Hay cuestiones familiares que se heredan y muchas otras que se eligen con orgullo como una marca de identidad propia. Este último es el motor de Pastelitos Deolinda, un negocio familiar que lleva 50 años en pie y que se dedica a llevar la tradición argentina a todos los rincones de Córdoba. Pero la historia de Rosa y Romina va más allá de un simple comercio: es el relato de tres generaciones que continuaron con el emprendimiento y mantuvieron la esencia a lo largo de los años. Aquellos pastelitos que se comercializaban el 25 de mayo de 1810 siguen vigentes en la gastronomía nacional, gracias a personas como esta familia que lo hacen posible.
Apenas se ingresa a la casa de Rosa, ubicada en la Ciudad de Córdoba, hay una sola cosa que no puede ignorarse: el aroma a almíbar inunda todo el lugar y transporta de forma directa hacia el final de la vivienda, en donde, a modo de anexo, se encuentra instalada la fábrica. Máquinas industriales manuales, bolsas de harina, cajas con dulce de membrillo y batata, freidoras calientes preparadas para cocinar y cientos de pasteles listos, son el paisaje que encandila apenas se ingresa a este espacio, pero que, para Rosa y Romina es su lugar de trabajo desde hace décadas. Este negocio familiar fue fundado hace 50 años atrás por Nélida Fernández y su hija, Rosa, y nació a partir de una necesidad. Pero actualmente, Rosa junto a su hija menor, Romina, continúan con el negocio que ahora tomó un significado mucho más especial.
"El motivo de nuestro emprendimiento fue porque económicamente no íbamos muy bien, entonces con mi mamá dijimos: ‘¿Por qué no probamos a hacer pastelitos con la pastalinda? Puede ser interesante'. Entonces con esa idea que se nos ocurrió, probamos y nos salieron unos pasteles riquísimos, tal cual como son ahora. Entonces mi mamá se cruzó al kiosco de enfrente y los ofreció. Chochos de la vida, éxito total. Otro día hicimos pasteles y se fue al centro y los ofreció a una señora que le gustaron tanto que nos pidió 100 pasteles. Y ahí comenzamos", reveló Rosa sobre los inicios de de este negocio.
En ese entonces, el negocio siguió expandiéndose por el boca a boca: la gente probaba los pastelitos, deleitados por el sabor, hacían correr la voz entre sus conocidos. Sin embargo, el momento bisagra que ayudó a la exposición definitiva fue cuando surgió la participación en La Feria de los Sabores y Dulzuras de Córdoba. "Más tarde, más o menos a los 10 años de haber empezado el negocio, salió un concurso acá, en Córdoba, que pedían artesanos y me presenté con los pasteles y bueno, me llamaron y empecé a participar en la feria de las dulzuras", contó también la actual dueña del negocio. De aquel momento en que pudieron mostrar su trabajo a más gente ya pasaron casi 30 años, pero los Pastelitos Deolinda siguen siendo uno de los productos más aclamados del evento. Esta Feria se organiza en la Ciudad de Córdoba en la fecha de receso de invierno y para Semana Santa, siendo una gran oportunidad para emprendedores culinarios de mostrar su trabajo al turismo.
"Lo que más me gusta es ver que a la gente le gusta nuestro producto, que le apasiona, que te reconoce el esfuerzo que le ponés: ver cómo lo come y disfruta cada bocado del pastelito. También saber que hay muchas personas que hace mucho que nos siguen, que cada vez que vas a la feria de sabores te dice, ‘ay como los extrañábamos’, ‘ay cuanto hace que no nos vemos’ y te preguntan si están todos bien y demás. Eso es lo que más me gusta de esto", expresó Romina. Rosa y Romina son la cara visible detrás del producto tan aclamado en Córdoba: con distribución por mayor a panaderías y diversos compradores, madre e hija dedican cinco de los siete días de la semana a la elaboración de pasteles de batata y membrillo y, a veces, de dulce de leche. "Generalmente son unos 400 pasteles más o menos, que es lo que hacemos diariamente 400, 500, depende. Eso hacemos casi todos los días", contó Rosa. Incluso, la producción tiene tanta demanda que el negocio no puede desviarse de este producto estrella porque la gente solo aclama por los pasteles: "La capacidad que tenemos de producción, no nos da para hacer otra cosa, incluso decirte que estamos superado en producción".
