Malvinas: Rubén Otero, de sobrevivir en el General Belgrano a rendirle tributo a los Beatles y brillar en Campo Minado

Rubén Otero es uno de los seis excombatientes de Malvinas -tres argentinos, tres ingleses- que integran el éxito de Lola Arias, Campo minado.

02 de abril, 2022 | 03.00

19 países, 39 ciudades, más de 30.000 personas. Campo minado es un proyecto que reúne a veteranos argentinos e ingleses de la Guerra de Malvinas para explorar, cuarenta años después, lo que quedó en sus mentes de esa experiencia. En un set de filmación convertido en máquina del tiempo, quienes combatieron se transportan al pasado para reconstruir sus recuerdos de la guerra y su vida después de ella. La obra de Lola Arias indaga en las marcas que deja la guerra, la relación entre experiencia y ficción, las mil formas de representación de la memoria.  Rubén Otero, sobreviviente del hundimiento del crucero General Belgrano, baterista de la banda tributo a los Beatles, Get Back Trio, y una de las estrellas de la obra, conversó con El Destape sobre el impacto de la obra que recorrió el mundo y su recuerdo de la guerra.

- ¿Cómo llegás a Campo minado?

Allá por fines de 2015 recibo un llamado telefónico donde me dicen si podía asistir a una reunión con Lola Arias para contarle la historia de lo que me pasó en el Belgrano y cómo fue mi vida después, porque tenían la intención de hacer una película y una obra de teatro. Buscaban excombatientes de las tres armas: mar, tierra y aire. Efectivamente, me encontré con ella y una de las chicas de la productora, y les conté mi historia. Al terminar, se mostraron muy amables y todo quedó en un 'bueno, cualquier cosa te llamamos'.

Después de un tiempo volvieron a contactarse para que tengamos otro encuentro y ahí me preguntaron si tenía disponibilidad laboral como para hacer giras, a lo que les dije que sí, que no tenía problema, porque siempre hice trabajo independiente. Pero lo cierto es que estaba un poco descreído en ese momento.

- ¿Por qué?

Hace muchos años que toco con mi banda tributo a los Beatles, y sucede que cuando terminan los shows todos se te acercan para decir que sonaste bien y que van a llamarte para tocar en otros lugares, pero al final el teléfono no suena. Como yo pensaba que acá iba a ocurrir lo mismo, no me entusiasmé con el proyecto en su fase inicial.

Cuando me llamaron para formalizar mi participación les dije ‘la verdad les agradezco, pero a mí no me interesaría hacer ninguna obra de teatro. Así como estoy me va bárbaro. Emociones y experiencias no quiero tener más. Ya con la Guerra fue suficiente’. Ahí Lola fue muy directa y me pidió que lo piense el fin de semana y que el lunes me esperaba en su casa, que lleve a mi señora porque la querían conocer.

Campo minado, memorias de la guerra de Malvinas con seis excombatientes argentinos y ingleses en escena (Gentileza: prensa CTBA).

Al final fuimos el lunes y Lola habló tres horas hasta que tuve que terminar diciéndole que cuente conmigo. Hoy en día se lo recontra agradezco porque tenía toda la razón. Es una genia. Antes de que armase Campo minado, yo me preguntaba ¿qué obra va a armar esta piba?’, ¿qué tendrá en la cabeza?’. Y el resultado de cómo se fue diseñando cada escena me pareció alucinante. Lola Arias me introdujo el teatro en el cuerpo.

- ¿Cómo fue el primer encuentro con los excombatientes ingleses?

Lo que tiene mi situación con respecto a quienes vivieron la guerra en tierra es que nosotros, cuando nos tiraron los torpedos, sabíamos quienes habían sido. Tuve bronca pero la viví de una forma muy diferente a quienes cargaron un arma y pelearon en tierra. Creo que ese es otro sentimiento completamente diferente.

La primera vez que nos vimos con los ingleses fue en un galpón de Chacarita. Lola nos pidió a mí y a mis compañeros argentinos que fuésemos a tomar un cafecito cerca porque estaban por llegar. ‘Cuando yo les aviso, vengan’, precisó.

