Gran Hermano es tema convocante en los medios de comunicación cada semana desde su primera edición hace más de 20 años. El certamen suele mantenerse en las agendas por sus altos niveles de audiencia, incluso en los programas y canales de televisión rivales. Lo que hay que entender es que alrededor de la casa de GH funciona de forma paralela y complementaria toda una estructura de contenidos inacabable que produce y la transforma en una gran mercancía. Lo paradigmático y distintivo de estos ciclos de reality shows es que la máquina de producción no se detiene al momento que los personajes son eliminados o dejan el programa, sino que por el contrario sigue funcionando por fuera, con la misma exigencia y crudeza, o incluso más, que la propia competencia.
Maximiliano Guidici, un exparticipante de la última edición de Gran hermano, fue noticia la semana pasada ya que intentó quitarse la vida combinando el consumo de alcohol y calmantes y estuvo internado durante toda la noche en el Hospital Ramos Mejía. Según él mismo relató, sufre de depresión y está atravesando un proceso de separación difícil de su exnovia, Juliana Díaz, también participante del reality y una de las figuras más populares. Desde la clínica se comunicó con sus fanáticos a través de las redes sociales, y en un breve mensaje terminó quejándose de los protocolos de atención en la institución que lo mantenían “encerrado como si fuese un preso". En una época donde se comparte casi todo sin filtro en las redes sociales, un padecimiento de salud mental puede ser relatado como un evento más de la vida de una persona.
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Cabe destacar que cualquier urgencia o sospecha de intento de suicidio implica necesariamente un diagnóstico, un tratamiento y una valoración clínica global de la crisis que permita actuar con eficacia y prudencia. Por su rápida recuperación, algunas personas del medio pusieron en duda la veracidad del relato de Maximiliano y afirmaron que, en realidad, se trató de una borrachera y una sobreactuación para llamar la atención de su expareja. Sea un intento de suicidio o una simulación, ambas situaciones evidencian la reacción de una persona vulnerable e inestable, ante un padecimiento emocional que requiere una intervención médica. Exige la responsabilidad de hacer un análisis profundo, integral, y preguntarse por las causas que afectan a la persona, incluyendo su experiencia biográfica, pero también la reciente vivencia en el programa y el impacto del entorno mediático.
A pesar de lo que indican los protocolos médicos, a los pocos días de salir del hospital, Maxi volvió rápidamente al ruedo mediático. Fue invitado a varios programas de espectáculos, como LAM o A la Barbarossa, para contar lo que había vivido al dejar el programa, analizar los “motivos que lo llevaron a tomar semejante decisión” y charlar sobre su salud mental. Entre otras cosas relató que al salir de la casa empezó a sentir mucho miedo: “No tenía a nadie que me guíe y me empecé a desesperar. Después, esa desesperación se convirtió en frustración".
El exparticipante expresó que observaba con envidia y resentimiento como a sus excompañeros y a su exnovia se le abrían oportunidades de trabajo, mientras a él, que es del interior, le costaba hasta la vida cotidiana vertiginosa que propone la ciudad de Buenos Aires: "Los demás le salían trabajos y a mí se me caían o se la daban a otros. Yo decía que no quería volver a la vida de antes, por eso quise lucharla acá, en Buenos Aires. Estoy muy acostumbrado a Córdoba o lugares tranquilos, acá es como toda una vorágine, van a un ritmo distinto. Me cuesta vivir acá". De hecho en la nota que hizo con Ángel de Brito, Maxi aprovechó la atención del momento para realizar un pedido casi desesperado a Marcelo Tinelli: “Quiero entrar al Bailando, la verdad es que me juego todas las fichas ahí. Lo deseo con el alma”.
Analía Franchín, panelista de “A la Barbarossa”, fue la única que, en un acto de cordura, le cuestionó a Guidici su presencia en los medios: “Me parece una gran irresponsabilidad que vos, por lo menos hoy, no estés haciendo un hospital de día, y que estés en un programa de televisión", le dijo la periodista. "Tiene que ver con tu cuidado. Así como tuviste acceso a la medicación, que entiendo debe ser recetada porque estabas yendo a un psiquiatra, te puede volver a pasar. Es muy difícil cuando uno está en estado de depresión”, remató. Pero caerle solo a Giudici resulta hipócrita y peligroso: como parte de un programa de TV y un medio, ¿no debería haberse evitado la convocatoria? ¿Señalar solamente la irresponsabilidad individual no es evadir la existencia de un sistema opresivo? ¿Qué responsabilidad tienen los medios y la producción?.
GH y las consecuencias sobre la salud mental
En todas las ediciones de GH se repitieron casos de competidores que vieron afectada su salud física y mental por las presiones de la fama repentina, las reacciones de los fanáticos, las demandas mediáticas y la presión permanente por seguir siendo parte de la conversación social. Tamara Paganini, Pablo Heredia, Maximiliano Sacca, Silvina Luna y Rocío Gancedo, son algunos ejemplos. Es que en el imaginario juvenil entrar en la casa pareciera ser un pasaje rápido al éxito, la fama y el dinero.
