Muchas cosas cambiaron desde que las personas gestantes se animaron a correr el velo de la vergüenza y la aceptación y se animaron a hablar sobre las violencias que sufrieron durante sus partos. No fue lo mismo parir en 1960 que hacerlo en los 2000 pero tampoco se puede decir que actualmente las violencias están completamente fuera de los quirófanos. Las historias de Elena, Mariana y Florencia son el reflejo de una realidad que afecta a miles de mujeres y personas gestantes, de violencias que durante años fueron naturalizadas, incuestionables y censuradas. Con sus experiencias, estas tres generaciones de mujeres dan el debate en este Día Mundial por los Derechos del Nacimiento y el Parto Respetado.
Elena, 80 años: “Parí con fórceps y poca anestesia, mi hijo nació asfixiado y con el cuello desgarrado”
Elena tiene 80 años, recuerda que su primer parto fue la peor experiencia que le tocó vivir. Todo iba bien durante su embarazo y se había realizado los controles correspondientes. Su obstetra le dijo que sería un parto vaginal. El 11 de noviembre de 1967 nació Guido: “Cuando llegó el momento de parir no tenía dilatación, el bebé era muy grande, estaba en una clínica privada de Lanús, un lugar horrible que ni siquiera había incubadora. A mi hijo lo sacaron con fórceps, me pusieron una pinza gigante que agarraba la cabeza del chico y el médico tiraba. Guido nació asfixiado y con el cuello desgarrado, tuve que llevarlo a kinesiología. Cuando me cortaron sentí mucho dolor, creo que no tenía suficiente anestesia. Todo eso duró dos horas, yo casi muero.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
Cuando Guido nació pesaba cuatro kilos y Elena tenía una pelvis muy estrecha, “era un bebé muy grande para mi cuerpo. No deberían haberme hecho pasar por eso, creo que me hicieron esperar demasiado y tuvieron que sacarlo de urgencia. En ese momento no entendía nada, nadie me había explicado cómo iba a ser el parto. En esa época no había información como ahora. El obstetra sabía que el bebé que yo tenía era grande, debería haberme programado una cesárea.”
Después de parir, Elena se descompuso y sufrió reiterados desmayos debido a la gran pérdida de sangre que tuvo, le dieron siete puntos y estuvo internada durante 10 días. “Me hicieron muy mal, no podía orinar. Fue muy doloroso, no se lo deseo a nadie. La enfermera me sacó muy rápido de la camilla y me desmayé. No podía ni caminar, los puntos me tiraban. Durante varios años tuve dolores cuando menstruaba y cuando tenía relaciones sexuales. Tardé siete años en animarme a volver a quedar embarazada porque me daba miedo lo que había pasado en ese primer parto", recordó.
En el 73 Elena quedó embarazada de Mariana, su segunda hija, apenas entró a la sala de parto, su nuevo obstetra la revisó y le dijo: “¡Qué le hicieron señora!”. “Estaba espantado y me dijo que iba a tratar de arreglarme el desastre que me habían hecho en el primer parto. Esa vez tuve una buena experiencia, fue un parto normal, el médico me atendió bien y no volví a tener problemas”, recuerda.
La primacía del discurso médico suele obturar cualquier tipo de cuestionamiento de parte de lxs pacientes. Lxs profesionales de la salud se encuentran en una situación de poder frente a una persona a punto de parir que está vulnerable, expuesta a dolores extremos. Su vida y la del niñx por nacer depende de les profesionales que la asisten, quienes poseen además información que suelen mezquinar, tergiversar o incluso ocultar. En muchas ocasiones se les niega el derecho a la información, a conocer todas las posibilidades y poder elegir.
MÁS INFO
Esto no significa que todxs lxs profesionales de la salud cometan estas falencias pero las historias hablan por sí solas. Les paciente manifiestan haber padecido ausencia de información, burlas, faltas de respeto y lo que es peor aún, violencia obstétrica de parte del profesional de la salud, una práctica que se da de forma sistemática en todo el sistema de salud, tanto público como privado, de la que poco se habla y que desde hace muchos años diversas organizaciones intentan visibilizar para erradicarla.
