Detrás de cada traje que se luce en la pasarela hay un trabajo en "equipo" y un "esfuerzo muy grande para poner a la comparsa en escena", destaca Vanesa Mantegazza, jefa de vestuario de la comparsa Papelitos, que levantó el máximo galardón dos veces y que busca la tercera copa consecutiva.
Este año, la comparsa se recrea sobre la temática vikinga, una idea que surgió durante el desfile de 2023 y que implicó "un trabajo muy en conjunto", explica Mantegazza en diálogo con Télam, sobre el espectáculo que se titula "Valkë, ser nórdico antiguo del oeste".
"Siempre tratamos de buscar alguna estética específica para poder trabajar, investigar y desarrollar. Si bien cada traje tiene que contar una parte de la historia, también tiene que representar al personaje en el carnaval, así que trabajamos mucho en elegir sin descuidar ninguna de las dos aristas", indica sobre uno de los desafíos que le implicó el relato.
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"Tal vez, algún traje tiene una morfología vikinga, pero la textura de los trajes es más carnavalera, con detalles en impresiones 3D o bordados", describe, sobre los más de 250 trajes confeccionados y que desfilarán durante seis noches más por los 500 metros de pasarela del corsódromo de Gualeguaychú.
La historia narrada a través de los carros y personajes de Papelitos se desarrolla en una isla vikinga, donde viven cinco tribus (cada una hace referencia a una comparsa de Gualeguaychú), pero sus miembros comienzan a irse porque no encuentran su lugar, y las cinco madres van en busca de un sitio donde cada uno pueda ser lo que quiera ser.
"Otro desafío fueron los trajes de las madres, porque cada comparsa tiene sus colores representativos y había que respetar la estética vikinga y buscar la armonía entre las tonalidades", confiesa la vestuarista.
En el circuito de germinación de ideas, Juane Villagra, director de Papelitos, piensa los diseños y se los presenta al equipo de vestuario, que aporta sugerencias desde la producción; la elaboración de trajes comienza en abril, en simultáneo con la construcción de la nueva comparsa.
"En general, nos tomamos marzo para lavar los trajes que desfilaron en enero y febrero, guardarlos, empaquetarlos, desarmar las plumas y separar el material que pueda ser reutilizado", explica Mantegazza.
"El diseño no se termina de completar en el taller, cuando lo vamos confeccionando o bordando. Nunca son diseños cerrados, sino que la construcción es desde el primer boceto hasta que se cuelga en la percha", remarca.
Cada elección está pensada en detalle: el equipo de vestuario juega entre telas de chifón, terciopelo, pana y otros textiles de pelo corto, porque se complementan con las luces de las pasarelas. También incorpora pieles sintéticas en diferentes largos y espesores, porque congenian con la estética nórdica, y textiles de algodón y vellón de lana, porque genera la sensación de rusticidad de los vikingos.
El equipo permanente de vestuario está compuesto por diez personas. A medida que se avanza con la confección textil de los trajes, se suma gente al equipo para continuar con los pasos de armado y ensamblaje de tocados y espaldares. Tras ello, se empluman.
"Los espaldares parecen grandes, pero el mayor volumen se lo dan las plumas naturales que usamos. Acá las teñimos y salen al circuito, muchas son reutilizables, porque son muy costosas. Hay plumas que tienen 15 años y las seguimos usando. Hay un esfuerzo muy grande para poner una comparsa en escena", reflexiona Mantegazza.
Para teñir estas plumas que pueden alcanzar casi tres metros, se contratan profesionales que sepan cuáles son las temperaturas y tintes específicos, y con conocimientos de los volúmenes de agua y de ácido que se necesitan, además del riesgo que implica manipular cada elemento.
La mayoría de las plumas son de criaderos, "hay personas que tienen campos y crían pavos por hobby", cuenta y agrega que "quienes antes quemaban las plumas, hoy saben que en el carnaval se compran, entonces las mantienen"; hay otras más caras, las de faisán, porque necesita un espacio determinado para que puedan crecer.
Con información de Télam