El evento extremo que destruyó Bahía Blanca y arrojó el saldo de muertes y destrozos que reflejaron todos los medios de comunicación era imposible de prever. Ninguno de los modelos meteorológicos existentes podían anticipar la caída de 300 mm de agua en horas. Tal es la evaluación que hacen especialistas argentinos del fenómeno que causó 16 muertes y destrozos incalculables. Un trabajo realizado por investigadores argentinos y franceses concluyó, además, que esta tormenta que excedió todos los parámetros esperables fue posible por el cambio climático que estamos viviendo.
“La pregunta que cabe hacerse es si en alguna otra parte del mundo se podría haber anticipado una lluvia de 300 milímetros en un lapso tan corto. Y la respuesta es que no. No tenemos ningún modelo meteorológico, ni en Japón, ni en Europa, ni en los Estados Unidos, ni en la Argentina, con la capacidad de pronosticar semejante precipitación en tan poco tiempo”, subraya Federico Robledo, doctor en ciencias de la atmósfera, investigador del Conicet y especialista en gestión de riesgo de desastres.
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“Nuestra capacidad de cómputo y nuestro conocimiento sobre cómo funciona la atmósfera tienen un límite –prosigue–. Estos eventos tan, tan extremos no hay modelos meteorológicos en el mundo que los puedan predecir. Sin embargo, 48 horas antes, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) había emitido una alerta amarilla y el día anterior, una naranja, que indica lluvias más intensas. Esta información oficial llega a todos los municipios del país, a las provincias, a las dependencias de Defensa Civil y a otros ámbitos de gobierno. A las ocho de la mañana, cuando se vio que la lluvia era muy, muy intensa, emitió la alerta roja. La decisión que tomó el municipio de suspender las clases el jueves a última hora, desde mi punto de vista, evitó una tragedia aún mayor. Es decir, que el sistema de alerta temprana funcionó. Las medidas que tomó el gobierno local estuvieron bien. Era lo que tenían al alcance, suspender actividades”.
Para el especialista, los avisos al teléfono celular que se emplean en países como Japón ante alertas de tsunami perfectamente se podrían aplicar acá. El inconveniente no está en la tecnología, sino en que no sirven de mucho, si no se trabaja al mismo tiempo en el entrenamiento de la sociedad. Mientras tanto, las alertas del SMN están en la app que cualquiera puede tener en su celular, y también los avisos a corto plazo. “Esas herramientas las tenemos al alcance de la mano”, aclara Robledo.
Aquí y en el resto del mundo, los modelos meteorológicos pueden pronosticar lluvia siete días antes con cierta confiabilidad. Tres días antes, se puede tener una estimación de la cantidad de milímetros que pueden caer. Pero el modelo por sí mismo no “ve” la tormenta, sino que cartografía los “condimentos” que existen en la atmósfera para generar las precipitaciones. “En este caso, se sabía que iba a haber muchos ‘acumulados’ de lluvia –explica el investigador–. Eso estaba en el horizonte y el SMN lo comunicó a los tomadores de decisión. Después, se fueron emitiendo las alertas de diferentes colores. Y por último, el aviso a corto plazo cuando se terminó de ‘armar’ la tormenta y se la pudo ver con radares meteorológicos y satélites. Hasta que la tormenta no está formada, hoy no hay herramientas para predecir en qué momento ocurrirá. Por eso, el aviso a corto plazo se da en general de dos horas a media hora antes. Cuando uno ya ve la tormenta, sabe cómo se mueve, hacia dónde va y puede tener una mayor certeza”.
Una de las dificultades para ofrecer más precisión es que la intensidad y el recorrido de las precipitaciones pueden ser muy variables, incluso en áreas pequeñas. Un ejemplo de esto fue la inundación de La Plata en 2013, cuenta Robledo. “Veinticuatro horas antes empezó a llover muy fuerte en la Ciudad Buenos Aires y en el barrio del DOT cayeron 159 milímetros –recuerda–. Se inundó barrio Mitre y fallecieron siete personas. Sin embargo, a tan solo siete kilómetros de distancia, en Aeroparque, cayeron apenas 33 milímetros. Muchos pasajeros se irritaron porque hubo que suspender vuelos. Cuando se emite una alerta para CABA, ¿quiere decir que va a llover en toda el área la misma cantidad? No, puede haber zonas en las que no habrá precipitaciones tan intensas. El alerta naranja de la semana pasada regía para buena parte de la provincia de Buenos Aires y el centro del país. Las lluvias cayeron en Bahía Blanca, pero podría haberle tocado a Mar del Plata o podrían haberse producido en el medio del mar”.
