"Sangre joven", del laureado escritor Javier Sinay, se sirve de la crónica para narrar diferentes crímenes ocurridos a partir del 2002 en la Argentina, ilustrando una generación desde diferentes aristas, como las relaciones afectivas, los consumos culturales, sus intereses y lugares frecuentes, en un contexto violento y en constante ebullición, como una forma de "poner palabras" y "darle algún sentido" a los homicidios juveniles.
-Télam.: ¿En qué sentidos considerás que tu libro emerge a partir de una época violenta y de una Argentina con heridas de los ´90 y el estallido del 2001?
-Javier Sinay.: Claramente es el resultado de varios años de violencia contra la juventud. Los antecedentes más claros son la violencia de los ´70 sobre los jóvenes. No me refiero solo a la dictadura sino también a los años previos, a la Triple A y el trato que tenían las fuerzas policiales con la juventud. Lo que vino después, especialmente, en la década del 90 con casos como Walter Bulacio y Miguel Bru, que fueron abonando un camino bastante duro y a fines de los 90, principios de los 2000 y con la crisis del 2001 desembocó en todas estas historias que hay acá, que ocurren entre 2002 y 2008. Las ultimas dos en 2011 y 2013. La violencia es una corriente que hace empujar todo este río que desemboca en estos ocho casos donde está naturalizado que los jóvenes vivan su vida a través de hechos tan violentos, como una consecuencia grande de toda esa historia que traemos.
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-T.: ¿Qué temple se necesita a la hora de encarar el proyecto de escribir un libro sobre asesinatos?
-J.S.: Principalmente, tenés que estar dispuesto a meterte hasta el fondo de la historia e investigar mucho, hablar con muchas personas, que a veces no es muy simpática o con gente que tiene mucho dolor. Finalmente, se tiene que tener mucho respeto a la hora de escribir la historia sobre cada una de esas personas. Eso me lo hizo notar el padre de una de las victimas de la masacre de Carmen de Patagones, un chico de 15 años que había muerto en el aula cuando Junior empezó a disparar. Lo había entrevistado en Carmen de Patagones muy tarde a la noche porque el señor trabajaba en un camión y volvía muy tarde. Me contó la historia del hijo, cómo fue el caso. Volví para entrevistarlo al día siguiente pero no quiso. En la puerta de su casa, me dijo "¿sabés que pasa? Ustedes los periodistas vienen acá, se llevan sus historias, no vienen más y nos dejan a nosotros enterrados en el dolor". Fue durísimo. No sé porqué le dije, aunque creo que estuve bien, "sí, es verdad".
Él se refería a los móviles de la televisión que habían ido a penas ocurrió el hecho. Yo era periodista, no podía mirar para otro lado y sacarme el peso de todo eso. Entonces agregué: "Pero usted me recibió ayer, me contó cosas y estoy trabajando en una crónica sobre todo esto. ¿Cómo cree usted que debería hacer mi trabajo?". Me respondió: "Cuando escribas, pensá que mi hijo te va a estar mirando sobre tu hombro, desde el cielo". Ahí entendí que tenía que hacerlo con respeto.
-T.: En algunas crónicas aparece la decisión de los involucrados de escribir sobre lo ocurrido, ya sea en una carta o en un diario íntimo. ¿Qué pensás que implica el acto de dejar en palabras los crímenes?
-J.S.: Hay algo muy interesante de los crímenes que son actos salvajes, violentos y breves. Duran unos minutos, es un acto corporal, un despliegue de fuerzas y se acabó. Después vienen una cantidad de discursos, uno sobre otro: el discurso policial, el discurso judicial, el médico forense, el discurso político, el literario, el psicológico y por supuesto, el autobiográfico en el caso de las cartas.
Esta torre de palabras y papeles que viene después la construimos como sociedad porque no sabemos qué hacer con los crímenes, porque son inexplicables y sin embargo, ocurren. Entonces, le tenemos que poner palabras para darle algún sentido y, así, se va formando este infinito de relatos enmarcados, uno dentro de otro. A veces ocurre que escribiendo entendemos un poco mejor el mundo que vivimos, y a veces ni siquiera escribiendo.
Con información de Télam