De la edición 2022, Coti Romero y Tomas Holder también manifestaron públicamente lo difícil que les resultó el momento de la salida al exterior. “Me cambió mucho la cabeza en todo y me complicó mucho. Me volví mi propia enemiga. Tenía 40 comentarios lindos y uno feo y me centraba en el feo - expresó Coti - No podía levantarme. Hoy en día no estoy bien. Quiénes se creen ellos para condenarte o decirte cómo sos y juzgarte. No hay persona que no tenga más ganas de salir adelante que yo. Yo lloraba mucho en la casa pero no se veía”. Además la correntina compartió que llegó hasta a cortarse para sentir alivio.
Por su parte Tomás Holder, de 22 años, relató que sufrió durante meses episodios de ansiedad que lo llevaron a excesos y el consumo de “todo tipo de drogas”. El momento más grave fue en febrero de 2023 cuando tuvo un preinfarto como consecuencia de una sobredosis en un show del DJ Eric Prydz. Luego de eso realizó algunos cambios en el marco de un tratamiento y se corrió por un tiempo las redes sociales. Pero la semana pasada sufrió un ataque de pánico en el Bailando por un Sueño y debió abandonar el estudio. Tinelli, que no iba a desaprovechar semejante momento televisivo, registró todo el episodio en vivo y en directo, y hasta terminó junto al participante en la ambulancia mientras se recuperaba. Al día siguiente Holder compartió una foto en la ambulancia en sus redes y escribió: “El bullying, el maltrato psicológico de las redes hace que las personas buenas quiebren”.
Tamara Paganini llegó a decir “Gran hermano me arruinó la vida”. No podemos evitar recordar la tragedia de Rocío Gancedo, quien estuvo internada en una clínica psiquiátrica por voluntad propia durante 20 días, luego de la muerte de su padre, y se murió el 27 de noviembre de 2017 al caer de un quinto piso en un edificio de Las Cañitas. La modelo formó parte del reality en 2011 y decidió dejar la competencia por el encierro y la presión mediática. Con el tiempo se supo que había ingresado al juego con algunos problemas, que incluso estaba haciendo tratamiento por abuso sufrido en la infancia y la exposición. Su breve pero intensa carrera mediática contribuyeron al daño y sufrimiento.
“Quiero ser famoso”
Al ingresar a un espacio como GH, el juego, la presión social y la adrenalina generan que se pierda el control sobre uno mismo y su destino. Si bien se les da a los participantes el lugar para la iniciativa individual y las estrategias, se entregan a una lógica y dinámica colectiva, al comportamiento gregario, y se encuentran a merced de la voluntad de los telespectadores, las métricas y todo un sistema de valores culturales. Allí no importan los deseos, el pasado, la historia, los dolores o padecimientos detrás de cada persona. En el juego hay reglas que seguir y quienes tienen el control impiadoso de lo que sucede son los consumidores. Por eso suelen escucharse con mucha frecuencia frases como “la casa potencia todo” o “la casa te cambia la forma de ser". Al volverse una mercancía, es casi imposible no perderse un poco.
Pero el drama no termina allí. Desde sus orígenes el sistema establece que el rating y los número definen las posibilidades de los participantes. En primer término al interior, ya que la particularidad del dispositivo es justamente el control que tienen sobre el juego los telespectadores; y posteriormente cuando el juego se termina y la dinámica se traslada a la observación continua e ininterrumpida de sus vidas que alimenta la extensión del programa en nuevos formato de consumo. Es un contrato, probablemente implícito, que todos y todas deben respetar, de seguir orbitando y alimentando las pantallas luego de salir de la casa.
En una competencia sin descanso por la atención, los likes y el consumo, triunfan quienes pueden capitalizar el momento de exposición y no flaquean ante la picadora de carne. Hay un grupo selecto de participantes que cumple con los criterios de permanencia y son premiados por el star system, invitados a formar parte, y legitimados por el mercado. En realidad la mayor perversidad del juego reside en el hecho de que Gran Hermano no termina con la salida de la casa, sino que allí comienza la verdadera lucha por lograr “permanecer”, la tan anhelada “fama”, el deseo de ser vistos que es el motor inicial de la rueda del hámster .
El vacío existencial, la competencia y la necesidad de ser visto no son un fenómeno particular de Gran Hermano, sino un problema de época vinculado a los jóvenes. En esta etapa vital las expectativas tienden a estar puestas alrededor de la autonomía, el trabajo, el éxito, y el dinero, objetivos que se entorpecen en un contexto socioeconómico complejo caracterizado por la precariedad laboral o la desocupación, la ruptura de lazos sociales, y el crecimiento desmedido del individualismo. Por eso son capaces de exponerse a situaciones de riesgo o a sobreexponer su vida íntima para lograr la fama, el reconocimiento y la popularidad.
El mundo de fantasía que construyen los medios, más aún en personas vulnerables que depositan allí expectativas de futuro y crecimiento, provoca dependencia y frustración cuando las cosas no resultan fáciles y automáticas. La desesperación por seguir estando bajo el foco de las luces, tan cruel como demandante, termina exponiendo a los sujetos a traspasar límites peligrosos que repercuten en la salud física y mental. El miedo al descarte y al baneo es el dispositivo más eficiente de control de los cuerpos. La presión social por permanecer, por ser visto, es más fuerte que la necesidad de autocuidado y resguardo.
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