Intersecciones entre vida y obra: cuando la pregunta deviene arte

27 de febrero, 2022 | 18.26

En sus obras, Pablo Lapadula, Jimena Croceri, Eduardo Molinari y Adriana Bustos, cada uno con su tono y estilo, despliegan conversaciones críticas sobre la relación entre humanos y no humanos en un sentido estético, poético y político, ya sea revitalizando los recursos naturales, proponiendo obras fantásticas que ponderan lo biológico, criticando al modelo extractivista o reflejando otros modos de relacionarse con el entorno sensible.

Las imágenes recientes de yacarés escapando de las llamas del fuego conmovieron a todos; lo que parecía un relato distópico se viralizó en redes sociales, llegó a las conversaciones familiares y se instaló en los medios de comunicación. Más allá -o más acá- de las responsabilidades políticas que corrieron el foco de lo importante, lo que se expuso fueron las pruebas concretas de un modelo social, económico, político y cultural que no empezó ayer.

Adriana Bustos piensa que estamos viviendo en "tiempo real" el deterioro planetario, además de "una escala zoológica distorsionada por la sobrevaloración de la consciencia como un súper poder que nos ubicaría por sobre otras formas de vida, los avances de la ciencia y la tecnología vienen a alimentar dicho poder a partir de la manipulación del ADN". Ella encuentra que algunas de estas referencias atraviesan de manera tangencial parte de su producción. "El relato histórico es el substrato de mi obra, pero la historia no es un discurso totalizante. Contiene en su estructura espacios vacíos, inconscientes, contradictorios y quiméricos. Por mi parte intento ir al encuentro de aquellos espacios, sacudir los patrones de conexión pre existentes conocidos y reacomodar la información dentro de nuevos patrones. La operación quizás provoque nuevos modos de ver el mundo", se ilusiona.

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Biólogo y artista visual, Pablo Lapadula concibe su crítica a la mirada positivista sobre la naturaleza "apuntada no al método científico ni tampoco a la práctica artística, que son muy eficaces dentro de su propio diseño, y por eso defiendo las prácticas disciplinares desde su propio lugar y lo que propicio es un puente y diálogo entre ellas más que una hibridación, un diálogo que acompañe la reflexión mutua", cuenta sobre su trabajo "como artista referido en el campo de la biología" donde "trata de poner en referencia y relativizar el pensamiento positivista científico a una práctica cultural relativa al marco cultural de época".

En ese diálogo, Lapadula busca también que "la sociedad lea la producción científica como una producción subjetiva de un campo que trabaja una retórica de la objetividad y de esta forma acercamos la ciencia a la sociedad, porque la ciencia tiene tantas imprecisiones, dudas y cavilaciones como cualquier otro campo cultural. La ciencia al presentarte como humanitaria, subjetiva y frágil puede ser integrada al gran coro de la cultura sin tener una especie de pretensión de superioridad y esto la enriquece". Por eso agrega: "Intento que la intersección de mi vida, la práctica artística, científica, emocional y familiar, esté toda adentro de una amalgamada idea de cómo vivir en el mundo y que esa idea sea artística. El arte entendido a la vieja usanza: como aquellas acciones que el ser humano implementa para mejorar la relación consigo mismo y con humanos y no humanos".

¿Cómo lograr esa relación? En la obra de Lapadula la respuesta está en mostrar lo contradictorio: "No pretendo que mi obra revolucione y dé una mejor respuesta y solución al problema, pretendo que en ella se reflejen mis contradicciones porque soy un producto de época, y a partir de objetivar nuestros defectos en una sala de exposición y debatirlos en la arena pública de la cultura, es ahí entonces que vemos nuestra patología y a partir de verla estamos capacitados para tratar de reformularla. Evidentemente un planteo así debería entroncarse en la agenda de los conflictos sociales y políticos porque la actividad artística y científica son parte de la agencia social y política de época y consecuencia de una relación histórica".

A pesar de haber tenido desde joven "un vínculo amoroso con animales y plantas, bosques, lagos, mares, montañas", Eduardo Molinari encuentra un punto de inflexión como persona, ciudadano y artista que ubica en el año 2008, cuando "tomé conciencia de la gravedad de la situación que estamos atravesando como país y como planeta" a partir de la investigación y el contacto territorial que se activó cuando empezó a informarse sobre modelo de agronegocios y sus efectos.

"Este despertar -como lo llama el propio Molinari, además docente investigador en el Departamento de Artes Visuales de la UNA- activó una militancia que intento ejercitar desde lo que sé hacer, desde la práctica artística, pedagógica e investigativa. Una práctica situada, en contexto, transdisciplinaria e indisciplinaria: en busca de saberes vivos para alcanzar el Buen Vivir y habitando procesos de desborde y desestabilización de las codificaciones que propone el pensamiento dominante y opresor del neoliberalismo y el fascismo posmoderno".

Con la convicción de la colaboración como eje de la práctica artística, Jimena Croceri dice que tiene un método "de laboratorio que no es racional ni estéril sino mas curioso que preciso mi trabajo se compone de varios elementos protagonistas: el tiempo, el azar, la colaboración, el acontecer de los elementos, la correlación y la coincidencia. Esto no disminuye la autoría pero tampoco la coloca en primer plano", explica la artista quien define que su enfoque "se centra en estas colaboraciones con humanes y no humanes".

Fuera de grandes "teorías acaparadoras", como las llama, Croceri encuentra que su práctica artística "mas bien busca otros ritmos, donde parece que no hay nada. Pienso el arte relacionado a una nota o un recordatorio que nos muestra una fuerza donde pensábamos que no había nada. Esta idea de fuerza no es una relacionada al progreso o el movimiento hacia delante, es mas cercana a los procesos naturales y a los trabajos cíclicos", reflexiona.

Con información de Télam