La novela surgió como algo que no era una novela sino un experimento de prosa poética, que es la primera parte del libro. Fue escrito en pandemia y creo que algo de ese contexto se fue colando. Esta historia es ficción, no hay nada de mi vida real puesto en juego, aunque también creo que hay algo de la propia vida que se termina colando. La prosa poética estuvo pensada en función de las cajas de mudanza de historia. Pero después de escribir esa primera parte, hubo una pulsión más narrativa. Entonces esa prosa poética empezó a estar al servicio de algo más grande, una novela. Hay libros de prosa poética pura, muchos y muy bellos, como "El corazón de un perro" de Laurie Anderson o "Asfalto" de Luis Chaves. Luego se presentaron otras cosas de la historia, por ejemplo, el hecho de contarla de adelante para atrás. Para el desafío de contar cuando se separaron y cuando se conocieron ya no me servían las cajas ni la prosa poética. Si con las cajas podía representar el encierro y la incomodidad de una mudanza, quizás con un género más fluido y entrecortado podía hablar de la separación de una pareja. Y después, con un género más fluido y mucho menos entrecortado, el enamoramiento. Ese tiempo que casi no tiene interrupción para mí es el amor. Entonces cada parte terminó respondiendo a lo que está sucediendo en el fondo del texto y fue un ejercicio mucho más formal de lo que yo había pensado al principio de la escritura.
T: Dijiste que esta historia es toda ficción, que no hay nada de la experiencia propia. ¿Sentís que hoy, en el marco del boom de la autoficción, es necesario aclarar eso?
G.Y: No tengo nada en contra de la autoficción. No es algo que haya explorado demasiado, la verdad. En la poesía estoy aclarando todo el tiempo que es ficción. Porque hay algo de la escucha de la poesía que está acostumbrada a pensar que el yo poético es el yo persona, Gustavo. Y eso no es así, es un yo lírico como en cualquier otra obra. En narrativa hay una tendencia a la literatura basada en experiencias reales que está buenísima y que disfruto como lector, pero sí me parece interesante aclararlo porque siempre hay algo del morbo, imaginar si tal cosa pasó o no. Hay una anécdota que me contó Pedro Mairal, que antes de publicar "La uruguaya" hizo un asado con su pareja de entonces para que el resto viera que estaba todo bien (risas). Hay algo de esa aclaración, creo, porque vivimos en un tiempo en el que las redes sociales son la ficción de nuestra propia vida pero se venden como la realidad. En un momento en que la realidad tiene tan buen marketing, es muy probable que la literatura entre en ese juego. Y me gusta defender la poesía como un terreno de ficción pura. Lorrie Moore tiene una frase hermosa que es que "un escritor hace lo mismo que un cocinero hace con lo que tiene en la alacena". Vos tenés en la alacena comida pero el resultado final es otra cosa. En esta novela el yo poético está cercano a mí en edad, lugar geográfico o lo que sea, entonces marcar que esto es ficción me parece interesante para plantear un pacto de lectura y que no sea sólo la empatía lo que está en juego, sino que también haya un juego estético.
T: "Turistas Perdidos" es una novela en prosa pero también hay imágenes y fragmentos de poesía. ¿Te considerás un autor fluido entre los géneros?
G.Y: Hay algo lúdico en la forma que yo traigo fundamentalmente de la poesía. Es un género que creo te obliga a ser lúdico, porque aunque vos te quieras mover en algo muy estricto la poesía siempre te empuja a romper. La buena poesía siempre está corriendo los límites. Entonces tanto en esta novela como en "Personas que lloran en sus cumpleaños" terminé jugando mucho con la forma, más allá de la narrativa. Siento, igual, que cuando un escritor se mueve entre géneros siempre lleva una mochila muy similar. Los gustos, los intereses, las obsesiones. Yo soy una persona muy melancólica y siento que eso va a estar en todo lo que escriba. Novelas, ensayos, notas, poesía. Después creo que el género como instrumento organizador y ordenador de la realidad está en disputa, tanto en la literatura, como en la música, el cine e incluso en la vida diaria, en el género sexual. Y como escritor que no puede escapar de su propia época, debo estar atravesado por eso: algunos poemas serán algo narrativos, alguna novela mía será bastante poética.
