Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, con motivo de denunciar las distintas violencias que se ejercen sobre el género en todo el mundo y reclamar la implementación de diferentes políticas públicas para erradicarla de forma definitiva. Una de las violencias es la detentada sistemáticamente por los medios de comunicación masivos que, en las últimas semanas, encontró el escándalo adecuado para mostrar lo más crudo de sí: el WandaGate.
Los medios de comunicación masivos y su intertexto directo en las redes sociales, crean opinión y en ese poder pueden ayudar a que la sociedad tome conciencia en torno a la desigualdad, pero también pueden destruir proyectos, e, incluso, reproducir violencia tergiversando, manipulando y dando marcha atrás en el camino hacia la igualdad. Son fundamentales para la formación de la opinión pública; sugieren formas de comportamiento al tiempo que sancionan valores y actitudes.
Programas de espectáculos orquestan las más feroces campañas contra la acción o la reacción de personas, pero sobre todo de mujeres, que se convierten falazmente en “la tercera en discordia”. El trato denigrante hacia una mujer soltera en particular y la ignorancia y la relativización de la responsabilidad del hombre casado en el escándalo del “Wandagate” son los elementos más notables de un tema que sigue dando qué hablar.
A raíz del caso que involucra a Mauro Icardi en la infidelidad cometida a Wanda Nara con María Eugenia "La China" Suárez, que en lo inmediato pasó de ser un hecho de índole privado a cobrar una notoriedad a nivel global, los medios de comunicación, desde la televisión, diarios y redes sociales fueron construyendo los cimientos del hecho a través de distintos tipos de mecanismos discursivos, con el propósito de captar la atención del público. Especialmente en Los Ángeles de la Mañana en donde, incluso, amenazaron con mostrar imágenes íntimas de Suárez, catalogada casi automáticamente como la responsable de un conflicto cuando, de los tres protagonistas, es la única soltera.
Por supuesto, en el afán de levantar las mediciones de rating (que, de hecho, lo consiguieron), en el programa que conduce Ángel De Brito se valieron de las estrategias más repudiables para acusar a una joven que no sólo tiene trabajos que mantener (directamente ligados a su "reputación") sino que es madre de tres hijos a quienes, los medios, deberían preservar.
Por su parte, la inmediatez propia de las redes sociales genera un intercambio con los consumidores de noticias prácticamente inmediato, lo que diseña un círculo que enuncia y reproduce estereotipos, al punto de convertirse en tendencia en redes durante semanas un asunto privado, develado por los propios protagonistas, que tomó estado público y se convirtió en el gran trending topic. La construcción de la realidad que hacen los medios se define con la reproducción de roles que fomentan la desigualdad y la idea de que las mujeres son entes pasivos, inferiores, acusables o, sin matices, las responsables del “escándalo”.
Violencia simbólica en Los Ángeles de la Mañana
Lejos de invitar a la reflexión, podemos observar que esta construcción de sentido estuvo orientada, por un lado, a dañar la imagen de una de las mujeres del hecho, mientras que por otro lado buscó proteger e invisibilizar la responsabilidad del hombre casado e infiel involucrado, Mauro Icardi. Esta primera aproximación hace que la lucha de la igualdad de género en todos sus planos sufra un quiebre dado que la labor de los personajes de LAM se desenvolvió en total inequidad entre los protagonistas y con prácticas violentas hacia Suárez en particular. Sin medias tintas, Yanina Latorre amenazó con publicar las supuestas fotos íntimas de la joven quien, en aquel entonces radicada en España, se llamaba al silencio.
"¿Tienen miedo que mostremos las fotitos desnuda?”, deslizó. "¿Tiene miedo que mostremos las llamadas?" agregó junto con la afirmación: "La dignidad se la afecta sola". Pero eso no fue todo, las muestras de violencia comenzaron a escalar y en la pantalla de LAM “jugaron” a mostrar las imágenes de la intimidad de la protagonista de El hilo rojo entre ellos y, aunque no las difundieron en cámara, montaron una puesta en escena en la que falsamente se sorprendían y aseguraban que quien estaba desnuda en las imágenes era la actriz.