A partir de determinados avances legislativos en nuestro país, esas múltiples formas de violencias pueden ser reconocidas y denunciadas. La socióloga y abogada María Laura Anzorena explica tres puntos claves a tener en cuenta basados en la ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia de género y la Ley 25.929, conocida como ley de parto respetado en relación a la violencia médico-gineco-obstétrica ejercida al momento del parto y el nacimiento:
“Primero es necesario señalar que la violencia obstétrica es una modalidad de violencia de género que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales. En segundo lugar, las personas gestantes y sus hijes durante el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el pos parto tienen derecho a: estar acompañadas, recibir información, ser tratadas con respeto, no ser separadas de sus hijes, ser tratadas como personas sanas y al respeto de los tiempos fisiológicos, entre tanto otros. Y por último, el incumplimiento de estos derechos constituye una falta grave a los fines sancionatorios, sin perjuicio de la responsabilidad civil o penal que pudiere corresponder.”
Mariana, 49 años: “Me hacían tacto cada 40 minutos, es algo dolorosísimo y estuve así durante siete horas”
“Mi primer parto fue maravilloso porque fue muy fácil llegué a la clínica con siete de dilatación del cuello uterino, lista para parir, lo máximo es 10. Tuve la posibilidad de pagar una partera que había elegido especialmente y a mi obstetra para que estén presentes en el parto. En ese momento mi médica me dijo: ‘no hagas fuerza con la boca, hacé fuerza con la panza’. Pujé tres veces y salió, me sentí muy bien, aunque no faltó el chiste machista, cuando el médico me estaba cociendo le dijo a mi marido: ‘se la hacemos mas chiquita’ y se reían”, recuerda Mariana sobre el nacimiento de Facundo, el 23 de enero del 2002, su primer hijo y el primer nieto de Elena, su mamá.
Diez años después, llegó Isabela. Mariana tenía 37 años y transitó un embarazo de riesgo que no fue ni tan sencillo ni glorioso como el primero. Llegó a la clínica luego de romper bolsa en su casa, un mes antes de la fecha prevista de parto y ahí empezó la tortura: “Como no dilataba me pusieron goteo y estaba al lado de un montón de chicas que estaban por parir como yo, todas gritando. Cada cuarenta minutos me hacían tacto, te meten una mano en la vagina para tocar la cabeza del bebé, es algo dolorosísimo y estuve así durante siete horas, sentía tanto dolor que no entendía nada. No tuve ninguna contención de parte de las enfermeras, Mi obstetra me vino a ver un par de veces y me decía, ‘yo quiero que tengas parto natural’. Solo me decían que tenga paciencia, hasta que no aguanté más y les pedí que me hagan una cesárea porque no soportaba el dolor”, recuerda Mariana. Isabela, la segunda nieta de Elena, pesó dos kilos y medio.
Son muchas las mujeres que relatan el trato inhumano y las prácticas invasivas durante el parto como la episiotomía (incisión quirúrgica en la vulva para facilitar la salida del feto y evitar desgarros en el perineo), la maniobra de Hamilton (tacto vaginal con movimiento circular del dedo, que produce dolor y puede acarrear sangrados), la maniobra de Kristeller (presionar con los puños o el antebrazo sobre el fondo uterino para que la cabeza del bebé descienda) o el parto inducido (la administración de oxitocina antes de que comiencen de forma natural las contracciones uterinas).
Los problemas para Mariana continuaron en el post parto: “Me pusieron un suero, yo me sentía muy bien y a la media hora vino una enfermera y me dijo 'vos tenés que tener dos sueros porque tuviste cesárea’. Me pusieron como dos tablillas y parecía Jesucristo, me decía que no me tenía que mover, era tan incómodo que no le podía dar la teta a mi hija y me decían ‘si vos no te recuperas, no podes estar con tu hija’. Me dejaron así 24 horas. Mi mamá que me acompañaba en ese momento, se enojó y se peleó con una enfermera, le dijo ‘no puede estar así’ y ella decía que eran órdenes de la doctora. Fue una locura, en aquel momento no existía WhatsApp, no me podía comunicar con la doctora. Recién al otro día me sacaron el suero pero a Isabela le costó bastante prenderse a la teta y al mes de haber nacido tuve que darle leche de fórmula. Las primeras 24 horas son claves para que aprenda a tomar y no pude darle porque estaba inmovilizada a pesar de que yo no había quedado mal de la cesárea, ni corría un riesgo, nunca me pusieron sonda ni nada, sentí que no me respetaron y estimo que si me hubieran dado la posibilidad de darle la teta como yo quería le hubiera costado menos prenderse.”