En el momento esperado del encuentro caí en la cuenta de que eran tres tipos como nosotros, con la única diferencia de que hablaban en inglés. Empezamos a tratar de entendernos y hablar, y vimos que tenían familia, hijos, que ir a la guerra tampoco les gustó, que la pasaron tan mal como nosotros. Eran militares, pero una cosa es serlo porque tenés vocación por el oficio y otra cosa es que te guste matar gente. Y eso jamás les gustó. De ahí en más comenzó una amistad entrañable. Cuando no nos vemos por mucho tiempo hasta nos extrañamos.

- ¿Recibiste comentarios negativos de algún excombatiente argentino por tu amistad con los ingleses?

No en mi caso. No sé si a mis compañeros les habrá pasado algo así. Para ser honesto, creo que esto es muy simple: cuando uno hace las cosas como las estamos haciendo nosotros, desde el punto de vista de que las Malvinas son argentinas, es imposible sentirse fuera de foco. Y eso juega muy a favor nuestro porque la obra recorrió muchas partes del mundo, no lo decimos únicamente en Argentina.

Por eso, si alguien de afuera o de acá llegase a decirnos que somos traidores porque estamos con los ingleses, yo le podría responder que somos todo lo contrario dado que ‘malvinizamos’ mucho más de lo que muchos creen. El mundo se está enterando de lo que pasó en la guerra de Malvinas. En Edimburgo nos llegaron a decir que no sabían que las Malvinas estaban donde estaban, ya que pensaban que era una isla del norte de Escocia.

- ¿Cómo arranca tu historia en Malvinas?

En octubre de 1981, con 18 años cumplidos, entré en la colimba. Salí sorteado con el número 935 y a todos los de cifras altas los mandaban a la Marina. Hice dos meses de instrucción en Puerto Belgrano, en Campo Sarmiento, y después me dieron como destino el crucero General Belgrano. Al año siguiente tuvimos que zarpar para la guerra.

- ¿Qué recordás del momento en que impactaron los torpedos en el General Belgrano?

Tenía que tomar guardia a proa, al cuarto de agua dulce, de 16 a 20 horas. Antes, pasé a tomar la merienda, un mate cocido, en el comedor y luego, ya en el pasillo camino a cumplir el turno, me crucé con el compañero que tenía que ir a reemplazar, que me dijo que vaya tranquilo a afeitarme, que había tiempo y no estaba pasando nada. Me desvié hasta mi dormitorio, agarré la maquinita, la crema, cerré la taquilla y cuando encaré para el baño, escuché el primer estruendo. El impacto hizo que volara todo por los aires, fue terrible y el silencio era total porque se había cortado la luz y no veíamos absolutamente nada. A los cinco segundos pegó el segundo torpedo, que es el que impactó en la proa. Ahí se empezó a correr la voz de que habían venido del sumergible. El buque había quedado inclinado y por más que tirábamos las cosas con peso, terminaron dando la orden de abandono porque la nave se hundía.

Marcelo Vallejos en una de las escenas de Campo minado, de Lola Arias (Gentileza: prensa CTBA).

- Si no te hubieses ido a afeitar, el torpedo impactaba donde hacías la guardia.

Uno nunca sabe dónde está la salvación. Fue un acto del azar puro, no hubo ninguna lógica.

- Saliste del Belgrano en una de las balsas de abandono, directo a aguas heladas. ¿Cuánto tiempo esperaron hasta el rescate?

41 horas. En la obra lo cuento como algo simple y la verdad es que no fue tan así. Saltar a una balsa y tratar de no perder la cordura fue todo un acto de instinto, no es algo que uno piense. Así como algunos se quedan paralizados, otros actúan. Cuando salté a una balsa, atrás mío saltaron un oficial y un cabo, que terminó en el agua pidiéndome ayuda para subir. Lo agarré del brazo para tratar de levantarlo, y se me resbalaba para abajo. Pedí ayuda a los compañeros que tenía al lado, que lo agarren de la axila mientras yo metía la cabeza abajo del agua para cazarlo del cinturón. Así pudimos subirlo.