Para hacerse una idea de la excepcionalidad de este evento, cabe mencionar que entre 1961 y el viernes último, la lluvia más intensa que había caído en Bahía Blanca se había producido en un febrero de la década del 70 y había sumado 159 milímetros. Y el marzo más lluvioso de esta ciudad no alcanzaba los 300 mm en todo el mes. Esta vez fueron 300 mm en horas. Y no solo en la ciudad, sino en toda la cuenca del río que la atraviesa.
“Esa cuenca colecta agua desde Sierra de la Ventana, y escurre hacia las pendientes más bajas, que es donde está la ciudad –destaca Robledo–. Si en Bahía Blanca hubieran llovido 200 milímetros, pero en la cuenca alta, 30, tal vez no se producía el desastre que vimos. Y hay que tener en cuenta que toda la Argentina está atravesada por cuencas. Cuando uno recorre el AMBA, atraviesa la cuenca de los ríos Matanza, Reconquista, Luján… Somos un país muy llano, en el que el agua se mueve lentamente. ¿Por qué ahora no se va de Bahía? Porque hay poca pendiente. Es algo similar a lo que ocurre cuando se vuelca un vaso de agua en una mesa”.
Lo importante, destaca el especialista, es que para analizar el riesgo de desastre, hay que tener en cuenta tres factores: la amenaza meteorológica (en este caso, las tormentas), la vulnerabilidad y la exposición. “Los habitantes del Delta del Paraná están expuestos a las crecidas del río cuando hay sudestada (la amenaza) –comenta–, pero no son vulnerables porque sus viviendas están construidas en altura. Este concepto de exposición, vulnerabilidad y amenaza lo definió el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) por primera vez en 2012, cuando concluyó que lo natural es la amenaza (el tsunami, la ola de calor, la lluvia intensa, la sequía), pero para que se produzca la tragedia, la comunidad o el cultivo tienen que estar expuestos y ser vulnerables”.
¿Cómo afrontarlo? En general, se plantean medidas estructurales (obras), y no estructurales (sistemas de alerta temprana). En este sentido, si bien en Bahía Blanca había una obra de infraestructura realizada en 1950, hoy el clima cambió.
Numerosos estudios evaluados por el IPCC permitieron llegar a un consenso amplio: en este escenario de calentamiento, los eventos extremos de lluvia serán y ya están siendo cada vez más frecuentes y más intensos en buena parte del país. “Eso hace necesario que se vuelvan a pensar estas obras en toda la Argentina. Ya le tocó a Tartagal en 2013, a La Plata y Santa Fe en 2003… Hay que ir incorporando el impacto del cambio climático [en la infraestructura]”, subraya el científico.
Aunque en general se analizan tendencias generales, algunos grupos de investigadores están desarrollando técnicas para poder dilucidar si eventos específicos se deben o no al calentamiento global. Tal es el caso de Climate Meter, organización científica liderada por Davide Faranda, del Instituto Pierre Simon Laplace, de Francia, que desarrolló y aplica una técnica para hacer estudios de “atribución rápida”.
Y lo hace analizando eventos pasados que hayan tenido las mismas características. “En este caso nos centramos en el campo de presión que dio lugar al frente que estuvo estacionario en Bahía Blanca durante muchos días –explica Marisol Osman, del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) y coautora del estudio–. Buscamos otros eventos que hayan tenido un campo de presión muy parecido, seleccionamos otros más recientes y los comparamos para buscar diferencias que nos permitieran entender qué parte de la propia variabilidad natural del clima es parecida y qué aspectos cambiaron. Está implícito que si tomamos los eventos más antiguos respecto de los nuevos, lo que cambió en términos de la actividad antrópica es la cantidad de gases de efecto invernadero que hay en la atmósfera. En particular, de todas las características que tuvo este último y otros sucedidos en distintas ciudades, es la cantidad de agua que cayó. Por ejemplo, no cambió tanto la temperatura. Tampoco se vio una diferencia significativa en el viento (incluso en Bahía Blanca hubo cierta disminución) o en el clima de base más allá de las emisiones de gases de efecto invernadero (por ejemplo, no eran años de El Niño o La Niña). Lo que jugó un rol más importante acá y que se nota en los eventos más recientes, es la cantidad de lluvia que está cayendo”. (El trabajo está disponible en https://www.climameter.org/20250307-argentina-floods).