"Las episiotomías y las cesáreas innecesarias son síntomas de una sociedad que sufre de machismo, misoginia y patriarcado”, asegura Jesusa Ricoy, fundadora del movimiento contra la violencia obstétrica The Roses Revolution Movement. “Las mujeres hemos sido adoctrinadas para entender que el parto es así. Es decir, se nos educa para aguantar: nuestro cuerpo es secundario, no se puede hablar de él porque se considera algo sucio y, si sufrimos secuelas de un corte en la vulva, se presupone que no tenemos por qué disfrutar del sexo como el hombre”.
Florencia 30 años: “Apenas nació Thiago lo pusieron en mi pecho, una vez en la habitación pude darle la teta, la nurserie me explicó cómo hacerlo"
A Florencia le diagnosticaron trombofilia (una anomalía de los mecanismos normales de coagulación de la sangre) cuando tenía 22, tres años después quedó embarazada de Thiago. Ella quería tener parto vaginal, su hematólogo y su endocrinóloga le aconsejaron que lo mejor sería que el niño naciera por cesárea porque un “parto normal” representaría un riesgo debido a sus antecedentes clínicos, sin embargo, su obstetra le dijo que según como evolucione ella y el bebé durante el embarazo el “parto natural” era una posibilidad.
“Cuando llegué a los últimos controles mi obstetra me dijo que lo mejor era hacer una cesárea. No recuerdo exactamente, pero creo que me dijo que la razón era porque tenía el cuello del útero muy cerrado y la pelvis muy atrás, entonces iba a costar mucho que nazca por parto vaginal porque no solo me iba a doler sino que, además, el bebé iba a sufrir porque le iba a apretar la cabeza”, recuerda. Una situación muy parecida a la que vivió su abuela Elena con Guido, el padre de Florencia, que esta vez pudo evitarse.
Florencia tuvo un parto sin violencias, fue asistida y cuidada, llegó con información y conforme con la decisión que había tomado su obstetra, confiaba en ella: "Me trataron muy bien, de hecho tuve que esperar un rato afuera del quirófano porque estaban limpiando y mientras tanto, se me acercaban médicos que estaba con otros pacientes, me saludaban y me preguntaban cómo me sentía. Apenas nació Thiago lo pusieron en mi pecho, una vez en la habitación pude darle la teta y la nurserie me explicó cómo hacerlo, fue muy lindo ese momento. Creo que son otros tiempos y hay cosas nuevas, por ejemplo, en los puntos de la cesárea me pusieron una cinta transparente en la herida que no necesitaba curaciones y eso es mucho más higiénico, te podes bañar, no se despega y se va cicatrizando solo. Cuando fui a la obstetra, me despegó la cinta, me sacó los puntos y listo pero no todos lo hacen, por ejemplo, a una amiga que tuvo en otra clínica después que yo no le pusieron eso."
¿Cuán lejos está el sistema de salud de la Ley del Parto Humanizado?
“Le dije que tenía muchas contracciones, me dijo que siempre éramos muy exageradas y me mandó a mi casa. Cuando bajé del auto sentí que algo me estalló, entré al baño y cuando me miré tenía una hemorragia. Volví al hospital, buscaron los latidos del bebé en el monitor y ya no se escuchaba. Me empezaron a zamarrear y me dijo que me ponga en posición para ponerme anestesia, yo no podía porque tenía la panza dura, hecha una piedra. Me pincharon, me tiraron en la cama y empezaron cortarme sin el efecto de la anestesia. Cuando me desperté me dijeron que mi hijo había fallecido, nunca me dieron una explicación de lo que me pasó.”
