La violencia nunca adopta una única forma. No solo porque sus efectos sean múltiples o porque muchas veces se den de manera encadenada, sino porque en determinadas situaciones de violencia, en ciertos contextos de violencia por motivos de género, el agresor desplaza sus actos en distintas personas u objetos en busca de un mismo objetivo: el daño a la mujer o identidad feminizada.
¿Cuántas veces escuchamos amenazas del estilo “voy a darte en donde más te duele”? Muchísimas. Conocemos testimonios de toda clase en los que se evidencia que el agresor utiliza distintas estrategias para violentar y quebrar a la mujer. La más habitual y la más cruel es con los hijos e hijas. Descuidar su alimentación, su higiene, sus medicamentos, incumplir horarios pactados, desatar maltratos físicos y psicológicos, exponerlos a situaciones de inseguridad. En resumen, utilizan a los hijos e hijas como una correa de transmisión hacia las madres. Una situación grave y compleja es el abuso sexual en infancias y adolescencias. El punto irreversible es el homicidio de los niños y niñas.
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Este tipo de delitos no son azarosos ni casuales, son un tipo de violencia específica: violencia vicaria. Como decíamos, este fenómeno social procede por desplazamiento. También sabemos que este tipo de hechos se suelen producir cuando el agresor ya no puede mantener un vínculo de forma directa con su pareja o expareja. Ya sea a causa de una separación o por acciones legales que impiden el contacto, el varón agresor entonces utiliza otras víctimas con el objetivo de seguir dañando y seguir enviando un mensaje a la madre. Si algo busca esta violencia es doblegar a la mujer, romper su red afectiva y garantizar que no pueda recomponer su proyecto de vida.
Así, los varones violentos, también utilizan a los hijos e hijas en contra de su madre. Insultan su figura, la tratan de incapaz, de la causa de los males que sufren, de que la familia se haya desacoplado o culpan a la madre de querer separar al progenitor de sus hijos. Pero esto no es todo. La violencia vicaria es más profunda, sutil y cruel. Muchas veces estos varones intentan controlar o vigilar a la mujer a través de los chicxs. Preguntan por sus horarios, por sus actividades. Otras veces, utilizan a los hijxs como mensajeros. En todas estas situaciones, harto conocidas, se expone a los niñxs. Situaciones, por otra parte, que dejan marcas en la subjetividad de esos niñxs. Ninguna violencia es gratuita y ninguna persona sale sin costos de estas situaciones. En busca de la reparación, debemos ubicar que las marcas sociales que se introyectan en los niñxs también son una de las dimensiones en las que se reproduce la violencia.
Hay un punto que me parece especialmente importante para ubicar. La violencia vicaria muchas veces se da en una primera instancia en forma verbal, como violencia simbólica. La forma más habitual es la amenaza. En estas situaciones de violencia por motivos de género, la amenaza es un acto de habla que toma un doble valor, porque en ese contexto, según nos demuestran los estudios, las amenazas pueden concretarse en tanto se den las condiciones. Es decir, en este tipo específico de situaciones, la amenaza no es solo verbal, es un anticipo de hechos que el agresor puede realizar con altísimas probabilidades de cumplirse.
Ya sabemos que no hace falta ser físicamente violento con una persona para causarle daño. Sabemos incluso, que ni siquiera es necesario que el agresor y la persona que recibe la agresión estén juntos en el mismo espacio y tiempo. Esto, en los casos de violencia vicaria, hace especialmente compleja la situación. Los hechos contra los hijos suceden en ausencia de la madre, en cierto contexto de desprotección. En los espacios y tiempos en los que el agresor se siente liberado para ejercer su violencia contra los chicxs. Luego aparecen los efectos, a veces con marcas en el cuerpo, a veces con síntomas, a veces desde las palabras y los relatos. Relatos que en muchas oportunidades el poder judicial no quiere escuchar desde una posición patriarcal y como tal adultocéntrica. Esto nos permite situar también la imposición de las revinculaciones forzadas de niñxs con sus abusadores como una forma de tortura hacia esxs niñxs.
Es decir, si en una cronología simple encontramos primero la violencia por motivos de género, después del violencia vicaria y en un tercer momento la violencia institucional al no dar respuesta efectiva a las personas denunciantes, tenemos una secuencia completa de crueldad, sometimiento y disciplinamiento por parte de la lógica patriarcal contra las mujeres.
Creo que debemos considerar la violencia vicaria como una forma de la política machista de domesticar, sancionar y castigar a las mujeres. ¿Cuál es el mensaje? ¿Mejor no denunciar o separarse a un varón violento porque encima puede desatarse o desquitarse con lxs hijxs? El mensaje disciplinador es clarísimo y, lamentablemente, es efectivo. No transformemos a las madres en mártires. Acompañemos su lucha y garanticemos sus derechos.
Necesitamos de estrategias integrales y estructurales que acompañen a las mujeres denunciantes para el armado de un proyecto de vida que sea reparador. De otra manera, lo que encontramos son nuevas revictimizaciones. Claro que necesitamos de un poder judicial transfeminista pero también necesitamos llegar antes y mejor. Necesitamos crear las condiciones de nuevas masculinidades, de una transformación cultural y de una condena social a este tipo de prácticas vicarias.
La violencia vicaria convive en nuestra sociedad de forma cotidiana. Es una forma subestimada de la violencia por motivos de género y un tipo de maltrato en las infancias gravísimo. Tenemos la voluntad política y necesitamos de estrategias creativas, novedosas, disruptivas que corran los límites de lo posible. Llegamos lejos pero aún nos falta tocar los centros políticos, culturales y legales que producen y reproducen la violencia contra mujeres, lesbianas, travestis y trans.
No nos interesa el punitivismo ni ninguna figura de crueldad. Nosotras no usamos las herramientas del patriarcado en su contra, nosotras inventamos nuestras propias armas en busca de esa igualdad que no haga definitivamente libres.