(Por Emilia Racciatti) Los tres protagonistas de "El baile y el incendio", la novela de Daniel Saldaña París que fue finalista del Premio Herralde, habitan la ciudad mexicana de Cuernavaca entre desorientados y deseantes de encontrar un cambio, un corte con sus vidas, diversas y al borde de un quiebre, y los reencuentros que establecen amplifican sus perspectivas para intentar proyectarse en otro sentido o, al menos, en uno más desafiante.
Natalia, con una separación que no llega a consumar pero que diagrama; Erre, con una separación consumada que lo dejó sin estructura; y Conejo, el personaje que no se fue de la casa familiar primaria y asiste a un padre que quedó ciego. Los tres se reencuentran o intentar concretar un reencuentro mientras los rodeos para eso los van dejando expuestos en sus miedos, faltas de deseos o intentos de fuga.
Saldaña París dice que siente cercanos a estos personajes y la clave con la que los pone en una serie es la de ser hijos que todavía no han sido padres. Esa condición de hijos los hace, por distintos motivos y circunstancias, volver a vivir con sus padres. En el medio de un escenario apocalíptico, que incluye incendios que vuelven irrespirable la ciudad que habitan, los personajes de esta novela editada por Anagrama se mueven en una atmósfera aplastante.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Desde Nueva York, donde llegó por una beca que le permitirá escribir su próxima novela, el escritor, poeta, traductor y editor dialogó con Télam y señala que lo que atraviesa a esta historia es una reflexión sobre el cuerpo de manera especular "desde el éxtasis y el dolor como formas de pérdidas de control".
-Télam: La novela tiene algo apocalíptico, ¿ese escenario ya estaba decidido o influyó la pandemia?
-Daniel Saldaña París: Es un escenario que ya estaba y parte de la temporada de incendios de la primavera de 2019 que en México pegó muy fuerte. Se empezaron a incendiar también Australia, California. Me impresionó el centro del país cubierto de humo. Después llegó la pandemia y se nos volvió un apocalipsis más llamativo y evidente y un poco se nos olvidó lo de la temporada de incendios. Estaba estudiando sobre las epidemias de danza unos años antes (N.d.r la plaga del baile que cobró miles de vidas en la Europa del siglo XVI) y con llegada de la pandemia todo se aceleró, empecé a sentir que todo tenía sentido y al final es un apocalipsis distinto al de la pandemia porque tiene más cuerpo. La pandemia nos hizo trasladarnos al mundo de la virtualidad y yo ensayaba un apocalipsis con más cuerpo, de hecho es un apocalipsis del baile.
-T: Las tres voces son bien distintas pero la primera que leemos es la de Natalia, ¿hubo alguna que apareció primero?
-D.S.P: Cronológicamente empecé primero con la sesión de Erre, lo dejé unos meses y luego tuve más claro que necesitaba esa otra voz que era la de Natalia y escribí toda su sesión de corrido. El cuerpo era una especie de reflexión medio ensayística que quería que atravesara la novela. Sabía que un tema era la posesión del cuerpo, diferentes formas de posesión que podían ser el dolor, como una especie de expropiación o el control del cuerpo, o esos estados casi místicos que están entre la locura y el éxtasis y la brujería, que tienen más que ver con las exploraciones de Natalia. Había una reflexión sobre esa manera especular del éxtasis y el dolor como formas de pérdidas de control del cuerpo. En la tercera parte, la de Conejo, me interesaba construir una especie de personaje que fuera una voz que habla por sí mismo pero también por el padre. Es casi invitar a otro a ocupar el cuerpo, los ojos. Conejo se convierte en los ojos del padre pero de una manera más voluntaria y amable.
-T: Los tres protagonistas son hijos que tuvieron que instalarse en la casa de sus padres. Conejo nunca se fue pero los otros dos se ven casi obligados a replegarse en esas casas familiares.
