En 1982 un dentista argentino que residía en Miami presentaba síntomas similares al de una neumonía. Regresó a la Argentina para tratarse en el Hospital Fernández. Unos meses antes, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos había alertado sobre una serie de casos extraños en pacientes ‘previamente sanos’. Se estaba en presencia de los primeros casos de VIH detectados. Hoy, cuatro décadas después, según el último informe del Ministerio de Salud de la Nación Argentina, se estima que alrededor de 136 mil personas viven con el virus. Por otro lado, en 2019 un brote de coronavirus que comenzó en Wuhan, China ya lleva cobradas las vidas de más de 6 millones de personas en el mundo, cifra que sería mucho mayor de no ser por el desarrollo de una vacuna en un lapso sin precedentes para la historia.
Mientras para el COVID-19 se dispuso de una vacuna en 10 meses, para enfrentar al VIH se convive en una espera que ya supera las cuatro décadas. En el camino, se han conseguido logros que permitieron vivir con la infección de manera longeva y saludable. Una investigación denominada "Estudio Mosaico" se está desarrollando en ocho países, incluido Argentina, y se trata, fundamentalmente, de la única vacuna preventiva contra el virus de inmunodeficiencia humana en fase 3. También participan Brasil, Perú, México, España, Italia, Polonia y Estados Unidos.
En total son 3800 voluntarios alrededor del globo que ayudan a probar la eficacia de la vacuna. En el país hay cuatro centros que llevan adelante la investigación: Fundación Huésped, el hospital Ramos Mejía y Helios Salud en la Ciudad de Buenos Aires; y el Instituto CAICI en la ciudad de Rosario, Santa Fe. En estos momentos se está terminando el esquema de vacunación, es decir que los voluntarios están recibiendo su cuarta dosis en el mes de junio. El estudio se lleva a cabo bajo la metodología de ‘doble ciego’, lo que significa que aquellos que reciben la vacuna no saben a ciencia cierta si recibieron un placebo o no. En el caso de que la investigación determine que la vacuna logró generar los anticuerpos necesarios, se terminará por aplicar en aquellos que hayan recibido el placebo en primer lugar.
Gastón Devisich es referente de participación comunitaria dentro de la Dirección de investigación de la Fundación Huésped y realizó una aclaración importante acerca de lo que implica desarrollar una vacuna preventiva: no pretende ser curativa. Sin embargo, esta novedad podría generar un cambio significativo en la atención de pacientes: “El hecho de que exista una vacuna sería dar un paso más en el sentido de lo que se entiende por prevención, en lo que respecta al cuidarse. Podría existir un abanico de alternativas para elegir, un futuro de prevención combinada”, aseguró.
Voluntariado, el rol de los que ponen el cuerpo
Nicolás Ávila, un joven argentino que se destaca como asesor político, es uno de los que aceptó ser parte del estudio: “Lo veo como una oportunidad de colaborar con la ciencia poniendo el cuerpo para que se avance en un sentido histórico”. Se enteró a principio de 2021 de la existencia del estudio gracias a una publicación en redes sociales y, luego de una entrevista que derivó en su selección, tuvo un primer acercamiento con los médicos del hospital Ramos Mejía que lo instruyeron sobre el funcionamiento de la inyección. Una vez que firmó el contrato de consentimiento comenzó a recibir las dosis.
Se estima que el período de estudio dura dos años y medio. Consta de un año de inoculación que se completa al recibir las cuatro dosis y el tiempo restante es la ventana de investigación. ¿Cómo funciona la vacuna? Al ser catalogada de preventiva se espera que pueda generar los anticuerpos necesarios para que un organismo en contacto con el virus, tenga las defensas suficientes para aniquilarlo.
Según la descripción de Nicolás, los síntomas de la vacuna preventiva no se sintieron diferentes a los de otras: decaimiento, cansancio corporal y fiebre. Los análisis periódicos que integran el actual proceso de evaluación consisten en análisis de sangre para saber qué sucede con este nuevo régimen de vacunación en el organismo y, del mismo modo, asegurar que todo proceda con los efectos esperados.
Estigma y discriminación
Una experiencia familiar despertó el interés de Nicolás en la temática VIH. “Hay una persona en mi familia que tiene sida y siempre se trató el tema como si fuese un tabú. El crecer y el entrar en contacto con la información me ayudó para aportar al debate. Es importante que todos estemos informados, que todos tengamos una noción sobre el tema porque ayuda a sacar el estigma y quitar los mitos alrededor del VIH”.
El investigador Gastón Devisich también entiende que hay estigmas que se manifiestan en las investigaciones. “Cuando se habla de la respuesta al VIH se habla de ponerle fin a las desigualdades. El VIH es causa y consecuencia de la pobreza y en algún punto se le da respuesta a la pobreza al darle respuesta al VIH. Es un indicador de derechos humanos, quien no tenga acceso a esta respuesta es probable que no esté accediendo a otras cosas tampoco y ahí entran todas la variedades de desigualdades, las económicas, las sociales, las de género, las raciales. Toda desigualdad a nivel mundial ralentiza el progreso de la respuesta”.
Una vacuna para cambiar el mundo
Podría ocurrir un cambio de paradigma si se materializara una vacuna preventiva, pero Devisich advierte sobre la importancia de llevar las expectativas con calma: “No hay que pensar en términos binarios ni decir hoy no tenemos nada o mañana va a venir una cura revolucionaria”. Y agrega: “Nunca termina por ser el todo o la nada. Incluso en el hipotético panorama de que la vacuna esté en un futuro, habrá que trabajar en una implementación para que la estrategia de vacunación llegue a las personas a las que les tiene que llegar. Sucede hoy con la vacuna contra el COVID-19, por más que existe, hay personas que no se vacunan”.
El integrante de la Fundación Huésped explica por qué los tiempos de desarollo entre la vacuna del COVID-19 y la del VIH son disímiles: “Esa pregunta va a tener dos abordajes, uno biomédico y uno social. En lo biomédico, el virus VIH no es un virus cualquiera, es mucho más difícil construir una estrategia que lo prevenga y encontrar una vacuna o cura porque muta muy rápido. No es el mismo VIH el que se tiene acá en la denominada ‘sociedad occidental’ que el del sudeste asiático o el África subsahariana. En lo social, es una deuda pendiente y hay que darle lugar de prioridad, pero también hay que decir que no estamos tan retrasados en lo que a tiempo respecta. Para lo que fue la vacuna de la polio se necesitaron casi 50 años". En este sentido, cree que existió un confluir de fuerzas para combatir el coronavirus: "La vacuna contra el COVID-19 tuvo voluntad política y voluntad económica, porque cuando las papas quemas todo funciona de manera mucho más orgánica. La urgencia por la pandemia hizo que los beneficios superaran ampliamente a cualquier riesgo”.
Este planteo del tiempo relativo e indeterminado para el desarrollo de una vacuna pone a las claras que no existe una fórmula universal que asegure que iniciando el estudio en A se llegue a B en una cierta cantidad de meses. Incluso la estimación estará sujeta también a lo que demoren los agentes reguladores para aprobar la producción a gran escala, el proceso de una potencial patente y la distribución. Sin embargo, la investigación es prometedora: “Supongamos que en el peor de los casos la vacuna alcance el 30% de eficacia, a gran escala significaría que habría cinco millones, casi seis de personas que de acá a diez años no deberían adquirir la infección, si fuese del 50% serían casi veinte millones". Al fin y al cabo, en palabras de Devisich, “no es que exista una intervención única para salvar el mundo pero todo suma”.