Entre "Mujercitas" y "Jane Eyre", una novela sobre el desmayo como atajo para distraer al dolor

09 de julio, 2023 | 14.42

(Por Eva Marabotto) “Las desmayadas", la novela más reciente de Cecilia Szperling, es una fábula autobiográfica en la que aborda con elegancia y hondura la transformación que sufrió su mundo adolescente después de la muerte de su padre, cuando comenzó a sufrir desmayos recurrentes, un "ejercicio para no morir" que tiene algo de acto performático y se instala, según la autora, como una estrategia ante la fragilidad.

“La novela familiar es una fábula, un relato que construimos para nosotros mismos", dice la escritora en torno al eje de “Las desmayadas”, una nouvelle de ritmo acelerado, escrita en apenas tres meses durante la pandemia, con un tono que tiene algo del apacible “Mujercitas” de Louisa May Alcott pero también de la tenebrosa “Jane Eyre” de Charlotte Bronte. En una atmósfera que retoma algo de ambos climas transcurren los días de la adolescente protagonista, quien, a la vez que hace expresión corporal y danza con sus hermanas, se entrena en el arte elegante y evasivo del desmayo,

“Escucho que acaba de morir padre. Tengo 15 años. Veo a mis hermanas bailar, resplandecer en medio de nuestro jardín-selva que nadie cuida, bajo una luna desbordada, redondísima, blanco-fuego. La luz lunar las vuelve brillantes, fuertes, hermosas. En sus camisones parecen diosas griegas en el Parnaso, luciérnagas iluminadas de alas transparentes”, cuenta la narradora en el primer párrafo de la historia.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Para superar el dolor y el vacío que la ausencia de su padre dejó en su vida y en el gineceo en el que se convierte la enorme casa en la que vive con su madre y sus hermanas, la protagonista encontrará una salida: el desmayo que le permite evadirse, olvidarse y dejar de ser. “El desmayo es elegante, es el deseo hecho carne. Puede ser etéreo, como una bailarina clásica en zapatillas de punta. Puede ser una brisa leve de primavera. Yo desmayo, así no molesto pero así el mundo tampoco me molesta”, describe tras uno de ellos.

Cecilia Szperling nació y vive en Buenos Aires. Creó ciclos literarios, programas de radio y televisión; escribió guiones para documentales y dicta talleres en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, en la Universidad Torcuato Di Tella y en London Spanish Book & Zine Fair. Publicó las antologías “Confesionario. Historia de mi vida privada” y “Confesionario II”, los cuentos “El futuro de los artistas” y las novelas “Selección natural” y “La máquina de proyectar sueños”.

Sobre cómo transformó una experiencia autobiográfica en un novela que tiene mucho de puesta en escena conversa la autora con Télam, en una entrevista en la que describió a “Las desmayadas”, publicado por Emecé, como “un libro escrito como una coreografía”.

- Télam: Encontraste en el texto un tono elegante y, a la vez oscuro, entre Jane Austen y las hermanas Bronte…

- Cecilia Szperling; Quería un clima entre el glam romántico y la esencia que llega de las poetas del Cono sur. De Alfonsina Storni, de Juana de Ibarbourou, de Gabriela Mistral, a la que cito en el texto. Quizás también las inglesas, ya que hay una cierta afinidad. También con Silvina y Victoria Ocampo y con la Beatriz Guido de "La mano en la trampa". Todas tienen un dejo fantasmal, pero en espacios que son ancestralmente femeninos: la casa y el jardín.

-T.: Hay influencias literarias muy fuertes: el texto tiene resonancias de tus lecturas adolescentes…

-C.S.: Sí. Está “Mujercitas” de Louisa May Alcott, pero también “La casa de Bernarda Alba” de García Lorca y “Las vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides. La idea de una manada de mujeres solas en una casa. Quizás también “La condesa sangrienta” de Alejandra Pizarnik, donde están también lo gótico y la sangre.

Mi mamá tuvo una formación anacrónica para la época. Estudió declamación y en la escuela la cargaban porque era anticuada. Pero eso me lo transmitió a mí. Yo lo relaciono con mis lecturas de Manuel Puig, esa fascinación por lo retro, lo melodramático, por las películas en blanco y negro, el cine mudo alemán. Todo aquello que rescató Puig pero también años después el cine de Almodóvar. De ahí vienen ese jardín en sombras, esos camisones lánguidos y los desmayos que aparecen en la novela.

-T.: En ese sentido, los desmayos que sufre y con los que, de algún modo, experimenta la protagonista, son también una performance, una caída habitual en la danza moderna.. .

-C.S.: Esa elegancia que notás viene de que mis hermanas y yo hacíamos danza moderna. Incluso el desmayo, como expresión, tiene algo de esa caída performática, de caída seductora. En estos casos la mujer pasa de ser la víctima o la presa a convertirse en el centro. Es un modo de dar vuelta la escena. Es la estrategia del débil.

-T.: Pero el desmayo no tiene solo una función estética sino también de evasión, de huida…

-C.S.: Es un ejercicio para no morir. La muerte del padre abre una herida, plantea una pregunta sobre la muerte. Algo metafísico. Entra otra dimensión. Entonces, cuando algo tan oscuro emerge, el desmayo es un momento en el que vos podés jugar. Es un ejercicio para escaparse. Es un juego que tienen los niños.

-T.: Esa historia de mujeres hermanadas, que se apoyan ante una pérdida, se inscribe en la creciente literatura que enfoca a ese género o está escrita por autoras...

-C.S.: Claro. Es que hay historias que hemos leído cientos de veces. En cambio, por ejemplo, Gabriela Cabezón Cámara le da una vuelta al Martín Fierro para contarlo desde otro punto de vista. O María Fernanda Ampuero, que vuelve góticas escenas de discriminación dentro de la familia. O Dolores Reyes, que aborda los femicidios en “Cometierra” pero desde la visión de las mujeres.

-T.: Te apropiás de episodios de tu biografía, pero los transformás, y denominás a la novela “fábula autobiográfica”, en un sintagma que une dos términos que parecieran antagónicos…

-C.S.: La novela familiar es una fábula, un relato que construimos para nosotros mismos. Son nuestros propios mitos, construidos con nuestras lecturas, con los cuentos que nos contaban cuando éramos chicos. Hasta de ciertas imágenes que entran en el ADN de tu imaginario.

En ese sentido la denomino fábula porque mi casa era un terreno bastante fabuloso. Éramos tres mujeres encerradas en plena guerra de Malvinas por la dictadura, pero con una formación en danza y expresión corporal, bailando en camisón por el jardín.

En mis libros recorro mi autobiografía. Los pienso como canciones, como poemas. Tienen las imágenes condensadas de la poesía. Si las diluís, las transformás en otra cosa, pierden peso. Necesitan intensidad y concentración.

-T.: ¿Cómo fue el trabajo de escritura y de edición del texto?

-C.S.. Lo escribí en tres meses pero después vino la pandemia y tuve un largo tiempo para editarlo. Para poder hacer la construcción del objeto libro. Pensar la portada. No corrijo mucho, pero sí trabajo bastante en el montaje. Muevo escenas, expando o reduzco ciertos pasajes como si estuviese en una sala de montaje y estuviese haciendo cine.

Con información de Télam