Marcos Rosenzvaig: "No hay escritura sin herida"

18 de julio, 2023 | 15.24

(Por Marina Sepúlveda) Marcos Rosenzvaig vuelve a apostar a los idealismos utópicos en su nueva novela, “Yo San Tucho”, donde aborda la muerte de Roberto Mario Santucho -el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) asesinado el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli por un grupo de tareas del ejército- y la búsqueda infructuosa de su cuerpo desaparecido, que despierta tantas posibilidades como la imaginación encarnada en el personaje principal, el taxista Julio López, se permite explorar.

Publicada por Marea Editorial, la novela de 190 páginas posee cuatro capítulos de títulos reveladores: "El departamento de la calle Venezuela", "Un viaje a Campo de Mayo", "El subsuelo", y por último "San Tiago/San Tucho", que en la línea de la religiosidad popular que encarnan la Difunta Correa, el Gauchito Gil o Gilda sitúan al líder guerrillero como un hombre común transformado en héroe colectivo, en santo que cuida de los pobres.

López, el personaje, busca, indaga, encuentra pistas, traiciones. Vive las muertes, pronuncia discursos, defiende la memoria olvidada, también las de Liliana Delfino, Benito Urteaga y Ana María Lanzilloto, integrantes del movimiento descabezado hace 47 años. Por momentos es el propio Santucho, también el gringo Menna antes de la emboscada, pero este personaje también se detiene en los deseos del mayor Juan Carlos Leonetti, jefe del operativo, entre otros. Al desgranar una época, retrata esperanzas y sueños colectivos e individuales, amores, miedos, la tortura y la muerte. Escribe para el futuro y recuerda en su piel la memoria silenciada, delira, tiembla de miedo y es amenazado en el presente con el "¡no te metas!" que si no ..."

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Autor de "Querido Eichmann" (2021), donde pone voz al jerarca nazi Adolf Eichmann refugiado en Argentina tras la Segunda Guerra antes de ser colgado en Israel, y de novelas como "Naufragio en Bibbona" y "Cabeza de Tigre", el escritor propone un texto anclado en los hechos desde donde observa el declive de una década revolucionaria clausurada que aguarda ser repensada desde los grises propios de la Historia.

Rosenzvaig, actor, dramaturgo y docente, se vale de lo teatral como recurso para hablar de esa profundidad del subsuelo de Campo de Mayo "tan grande como la patria" y el encuentro con el general Antonio Bussi exponiendo el museo de la subversión con trofeos y los cuerpos embalsamados de Santucho y Urteaga como fantoches de un juego macabro, contrastados con carteles del Equipo de Antropología Forense: "Por aquí pasaron más de 5000 detenidos y sólo 43 sobrevivieron. La mayoría fueron eliminados en los llamados Vuelos de la muerte", se lee.

Rosenzvaig utiliza el recurso del anacronismo para mezclar las líneas temporales de un presente en democracia con esos primeros meses de la dictadura cívico militar, y desde allí narra entre alegorías y metáforas una generación diezmada, asesinada, desaparecida: ¿Dónde está Santucho? se pregunta una y otra vez López en su desesperación febril.

-Télam:¿Qué significa para usted la figura de Santucho?

-Marcos Rosenzvaig: Para muchos de nosotros, un ideal, como lo fue el "Che". La novela está exenta de todo maniqueísmo, de allí que elijo la mirada de un taxista que se cree Santucho. Julio López es un ex estudiante marginal, adepto a los fenómenos parapsicológicos y la teoría del anacronismo. Un ser que cree, aunque de manera individual, en una mística revolucionaria. Un creyente anarquista estudioso de la Escuela Científica Basilio y al mismo tiempo de Gilgamesh y obsesionado por encontrar la verdad, y esa verdad está en el cuerpo de Santucho.

-T: ¿Por qué la necesidad de tanta memoria? ¿por qué es tan imperioso encontrar su cuerpo?

-MR: La búsqueda del pasado será siempre como la misión de contar hasta la última estrella. En la imposibilidad yace el secreto, de allí la importancia de continuar buscando. El mundo ha devenido más tarado en la política y más eficiente en el cultivo de los individualismos, en el avance de la ciencia y la tecnología. Esa memoria escribe con sangre las palabras mística e igualdad, todo lo que el nuevo mundo considera como fuera del tiempo y retrógrado. El encuentro del cuerpo de Santucho será el encuentro de apenas una verdad avasallada, una luciérnaga en el vacío de un cielo sucio.

-T: ¿Qué lo motiva a volver sobre un tema tan doloroso -aunque sea distinto al del nazismo de su novela anterior- de una herida latente a pesar de que se conmemoran 40 años del regreso de la democracia?