El testimonio es el relato de Laura Silva una joven de 26 años, que en el momento del parto tenía 21. Es una de las seis mujeres - todas ellas de bajos recursos- que se organizaron y denunciaron ante la justicia haber padecido violencia obstétrica grave en el Hospital Municipal de Morón entre 2016 y 2019. Lo más grave que estos casos tienen en común es que sus bebés fallecieron. Desde la cuenta de Instagram Gestar Justicia. Parir Derechos, visibilizan sus experiencias que son un fiel ejemplo de una práctica que aún hoy se repite en las instituciones de salud, tanto públicas como privadas, a pesar de que por esos años, Argentina ya contaba con la Ley de Parto Humanizado que fue aprobada en 2004 y que tardó 11 años en ser reglamentada.
“La ley de Parto Humanizado implica el reconocimiento del Estado acerca de los derechos básicos de las mujeres y personas gestantes dentro del sistema de salud, esto es, el trato digno, el derecho a la información acerca de las intervenciones y a decidir acerca de las distintas opciones, el respeto por la intimidad y las pautas culturales y el derecho a qué se priorice el contacto precoz con su hije por encima de cualquier rutina institucional que no obedezca al bienestar de la díada madre/bebé. De alguna manera, reconociendo estos derechos, establece las obligaciones del personal de salud para que se cumplan. Es una base muy importante porque los derechos que se vulneran en la ley constituyen violencia obstétrica. Esto entra en diálogo con la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres sancionada cinco años después. La Ley de Parto Humanizado está pobremente implementada y en ocasiones las situaciones de violencia escalan provocando complicaciones que ponen en riesgo la integridad física, emocional y sexual de las mujeres”, explica Claudia Alonso, médica obstetra, ginecóloga (MN 89170) y activista contra la violencia obstétrica de la Asociación civil Dando a Luz.
Hubo que luchar y denunciar, parir con dolor, sin derechos, sin información ni respeto, soportando tratos inhumanos para que hoy algo empiece a cambiar, sin embargo, falta mucho para que todas las personas pueden gozar de partos amorosos, empáticos, contenidos, respetuosos y libres de violencias. “Erradicar la violencia obstétrica es una gran deuda pendiente. Su abordaje implica desarmar estereotipos muy arraigados en nuestra cultura respecto al mandato de maternidad que excluye a lo sexual. Bajo ese mandato, el poder médico hegemónico y patriarcal continúa creando discursos que justifican prácticas sin evidencia científica que, en realidad, operan como disciplinamientos a la sexualidad y al deseo. No se puede desear por fuera de lo que el patriarcado permite.”
No alcanza con un marco legislativo, sin no hay un cambio cultural, social y un real compromiso del Estado en la implementación de políticas públicas que se propongan erradicar estas formas de violencias, en este sentido Alonso enumera: “Faltaría que cada institución considere que la violencia obstétrica conforma el caldo de cultivo para errores en el diagnóstico y esto lleva a la mala praxis. Porque no se puede evaluar correctamente lo que está pasando desde el prejuicio en base al género o condición social . Frases como ‘hubieras cerrado las piernas antes’, ‘Tienen hijos para cobrar un plan y venir a joder a la guardia por cualquier cosa’ o ‘sos una maricona’, dan cuenta de la violencia que escala desde lo simbólico hasta la violencia física con medios de sujeción para inmovilizar a las parturientas mientras se las interviene ¿Acaso hay alguna otra práctica médica que contemple atar al paciente que se encuentra lúcido y no implique un riesgo para otras personas?.”
Como resultado de la mala praxis en contexto de violencia, mueren bebés durante el parto y también mujeres, eso fue lo que sucedió en el Hospital de Morón. “Faltaría que cada institución se comprometa haciendo cumplir la Ley de Parto Humanizado como hacer cumplir otras disposiciones del Ministerio de Salud. Faltaría que hubiera un circuito para los reclamos por incumplimiento y que como resultado hubiera alguna intervención oportuna por parte del Estado para prevenirla o en su defecto una garantía de no repetición a través de capacitaciones y por qué no, sanciones”, concluye Alonso.