Dentro del amplio espectro de la pornografía no consensuada, la de venganza y la de extorsión son de las más brutales por los efectos psicológicos y sociales sobre la víctima. Amenazan, insultan, sentencian, juzgan en un horario apto para todo público, y, como si no alcanzara, piden que ese ritual no deje de extenderse (no en vano esto es material de opinión pública desde mediados de octubre).
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Estas prácticas llevadas a cabo durante el programa de El Trece ponen en escena la violencia que ejercen sobre la figura de la modelo y actriz. Un tipo de violencia que desde los medios de comunicación se ejerce para perjudicar y menoscabar la imagen pública de quien acusan y tiene lugar cuando “de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”, según el Instituto Nacional de Mujeres dependiente del ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
De hecho, organizaciones de género denunciaron ante la Defensoría del Público a Los ángeles de la mañana por referir "imágenes íntimas y de desnudez" que serían de la actriz María Eugenia "La China" Suárez y que constituirían violencia de género, simbólica y mediática. La denuncia señala que el "despliegue de manifestaciones que transcribimos sumado a la gestualización de las y los integrantes del programa constituye a todas luces un ejercicio de violencia de género digital, simbólica y mediática, que de ningún modo puede ser pasado por alto y que transgrede la ley 26.485 , y de pactos internacionales de derechos humanos como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra La Mujer".
La responsabilidad de los medios de comunicación para erradicar (o reforzar) la violencia de género
No se desconoce la influencia que tienen los medios masivos, no sólo para recrear la información, sino también por la credibilidad y legitimidad de la que se hacen en todos los sectores de la sociedad. Con estas dos habilidades en su favor, no les es difícil reproducir e implantar una violencia que se expande a través de las redes sociales una vez que la TV da el titular. Tampoco se desconoce que buena parte de la población elabora sus juicios y opiniones sin realizar un análisis profundo ni de las formas ni de los contenidos y se suma a la reproducción con la repetición como una regla, o como un derecho que no implica responsabilidad alguna.
Los medios no son los únicos que amedrentan las conquistas del movimiento feminista ni los únicos que alimentan las inequidades de género del mundo en que vivimos. Sin embargo es innegable el poder con el que cuentan para impulsar o frenar la aparición de ciertos valores sociales, y de los procesos de socialización de las personas. En la construcción social de lo femenino y lo masculino, son los que dan significado y validan ciertas conductas asociándolas a roles y estereotipos de género establecidos y reproducidos a menudo por ellos mismos.
Para Carmen Luke en "Feminismos y pedagogías de la vida cotidiana", los medios de comunicación se erigen como "pedagogías públicas" en tanto que operan con estrategias de enseñanza moral a partir de la producción y reproducción de significados culturales que ponen en la pantalla de la mesa de cada familia. Los medios masivos son protagonistas de la constitución y la reproducción de moralidades sociales en tanto los marcos de referencia que ofrecen definen de facto el espacio moral en el cual el otro se nos aparece y, al mismo tiempo, provocan (reclaman, delimitan) una respuesta moral equivalente en nosotros, la audiencia, en calidad de ciudadanos reales o potenciales.
En particular, el tratamiento de la intimidad de las estrellas televisivas, orientado al relato de comportamientos y actitudes que se consideren escandalosos, desviados o excéntricos, es un género periodístico consolidado desde hace décadas e identificado como periodismo de espectáculos y chimentos. En la actualidad, son diversas las producciones mediáticas que alimentan ese continuo de noticias sobre personas de su propia industria y tematizan, entre otros aspectos, experiencias de su vida personal. Al narrar la historia de una celebridad en general y en el Wanda Gate en particular, se reproducen estigmas que se prometían en deconstrucción en una sociedad que comenzó a evidenciar las desigualdades y a bregar por la amplitud de los derechos de las mujeres y las disidencias.