T: La historia parece a simple vista la de un desamor, pero luego se desarrollan temas que se tornan centrales: el vacío, el silencio, la construcción de los espacios propios, el duelo. ¿Cuál es para vos el tema de la novela?
G.Y: Los temas conscientes de la novela son el vacío, por un lado, la construcción del espacio propio, como vos decís, y el desamor. Pero el desamor contado de otra manera, que la historia termine en el punto del amor. Así se me terminó presentando como algo oculto esta idea de la redención. De poder mirar el pasado del amor de una manera luminosa. Es lo que me terminó enseñando esta novela a mí como autor: que todo amor termina en desamor pero todo desamor termina en amor, como una suerte de reciprocidad con la que hay que convivir. Hay otros temas más inconscientes que surgieron en lecturas ajenas, como los silencios. Es algo que yo no trabajé directamente, pero se terminaron generando con la propia narrativa. Creo que uno tiene que estar muy atento a lo que los protagonistas piden, y no al revés. Escucharlos. Y el silencio es constitutivo a todo lo que hacemos, en una época que estamos tan acostumbrados al ruido, el silencio es un espacio de lucha y de disputa. Toda la novela se logra gracias al silencio, un protagonista que se sume en esa soledad y así puede evocar el pasado.
T: Hay un giro especialmente interesante que es cerrar el libro con el inicio del romance de la historia. Hay un impacto especial de la melancolía en esta decisión. ¿Qué búsqueda hubo como autor en esto?
G.Y: La decisión de terminar con el amor fue pensada. Es una suerte de elogio a la melancolía, porque en general pasa que la melancolía se termina confundiendo con nostalgia. Y la nostalgia es un sentimiento más gris, más apesadumbrado, más tanguero, el cuartito de mis viejos al que jamás voy a volver. En cambio, la melancolía bien llevada o asumida es estar triste porque terminó, pero feliz porque sucedió. El desamor es melancólico si uno lo asume como una experiencia casi inevitable de nuestra vida. La melancolía se terminó presentando ahí: terminemos cuando el mundo parece un lugar ordenado y feliz. Incluso el amor no sexo-afectivo, el de amigos, el amor tiene esa potencia de ordenar el mundo y todo parece que está mejor. Siento que entonces es un final luminoso, pero a traición. Agridulce.
T: Hace poco en la presentación de un libro la autora Dolores Gil dijo que para ella la escritura no sirve para sanar. ¿Estás de acuerdo con esto?
G.Y: Estoy de acuerdo y me parece muy valioso. Si uno dice que la literatura sana o cura le está poniendo a la literatura un rol o una misión que es extra-literaria. Y eso es peligroso en dos sentidos. Por un lado, porque puede afectar a la obra: si yo estoy escribiendo para sanar o para conocerme a mí mismo entonces es un juego privado conmigo mismo. Es personal, no tendría por qué publicarlo ni tiene por qué haber lectores. La literatura son varios pasos más allá de eso, se trata de qué sensación estética literaria le voy a producir al lector. Como cualquier obra de arte. En segundo lugar, porque es peligroso para el autor. Porque no sabemos si la literatura puede sanar, y quizás la historia que se necesite resolver necesite de otras cosas, no sé, ¿Terapia? La única obligación que tiene la literatura es ser literaria, ser estética. El poeta peruano José Watanabe dice que su única obligación es hacer objetos pretendidamente bellos. Me parece una gran definición porque no solamente rescata lo estético, sino que agrega "pretendidamente". Lopretende, pero nada asegura que sea bello hasta que se encuentre con alguien más. No hay certeza de haber hecho algo bello, es un juego abierto. Y si eso depende en parte del lector, entonces ya no puedo pretender que la literatura me cure, porque estoy metiendo a otra persona en el medio. Y sería muy egoísta de mi parte.
Con información de Télam