(por Marina Sepúlveda).- El libro ''Curadurías del fin del mundo", de la curadora, escritora y docente Kekena Corvalán, afirma una práctica curatorial inscripta desde un fin de paradigma y otros modos de habitar de las prácticas artísticas, atravesada por "otros reclamos, otras voces y otras instancias de democratización e inclusión".
"Curadurías del fin del mundo" es la continuación del exitoso libro "Curadurías afectivas" (Cariño Ediciones), que a dos años de su lanzamiento espera una segunda edición, y en tanto continuidad de "prácticas y formas de territorializar el deseo colectivo", el libro recién publicado por el novísimo sello Autoras en Tienda, contempla "teorías, curadurías, artes vitales y feminismos" e indaga sobre otras curadurías posibles, explica a Télam Corvalán.
"Autoras en tienda es una movida hermosa que me conmueve profundamente", señala sobre la editorial surgida en pandemia. Y "ahí estamos otra vez con el tema del fin de paradigmas centrales y marcados para la circulación de contenidos", remarca sobre el proyecto editorial dirigido por Julia Laurent, que en 2021 serigrafió remeras con la tapa del primer libro publicado en ese otro "proyecto hermoso" que es el sello Cariño, de Mariana Yanuzzi.
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"Autoras es una deriva de 'Curaduría Afectiva' -agrega Corvalán-; deviene editorial porque 'descomprende' enseguida cuál es la lógica de la circulación y que así como intervenimos en el lenguaje tenemos que tomar los soportes y disputarlo todo".
A la espera de la pronta edición de un tercer nuevo libro sobre la temática, Kekena, como se la conoce, indica que las autoras de ese proyecto editor devienen "feriantes" que "andan con una valija de libros", porque "tampoco" les "convence el formato editorial hegemónico".
"Escucho a las grandes autoras feministas sufrir con sus editoriales y editores machirulos: cobran derechos de autora cuando a ellos se les ocurre pagarles, no saben cuánto se vende, a dónde llegan sus libros, qué sucede con esas mediaciones mercantiles que son indudablemente muy poco afectivas. Y Autoras es otra cosa, ya desde su nombre pone el énfasis en otro lado", enfatiza.
Así, términos como territorializar, cuerpos, afecto, escucha, desmarcar, comunidad, práctica situada o "autorías disueltas", las teorías y posicionamientos se despliegan en cinco potentes casos, como la gran exposición "Para todes, tode" (en 2019 en el Conti y en 2020 en el CCK), la experiencia maravillosa de las "Cuarencharlas" virtuales, el proyecto de un "Desmonumento" reivindicando el acto de resistencia de las cinco "Putas de San Julián" en 1922 tras los fusilamientos de obreros de la Patagonia, en Santa Cruz, y los más actuales Campamentos Artísticos Curatoriales.
Egresada de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos aires (UBA), Corvalán realizó numerosas curadurías y publicó también "Artistas Latinoamericanas, un recorrido de diálogos conceptuales" e "Historias de Cabeza Partida".
-Télam: ¿Por qué el título "Curadurías del fin del mundo"?
-Kekena Corvalán: Ushuaia es un lugar muy potente en mi vida, como lo es toda la Patagonia Austral, fin y comienzo de otros mundos. Hablar hoy de fin del mundo hace alusión a todo un quiebre con el mundo único y binario en el que vivíamos hasta 2016 (como fecha factible) para establecer un punto de inflexión y pensar juntas, porque creo que fue el emergente de situaciones que empezaron a amasar otras combinaciones. Desde los feminismos, el #3J, el primer paro nacional de mujeres; a nivel personal, es el año en el que comienzo todo un proceso de resistencias, años durísimos con el macrismo desgobernando el país, que también fue un poco el fin del mundo, el fin de la década ganada. Curé en ese año una exposición que para mí fue clave: "El arte es la continuación de la política por otros medios", en Pasaje17, que fue frase luego para muches pibes en gestión cultural. Imaginate cuando lo ví pintado con mi nombre en el baño de El Tano Cabrón, un teatro bar que surgió ese año para bancar la nocturnidad en CABA con otros posibles desde una mirada nacional y popular.
Yo aún era una curadora "normalizada", recién a fines del 2018 sentí claramente -desde la curaduria del 'paratodestode'- que, como dice la canción, "Si algo ha cambiado, eso es nosotres", y que el campo del arte, la curaduría, la museografía, la cultura estaba profundamente atravesado por otros reclamos, voces, instancias de democratización e inclusión. Que esos otros mundos empezaban a reclamar también derecho a la existencia en la práctica artística que se volvía cada día más situada e indisciplinar.
En pandemia, el fin del mundo tal como lo conocíamos se hizo bien patente, ¿no?, me acuerdo que a findes del 2020, comienzos del 2021, se hablaba de la vuelta a la normalidad. Y 'nosotres' repetíamos: ¿Normalidad? Al closet y a la normalidad no volvemos nunca más. Era esa sensación clara de habitar un planeta dañado, un campo cultural.