Para Michéle Mattelart, los medios en su amplio espectro están condicionados histórica y socialmente a su función que es la de responder a las necesidades de un sistema de poder manteniendo la cohesión necesaria, a fin de garantizar el funcionamiento armonioso del cuerpo social que pareciera necesitar de la violencia contra las mujeres para sobreponerse al abandono que las audiencias venían haciendo con programas como LAM.
En la IV Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing (1995) se consideró a los medios de comunicación como una de las 12 áreas de especial interés para conseguir el objetivo de lograr igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. En los últimos años se fueron desarrollando diferentes herramientas para generar conciencia y demostrar el papel de los medios en la construcción de las representaciones de género en la sociedad. Pero los medios siguen sin tener en cuenta el enfoque de género como una categoría de análisis de la realidad: La comunicación con enfoque de género no es escribir, informar ni hablar sobre mujeres sino que todos los temas sean tratados bajo la perspectiva de género. De esto surge un imperativo periodístico fundamental: velar por el derecho a la información libre de violencia para todas las personas, especialmente de las mujeres, expuestas y estigmatizadas en la sociedad.
Dominación masculina y mujeres como objetos simbólicos
La dominación masculina convierte a las mujeres en objetos simbólicos, cuyo ser es un ser percibido y no dado y aceptado, y tiene el terrible efecto de colocarlas en un estado permanente de inseguridad corporal o, mejor dicho, de dependencia simbólica. Desde esta línea tan (lamentablemente, aún) instalada en la cultura, las mujeres existen fundamentalmente por y para la mirada de los demás: como objetos acogedores, atractivos, disponibles, pasivos. Se espera de ellas que sean sonrientes, agradables, atentas, sumisas, discretas, silenciosas y silenciadas y, elementalmente, no deseantes: cualquiera que no se ajuste a tanto esos como otros estándares se convertirán en objeto de críticas y violencia dado que la complacencia no sólo debe ser hacia los hombres sino al sistema de ideas y símbolos e instituciones pensados por ellos.
En ese sentido, la violencia moral se erige como el más eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de desigualdades. La presión de orden psicológico se constituye en el horizonte constante de las escenas cotidianas de sociabilidad y, en consecuencia, en todas las pantallas posibles, y es la principal forma de control y de opresión en todos los casos de dominación. Por su sutileza y su omnipresencia, su eficacia es máxima para el control de categorías sociales subordinadas como lo son, desde la perspectiva machista, las mujeres y las disidencias.
La violencia psicológica como la forma más eficiente para reducir a las mujeres
Para Rita Segato, la violencia psicológica es la forma de violencia que se presenta más sistematizada y rutinaria y se constituye el método más eficiente de subordinación e intimidación. La eficiencia de la violencia psicológica en la reproducción de la desigualdad de género resulta de su diseminación masiva en la sociedad que garantiza su "naturalización" como parte de comportamientos considerados "normales"; su arraigo en valores morales religiosos y familiares, lo que permite su justificación y la falta de nombres u otras formas de designación e identificación de la conducta, que resulta en la casi imposibilidad de señalarla y denunciarla e impide así a sus víctimas defenderse y buscar ayuda.
Mientras las consecuencias de la violencia física son generalmente evidentes y denunciables, las consecuencias de la violencia moral no lo son. En palabras de Michel Foucault, "el poder está en todas partes".
A pesar del sufrimiento y del daño evidente que la violencia física causa a sus víctimas, ella no constituye la forma más eficiente ni la más habitual de reducir la autoestima, minar la autoconfianza y desestabilizar la autonomía de las mujeres. La violencia moral por su invisibilidad es la forma más corriente y eficaz de subordinación y opresión femenina, socialmente aceptada y validada ya que se manifiesta de manera solapada en el contexto de relaciones aparentemente afectuosas. A su vez, se reproduce al margen de todas los intentos de librar a la mujer de su situación de opresión histórica.