Cuando Rosa y su mamá decidieron arrancar el emprendimiento por necesidad económica, la elección de este producto se dio de forma casual, pero al ver la gran trayectoria que lograron, parece que los pastelitos estaban destinados a ser parte de esta familia. "Cuando estábamos en La Pampa y en el pueblo donde yo vivía, había una escuela de cocina y mi mamá ahí vio cómo hacían los pasteles, entonces fue ella la que dio la idea de hacerlos", expresó Rosa. Pero hoy puede contar la historia desde otra perspectiva: su mamá le enseñó a hacer pasteles, ella continuó con este negocio que le sirvió como sustento económico a lo largo de toda su vida y la menor de sus tres hijas, Romina, se convirtió en la tercera generación en continuar este legado que ya es más que un negocio, es una tradición familiar y provincial.
"Menos mal que se incorporó Romina porque fue la única de mis hijas que se quedó acá. Todas tienen un conocimiento de la elaboración de los pasteles, porque cuando vivían en casa, siempre estaban o armando o ayudando. Pero Romina fue la que más se incorporó, le enseñé a hacer la masa. Como ella formó pareja y su familia necesitaba tener un ingreso, esta es su profesión. Hoy hace pasteles claro y se vino para acá y entonces entre las dos somos ahora las que estamos trabajando" contó Rosa, de 83 años, orgullosa de que el legado de su mamá continúe a través de su hija.
Un ritmo intenso que da sus frutos
Para llevar a cabo un producción de semejante demanda, es necesaria una organización estructurada, pero eso no hace falta especificárselo a Rosa y Romina, que bien lo saben hacer desde hace años. Antes de la pandemia, el negocio contaba con dos empleadas además de madre e hija, pero la llegada del coronavirus y la cuarentena estricta obligó a que la producción volviera a ser estrictamente familiar. "Empezamos a ver con Romina que trabajando en serie las dos la producción salió igual que con cuatro empleadas, entonces dijimos que desde ese momento, después de la pandemia, quedábamos nosotras dos", reveló Rosa.
Las mañanas son el momento de arduo trabajo de producción, pero la tarde también tiene sus cosas: entre la producción y la distribución hay horas de dedicación absoluta al trabajo. "A la mañana temprano, tipo 7, ya pasó para la fábrica. Ahí empiezo a preparar la masa y se la dejo toda lista a Romina para cuando ella viene ya tiene para empezar a hacer el hojaldre. Entonces de ahí arrancamos en serie a trabajar, ¿no? Porque mientras ella hace lo suyo, yo le voy preparando otra masa más, voy cortando el dulce y cuando está listo el hojaldre, lo corto, armo los pasteles y paso a cocinar. Después cuando ya está todo cocinado, preparamos el almíbar y empezamos a bañar todos los pasteles. Más o menos eso nos lleva toda la mañana, a las 4 de la tarde tenemos que tener listo toda la producción para llevarla a distribución", contó Rosa sobre su día de trabajo. A la tarde, Romina sale con el auto y el baúl repleto de pasteles a hacer el reparto luego de una extensa jornada.
"Con todo el trabajo voy combinando las tareas del hogar, de ser madre y de acompañar", reveló Romina sobre este trabajo que heredó y que ejerce con honra. "Al ser la tercera generación siento orgullo. Es una gran responsabilidad para continuar con el proyecto que creó mi abuela y mi mamá y al cual mi mamá le puso todo. Saber de ese esfuerzo muchas veces me sirve de motor para seguir adelante cuando la cosa se pone difícil para que dure un poquito más", confesó.
La tradición que hace honor a Argentina
Los pastelitos son una de las tradiciones culinarias argentinas que más perduraron en el tiempo: un postre hecho a base de hojaldre, con relleno de dulce de batata o membrillo y frito, es una de las tantas formas que toma la tradición nacional. Pero para esta familia el significado de esta palabra cobra un sentido especial cuando relaciona un negocio familiar con un elemento característico del país.
"Para mí la tradición son aquellos actos o hechos que uno recibió de sus abuelos, de sus viejos y que uno mismo fue creando y que los repite a lo largo del tiempo, ya sea diariamente como tomar mate o una vez al año como, por ejemplo, mi comida favorita el día de mi cumpleaños hecha por mi mamá", reflexionó Romina sobre su percepción de ese concepto.
"La tradición es recordar y llevar lo que hacía nuestra familia, porque nosotros tenemos tercera generación que se dedica a los pasteles. No sé si vamos a llegar a la cuarta porque hasta ahora no hay otra que se haya presentado como para decir ‘yo quiero seguir con los pasteles’, pero es un trabajo que se transmitió por generaciones. Y bueno, por otro lado, en la provincia estamos integrando todo un grupo de gente tradicionalista que hace sus productos. Nosotros consideramos que a Córdoba la representamos turísticamente con la gente que viene para mostrar toda la tradición de Córdoba y el país", sentenció Rosa aún con el delantal de trabajo puesto.