-T: Definís "curaduría afectiva" como "el escurrirse entre lxs cuerpos de esta resaca dulce de desearlo todo", ¿qué representa la del fin del mundo?
-KC: Más y más desear, más proyectos, más "viajar mundos" con otras, más tantear, como diría la Lugones, con los ojos cerrados, buscando 'acuerparnos', más, más, más, de esa resaca. Creo que esa resaca es otro indicio del fin del mundo, porque para mí, además de política y por eso mismo, la cuestión es poética.
-T: Entre el canon y legitimaciones institucionales y de mercado que recortan las expresiones y prácticas artísticas ¿Qué significa la curaduría desde tu perspectiva?
-KC: El trabajo de la curaduría para mí es abrir mundos. Es un ejercicio de desmarcarse de toda una tradición moderno colonial que nos pone en el centro del poder para que otras existencias se revelen, para producir otras vitalidades, organizarse para desorganizar.
Vitalidades esta palabra que uso es bien contundente, ¿no?, porque todo en el terreno expositivo es tan constipado, tan aburrido, tan muertito. Recibo todo el tiempo invitaciones de galerías, ferias, inauguraciones, museos, salones y me da enorme pereza ir, fundamentalmente porque son contextos horriblemente soporíferos. Esas mismas obras, prácticas y relatos, esos mismos museos, en otros contextos, con otros proyectos, me encantan, pero con la lógica curatorial imperante, con textos de sala que son textos cohete, con 'les artistes' que son meros agentes pasivos que llevan su obra gratuitamente en el 99% de los casos, que están ahí rogando que alguien los llame, toda esa retórica que no dice nada toda esa prosodia, esa enunciación, me duermen mal.
Para mí la curaduría es un acto de escucha y un lugar de habla de otredades. El trabajo se vuelve entonces, reitero, abrir el mundo a otras maneras de andar, a otras existencias, entregando el poder, sacándonos la gorra de una vez.
-T: ¿Se puede realmente concebir una muestra desde el concepto tradicional de curaduría hoy que permita conectarse con obras y propuestas?
-KC: Sí, no solo se puede, es lo que se hace. Es la política curatorial pública y privada que prima, consagra, proclama a 'les artistes'. Con política de cupo: cupo indígena, conurbano, "federal", lgbttq, artesano, pobre. Pero no deja de ser una curaduría tradicional. Y aquí, pensando, se ve bien patente qué es un curador: una suerte de funcionario del arte que administra relatos sobre bienes culturales, que para dar cuenta de ese ejercicio de administrar, seleccionar quién sí y quién no, es clave. Seleccionar y organizar a priori, (donde el a priori mayor soy yo, mis juicios, mis saberes, mi investigación), es lo que se realiza comúnmente.
-T: ¿Qué diferencia esto de la curaduría expandida?
-KC: Me parece que curaduría expandida tiene que ver con llevar la curaduría tradicional fuera del museo, la colección, el archivo, el patrimonio tiene que ver con salir del cubo blanco y de sus objetos colgables y pensar con lógicas que rompen la supremacía de la "obra de arte" tradicional. No sé bien qué es, me imagino que es curar un mapping, una fiesta, una lista de Spotify, un ciclo especial de charlas en un festival de cine, un evento de poesía (pero sin) que parezca que llamo así al trabajo de producción, programación y edición.
-T: ¿Qué sucede con el cuerpo en las prácticas curatoriales que trabajas?
-KC: El cuerpo ¿quién puede separarlo de algo? Yo tengo el cuerpo muy muy muy amarrado a la cabeza, no encuentro diferencias. El cuerpo somos 'nosotres', cuerpos singulares y colectivos. Nuestras prácticas curatoriales suceden desde el cuerpo, no hay modo de que sea de otra manera. Ejerzo la curaduría metiéndome en tetas con 'otres' en un camalotal entrerriano mientras sentimos/oímos/entrevemos miles de existencias que nos andan por al lado. O caminando por la estepa patagónica, metiéndote en el mar de San Julián por las marismas a metros de donde estoy curando el Desmonumento a las putas. O durmiendo en la sala del Museo Provincial de Bellas Artes René Brussau, en Resistencia, en proceso de montaje. O pasándome días en la reserva de un museo como el de Neuquén o el Urbano Poggi de Rafaela para conocer e investigar las artistas de una expo. O marchando el 2 de octubre en Tlatelolco en el DF con las y los 'pibis' secundarios de Ayotzinapa, para acompañar a Enrique Jezik en la producción artístico curatorial de su obra. O dedicando horas a feriar libros y a leerlos sobre todo, a leer mucho y todo tipo de literatura, no sólo la teórica que necesito como marco para mi propia producción. ¿Cómo alguien puede pensar que todo eso se hace sin el cuerpo? Cuerpo que abraza, que nutre, que cocina, que marcha, que siente, que resiste, que desea. Sin cuerpo, nada para decir.
Con información de Télam