Tomando en cuenta todo lo documentado, no hay antecedentes de tanta cantidad de lluvia en tan poco tiempo. “Fue completamente excepcional –agrega Osman–. No hay registros de nada así. Los meses de verano tienen en general una señal positiva de lluvia, pero que además se está concentrando en pocos eventos. Esto el último informe del IPCC lo plantea para el sureste de Sudamérica. Hay trabajos que lo muestran en datos diarios y en datos mensuales. Marzo suele ser uno de los meses más húmedos en Bahía Blanca, lloverá en promedio unos 70 milímetros. Acá estamos hablando de 200 o 300. Es el equivalente a cuatro meses de lluvia acumulada en esa zona en pocas horas”.
Esto puede explicarse porque ahora la atmósfera, al ser más caliente, puede contener más humedad que eventualmente puede precipitar. ¿Podría volver a ocurrir? Si se diera otra configuración con estos sistemas de presión, que permanecen durante muchos días y favorecen que esa humedad que está en el ambiente precipite, no es improbable. Eso es lo que muestran los reportes del IPCC. Que la tendencia es que llueva más en eventos muy localizados, sobre todo en el verano.
Podría ocurrir también en otras ciudades, como Buenos Aires... “En particular, las regiones que están mostrando esta tendencia, de acuerdo con registros históricos recientes, son las que están sobre el este de la Argentina“, afirma Osman.
Una parte de las medidas de adaptación es el sistema de alerta temprana que se basa en la experticia meteorológica que posee el SMN, pero que desarrolló también en colaboración con disciplinas que se encargan de que el mensaje llegue no solo a la población, sino también a las agencias que tienen que tomar el control. Osman subraya que, lamentablemente, este trabajo interdisciplinario se hace más difícil si el organismo tiene cada vez menos personal, como está sucediendo. De hecho, según publicó Chequeado, el presupuesto del SMN se redujo un 30% en 2024 respecto de 2023 y para 2025 se prevé otra baja del 17,5% en términos reales. Además, el personal del organismo se redujo un 9,4% en 2024.
También es importante que la población tenga en cuenta las alertas y los avisos. “Soy del sudoeste de la provincia de Buenos Aires –cuenta la doctora en ciencias de la atmósfera–. La semana anterior a lo de Bahía Blanca hubo otro evento de muchísima lluvia y viento muy, muy fuerte. El SMN emitió la alerta y sin embargo se realizó un casamiento al aire libre. No lamentamos pérdida de vidas, pero voló todo por el aire”.
Por otro lado, habrá que revisar si nuestra infraestructura, nuestras urbes, están pensadas para el clima que se avecina. Precisamente, está en elaboración un informe especial del IPCC sobre cómo el cambio climático afecta la vida de las ciudades.
“El cambio climático ya está lanzado, estamos sintiendo su impacto y en regiones como las nuestras hay que adaptarse –concluye Robledo–. Aunque tenemos que preocuparnos por disminuir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, el Sur global, por llamarlo de alguna manera, tiene que concentrarse mucho más en la adaptación. Es lo que se viene discutiendo en las últimas cumbres del clima. Cómo la humanidad, en las distintas regiones del planeta, se adapta a los desafíos que plantea. En lo que respecta a la alerta temprana, en la Argentina, el servicio meteorológico funciona y lo hace muy bien gracias a los radares meteorológicos, a las supercomputadoras que tenemos y a la capacidad de sus profesionales. Pero hay un factor igualmente importante: la organización de la sociedad. Una sociedad organizada está preparada para estos eventos. Nosotros en nuestros barrios ¿sabemos dónde vive una abuela, una persona con poca movilidad, las más vulnerables? No. Hay que construir una organización en el nivel comunitario que se nutra de esta capacidad tecnológica para dar respuesta. Eso es lo que huracán Mathew de 2016, que en los Estados Unidos, una potencia económica con uno de los mejores sistemas de alerta temprana del mundo, dejó un saldo de menos de 50 muertes, en Haití causó más de 500. Cuba no tuvo fallecidos. Ante una alerta, la isla cuenta con una estructura organizada manzana por manzana en la que cada uno sabe lo que tiene que ir haciendo. De sus 11 millones de habitantes, llega a movilizar a un millón para evacuar las zonas por donde vaya a pasar el huracán. Aunque los destrozos materiales igual se producen, se preserva la vida de las personas. Se necesita no solo tener la capacidad tecnológica para anticipar eventos, sino también una comunidad preparada para hacer frente a estas cosas”.