Teníamos otro problema con las balsas. porque se pegaban al crucero que se hundía. Terminamos empujando nosotros para evitarlo. En la obra lo cuento de manera diferente para que el relato esté al alcance de todos y no sea confuso, como sugirió Lola en los ensayos. “Sale una burbuja gigante y hace una ola que nos desplaza como cinco o seis metros. Y desde ahí la corriente nos empieza a separar”, digo en escena.

Ya en la balsa, escuché dos explosiones terribles, el mar vibró y yo pensaba que todos íbamos a volar por el aire: era el crucero que se hundía por completo. Con los compañeros estábamos unos encima de otros –cosa que nos ayudó mucho a mantener el calor- y así pasamos 41 horas, desde el domingo a las 17 hasta el martes a las 11 de la mañana, cuando nos rescató el destructor Bouchard. Imaginate el frío que pasé que cuando me subieron vieron que tenía desde la cintura hasta la punta de los pies totalmente congelado, y no podía ni caminar.

- ¿Te costó reinsertarte en la vida diaria después de la guerra?

Por suerte, cuando volví de la guerra, lo primero que hice fue empezar a contar todo lo que me había pasado. No sufrí ese problema de tantísimos veteranos que no contaron nada durante mucho tiempo o que hasta hoy en día no quieren ni hablar de lo que pasaron. El hecho de poder compartir mis memorias hizo que no tuviera problemas en la reinserción.

Antes de ir a la guerra trabajaba en una fábrica de alambres de cobre de un vecino, lugar al que volví cuando regresé a casa. Después, la verdad es que no tuve problemas de adicciones ni de alcoholismo. Continué mi vida desde donde la había pausado.

- ¿Cómo arranca tu amor por los Beatles?

En aquella época de Malvinas yo era re feliz porque escuchaba en todas las radios música nacional, era fanático de las bandas de rock del momento y la música extranjera no me atraía. Y un día me llama un muchacho que me dice que le había dado mi número un profesor y quería saber si me interesaba hacer una prueba, porque estaban en una banda y se les iba el baterista. Acepté a pesar de que me dijeron que tocaban música Beatle y no me convencía tanto. Fui y toqué, y al término se me acercó el pibe que armaba la banda y me tiró: ‘no tenés mucho la onda Beatle por la forma en que tocás, pero tu profesor nos dijo que sos un pibe macanudo así que vamos a intentarlo’. Eso fue en el año ’95.

De ahí en más la banda fue cambiando de integrantes y pasó a convertirse en un trío. Lamentablemente hace muy poco perdimos a Sergio Fernández, el guitarrista y quien cantaba, que falleció en Navidad del año pasado. Él era el alma de la banda. Como trío llegamos a participar en la semana Beatle de Buenos Aires, que se hacía en The Cavern Club, en el Paseo La Plaza, y en el año 2004 ganamos como mejor banda Beatle latinoamericana. El año siguiente fuimos a tocar a Liverpool. Es lo máximo a lo que puede aspirar una banda de estas características.

- ¿Haber pisado suelo inglés te removió memorias de la guerra?

Lo viví como una experiencia totalmente aparte de la guerra así que no me afectó. Entiendo que es algo muy curioso y por lo que muchos medios hicieron notas: es argentino, estuvo en Malvinas y tiene una banda Beatle. Lo chistoso es que hasta que ganamos el premio nadie sabía que era excombatiente. Tiene un reflejo medio extraño pero nunca mezclé la guerra con la música.

- La última, ¿te gustó el documental de Peter Jackson, Get Back, sobre los Beatles?

Me falta ver la última parte. Me pareció increíble porque nada está fabricado para las cámaras. Son cosas que realmente pasaron. Es muy atrapante. Es más, una vez que la termine probablemente vuelva a verla una o dos veces más.

  • Campo minado. Funciones de jueves a domingos a las 20 horas, en el Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530). Hasta el 24 de abril.

 

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