-D.S.P: Es otro de los temas que no fue tan planeado pero que terminó apareciendo en la novela. Tiene que ver con ese momento vital donde muchas personas de mi generación y de la de mis personajes tienen hijos y los que no tuvimos empezamos a quedar rezagados, entonces hay una sensación de ser nosotros los hijos perpetuamente. Si no te conviertes en padre o madre es mucho más evidente esa filiación y entonces es algo que se me terminó imponiendo como tema y que en el fondo es de lo que termino hablando en mis novelas, de la condición de hijos e hijas y las incomodidades que esto supone. Los hijos que no quieren ser hijos se vuelven cada vez más chistosos. Es una especie de revuelta que pierde cada vez más sentido.
-T: En esas convivencias un poco obligadas, los dos varones son los que logran analizar, entender más a esos padres, sus decisiones, sus frustraciones, o hacen el esfuerzo. Pueden ver cómo fueron como parejas en relación a las madres.
-D.S.P: Una escritora amiga me decía que los hijos son como una especie de espías de los padres. Hay algo muy paranoico en esa imagen pero es totalmente cierta. Los padres siguen adelante con su vida y casi no ven a los hijos porque son una especie de extensión pero los hijos a medida que toman más distancia y conciencia de los padres se convierten en una especie de espías, tienen una condición privilegiada para narrar. Es una mirada cercana pero a la vez distante que te permite analizar lo que sientes respecto a los seres extraños que están ahí en tu casa en una etapa de tu vida. Es una condición que me interesa la de los hijos espías. Luego claro me interesan las relaciones de pareja. Natalia es el personaje más autobiográfico de la novela porque es con quien más me identifico en términos de cómo ve el mundo, la centralidad de su proyecto creativo en relación al resto de su vida, una especie de desconfianza del vínculo amoroso al que no renuncia sino que busca maneras de reactivar la ternura. Me interesa también la ambigüedad que hay en un vínculo que es amistoso y erótico entre los tres. Es una especie de triángulo erótico pero también amistoso. Tengo vínculos amistosos, eróticos, muy confusos todo el tiempo y me interesa pensarlos activamente.
-T: También están los grados de desconocimiento que implican a una amistad. Así describe Conejo a Natalia, como alguien que siempre tiene algo esquivo. ¿Ella parece ser la que más puede marcar esa distancia con los dos, no?
-D.S.P: Creo que es el personaje que tiene más control de cómo se muestra ante los otros, qué tanto entrega o se guarda para sí misma. Los otros están un poco más en carne cruda, se ofrecen de una manera más vulnerable. Hay algo de la relación entre los tres que me interesaba y es que en ese triángulo siempre hay un lado desconocido de nosotros y es algo que pasa en la amistad. Jugamos un poco nuestras personalidades en relación a las amistades y me interesa ese punto ciego de las personas en sus relaciones.
-T: La novela puede leerse en diálogo con "Poeta chileno", de Zambra, y "Los llanos", de Falco, parecen ficciones en las que los protagonistas se hacen cargo de lo sentimental.
-D.S.P: Leí "Poeta chileno" cuando salió y con Zambra siento mucha admiración, más que afinidad. Es uno de los autores con los que siento más vínculo e interés. Con Falco, por "Los llanos", fuimos los dos finalistas del mismo premio, me siento muy vinculado con ese espacio rural y ese salirse de la ciudad. Esa parte de hacerse cargo de lo sentimental y de las dimensiones de los personajes.
-T: ¿Ahora estás trabajando cuentos o novela?
-D.S.P: Creo que novela, soy muy mal cuentista. Lo de los "Aviones sobrevolando un monstruo" no sé muy bien qué es, son ensayos personales o crónicas. Leo mucho al cuento como género, lo admiro pero no me siento tan cómodo al escribirlo. En cambio la novela ensayística siento que me da más tiempo de desarrollar algunos temas, investigar más a fondo. Creo que terminará siendo novela con su buena dosis de no ficción.
Con información de Télam