-MR: No hay escritura sin herida, en el dolor se instituye, nos sana y ennoblece. Algo aprendimos en estos 40 años, pero el olvido será siempre más grande que la memoria y lo que me motiva no es esclarecer la historia ni juzgar a nadie, porque para eso están, supuestamente, los tribunales. Además, una novela no se escribe para juzgar, sería demasiado inocente. Tal vez me motiva el deseo de que las nuevas generaciones conozcan a quienes creyeron. Creer es ya un logro, poco se puede gestar con los incrédulos. "Querido Eichmann" está vista desde el cerebro de un nazi, "Yo San-tucho" desde el sueño de un taxista: ser un anarquista al estilo (Simón) Radowitzky, capaz de sentenciar su vida a cambio de la venganza a un cruel jefe de la policía (Ramón L. Falcón, 1909, después de la feroz represión durante la Semana Roja). Los dos personajes, Ricardo Klemen (Eichmann) y el taxista Julio López, tienen en común la pasión por los fenómenos paranormales y el mundo sobrenatural.

-T: Pensando en los cuadernos que escribe el personaje principal, Julio López, con el deseo que los lea su hijo, ¿busca que esta novela sea leída por las nuevas generaciones?

-MR: Sí, aunque entiendo que es más un deseo que una certeza. La novela guarda la posibilidad de que las nuevas generaciones valoren lo que hizo la generación a la que pertenecen sus padres. Las quimeras son esenciales, ellas son la energía que nos impulsa a seguir escribiendo, a buscarle, aunque mintiéndonos, un sentido a la vida.

-T: Si bien es un recurso, la figura del anacronismo permite a López vivir la vida de todos, pero ¿qué representa la historia de Gilgamesh mezclada con estas líneas temporales, la parapsicología, los ovnis, es solo un detenerse en los pensamientos de la época o son otra cosa?

-MR: La novela se inicia cuando confluyen dos tiempos, un 19 de julio de 1976, en el departamento de la calle Venezuela, sitio de la balacera en donde Santucho cae mortalmente herido, y el presente. López vive las dos temporalidades. Esa confluencia imposible entre marxismo y los fenómenos parapsicológicos, en especial el anacronismo, me permitieron indagar al personaje Santucho desde un lugar distinto.

Gilgamesh representa para el taxista el héroe derrotado que ha vencido a la muerte. Una especie de Robin Hood contemporáneo decidido a luchar por la humanidad. Sus aspiraciones son tan inmensas como imposibles.

-T: A diferencia de ese Eichmann "humano" en su novela los militares como Bussi (y aquí Tucumán está presente), Videla o el propio Leonetti, y sus mujeres, por ejemplo, están más cercanos a personajes grotescos, ¿por qué este tratamiento como más deshumanizado? ¿Es más difícil hablar desde estos personajes, sus deseos, pensamientos, que con Eichmann?

-MR: He intentado hacer de Leonetti un hombre convencido de su misión. No adscribo que haya sido pintado como un grotesco, pero ciertamente tampoco tiene la profundidad que se halla en el personaje Ricardo Klemen (Eichmann) en "Querido Eichmann". No es el caso de Bussi, porque él ya de por sí es un grotesco y por lo tanto resulta un tanto más fácil escribirlo o ponerlo en escena. En cuanto al rango femenino se trata de mujeres de militares, criadas besando los hábitos religiosos y muy seguras de sus mandatos. Sus pensamientos están vinculados a un realismo feroz. También ellas están convencidas de las virtudes de sus maridos militares.

-T: ¿Qué asocia con ese subsuelo descripto en Campo de Mayo como del tamaño de la patria, donde estuvo el museo de la subversión, y hay un juego más cercano con lo teatral? ¿Es Dante descendiendo al infierno o cuál sería la analogía actual?

-MR: Efectivamente, lo asocio al Infierno de Dante. Los pecadores y también los que ansían la santidad están allí, en pasadizos insondables, están allí los desaparecidos esperando ser vengados, o bien, esperando que sus luchas no hayan sido en vano. Los cuerpos congelados de Mario Santucho y Benito Urteaga colgados de un guinche y expuestos a la vista de todos como medias reses sangrantes. Una Argentina invisible de Mallea soterrada en los subsuelos, una Argentina que busca una salida, un taxista que busca el cuerpo de Santucho.

La analogía actual, desgraciadamente, la vemos en la represión de Jujuy y en los que se levantan oponiéndose a los visos dictatoriales de entonces.

Siempre en mis novelas hay una mirada teatral, está en mí, en el modo en el que trabajo las situaciones, las escenas y los diálogos.

-T: ¿Cómo fue el trabajo y cuánto tiempo le llevo recuperar la historia de la detención y asesinato de Santucho y la cúpula del ERP, y esa traición que parece desprenderse de una reunión entre Santucho y Montoneros (unos mueren y los otros sobreviven)?

-MR: La historia nos proporciona datos, lo que sucede entre la detención y la muerte de Santucho es un espacio en blanco para novelar.

Me sirvo de la historia para novelar. Si bien hay un trabajo de investigación importante, la historia y la ficción se unen tanto en mi cabeza, que tiempo después me cuesta determinar dónde yace la verdad y dónde la ficción, y de qué manera la ficción se apropia de la historia y viceversa.

-T: ¿Hay algo que falta decir en "Yo San Tucho", ese héroe popular, hombre, padre, hijo?

-MR: Naturalmente, habrá otras miradas en el futuro de otros novelistas que continúen la historia de un hombre jugado por lo que pensó y, mal o bien, lo llevó a cabo. Yo como narrador aspiro no aburrir, a mantener al lector con la necesidad de seguir leyendo.

Con información de Télam