En los Juegos Olímpicos, algunos miembros de la realeza prefieren encender la antorcha del amor en lugar de competir por una medalla de oro. Estos encuentros románticos dejaron historias emocionantes a lo largo de los años.
Por ejemplo, en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, la princesa Cristina de España conoció a Iñaki Urdangarin, miembro del equipo de básquet español que ganó la medalla de bronce. A pesar de los problemas y escándalos que enfrentaron más tarde, su relación duró casi una década.
Mientras que en Sídney 2000, Mary de Dinamarca tuvo un flechazo con al entonces príncipe Federico, hoy monarca del país nórdico, durante una noche en un bar. A pesar de la oposición inicial de la reina Margrethe, la pareja se mantuvo unida y ahora tienen cuatro hijos juntos.
Más atrás en la historia, en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, Astrid de Noruega conoció a Johan, un medallista olímpico de vela. A pesar de las objeciones de la familia real noruega, decidieron casarse, aunque Astrid perdió su título real y su lugar en la línea de sucesión al trono noruego.
Otra historia de amor olímpica es la de Alberto y Charlène de Mónaco: ella era una destacada nadadora sudafricana y él compitió en bobsleigh en las Juegos Olímpicos de Invierno de 1988, 1992, 1994, 1998 y 2002. Los actuales príncipes de Mónaco se habían conocido en el año 2000 en el Campeonato Internacional de Natación de Mónaco, que presidía el príncipe Alberto. Pero fue recién en los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín, en 2006, cuando se mostraron juntos, por primera vez, y dieron a conocer al mundo que estaban enamorados.
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Se supo cuál es el vínculo de la reina de Suecia con Argentina
Los Juegos Olímpicos no solos on una competencia deportiva, sino que también un símbolo de unión, solidaridad, empatía y amor por el deporte. A lo largo de los años, surgieron bonitas historias de amor, especialmente entre las familias reales. Una de ellas es la que protagonizaron en Múnich 1972 el ahora rey de Suecia Carl Gustaf Folke Hubertus Bernadotte y la alemana Silvia Sommerlath, hoy conocidos como los reyes del país nórdico. Y en esta historia de amor nuestro país tuvo una participación muy especial.
La reina Silvia de Suecia nació en Heildelberg (Alemania) en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Su padre era alemán, pero madre brasileña y debido al conflicto bélico decidieron instalarse en el país vecino, más precisamente en San Pablo, donde permaneció en 1957.
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De vuelta en la entonces Alemania Occidental, Silvia inició sus estudios de idiomas en Dusseldorf cuando tenía quince años hasta graduarse con una especialización en español con tan sólo 20 años. De hecho, gracias a su talento para los idiomas, ocupó puestos importantes en torno a las relaciones internacionales.
Fue así que a principios de la década del 70 comenzó a trabajar en el consulado argentino de Múnich. Y luego de ese pasó por la diplomacia, se convirtió en una de las azafatas protocolares de los Juegos Olímpicos de verano que se desarbolaron en esa ciudad en 1972. Allí conoció al príncipe Carlos Gustavo de Suecia.
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El heredero al trono tenía fama de enamoradizo y mujeriego, pero al ver a Silvia por primera vez se deslumbró. Aunque debió superar un obstáculo, ya que al rey Gustavo VI, su abuelo, no le agradaba la idea de que su nieto se casara con una plebeya, que además era tres años mayor que el príncipe.
Sin embargo, la relación continuó en secreto hasta el fallecimiento del anciano monarca. Fue entonces que Carlos Gustavo se comprometió siendo ya rey de los suecos y contrajo matrimonio pocos meses después, el 19 de junio de 1976, con Silvia. En la gran fiesta con más de mil invitados, el grupo sueco Abba estrenó en vivo el tema Dancing Queen, dedicado especialmente a la nueva reina.