Librería de Ávila: es la más antigua de Buenos Aires y estaba a punto de convertirse en un McDonald's cuando un librero la rescató

Su dueño es Miguel Ávila, férreo defensor de los libros en papel, y logró recuperarla antes de que la convertieran en un local de comida rápida. Hoy es la más antigua de Buenos Aires, un clásico de la ciudad. 

21 de noviembre, 2024 | 00.05

La librería más antigua de Buenos Aires data del siglo XVIII y está ubicada en la esquina de Alsina y Bolívar, en el barrio porteño de Monserrat y muy cerca de la mítica Manzana de las Luces. Tiene una gran cantidad de bibliotecas y estanterías de madera que alojan cerca de 150 mil libros, entre ellos, varios clásicos de ediciones antiquísimas. En la puerta, suele haber bateas con ofertas.

Por allí pasaron Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Juan José Castelli y hasta el mismísimo Manuel Belgrano, quienes se juntaban a leer y debatir las ideas de la Revolución Francesa. De a poco, el lugar se convirtió en uno de los espacios donde se gestaron las ideas de la Revolución de Mayo.

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Su dueño es Miguel Ávila, férreo defensor de los libros en papel y coleccionista de bibliotecas antiguas. “Lo más antiguo que tenemos en Argentina es esta librería, una de las más antiguas del mundo”, asegura en diálogo con El Destape.

Una librería que primero funcionó como botica

Miguel relata que según los historiadores Domingo Buonocore y Rafael Alberto Arrieta, en 1785 llegaron los primeros libros a la “gran aldea”. En esa esquina funcionaba una botica, un lugar donde vendían yerbas medicinales y “cosas para el gauchaje”: ginebra, azúcar y bota de potro. “A todo eso se le fueron sumando libros y, como los amantes de los libros sabemos, el libro es un agente invasor. Primero tenés algunos en la mesita de luz, luego debajo de la mesa de luz, y de golpe tenés libros por todos lados. Los libros fueron tomando espacio en la botica y ya cuando empezó el siglo XIX el negocio se convirtió una librería”, cuenta Miguel.

Tiempo después, la librería pasó a llamarse “La librería del colegio”, debido a su proximidad con el Colegio Nacional de Buenos Aires, ubicado a pocos metros. A fines de la década del 80 la librería cerró por una quiebra fraudulenta.

Cuando casi se convierte en un McDonald's

A principios de la década del 90, la hija de Miguel era alumna del Colegio Nacional de Buenos Aires y los padres y madres solían esperar la salida de los chicos y chicas en la Iglesia de San Ignacio, ubicada enfrente de la librería, que se encontraba cerrada.

En ese momento, Miguel tenía una pequeña librería, ubicada en Piedras y Avenida de Mayo. Durante una de esas esperas, uno de los padres le preguntó a Miguel si conocía la historia de la reconocida librería, ya que en ese local estaban por poner un McDonald's, pensado estratégicamente para los chicos “del colegio”.

“El local estaba cerrado, abandonado, lleno de escombros, con cirujas que vivían adentro con perros y gatos. Yo conocía la historia de la librería porque soy un fanático de la historia colonial de Buenos Aires. Cuando me enteré que la querían convertir en una sede de la famosa cadena de hamburguesas me agarró un ataque de nacionalismo”, recuerda.

Al día siguiente, cuando Miguel se encontraba en su pequeña librería, recibió la visita del cura Arce, de la Iglesia San Juan Bautista, que solía ir seguido al local. Miguel le contó que estaba mal porque se había enterado del futuro de aquella vieja librería y el cura le propuso ir hasta ahí para averiguar de quién era ese negocio. “Fuimos a preguntarle al señor del kiosko de enfrente si sabía quién era el dueño. Y el kioskero respondió: ¿Me está cargando, Padre? Son ustedes los dueños, es del Arzobispado de Buenos Aires”.

Esa tarde el Padre Arce le facilitó a Miguel el teléfono de la persona encargada de los asuntos inmobiliarios del Arzobispado y comenzó a dirimirse una especie de “pelea” a lo largo de todo un año, debido a que ya existía una especie de precontrato con McDonald's. Finalmente se disolvió el convenio que tenían con la cadena de hamburguesas y en 1993 decidieron dársela a Miguel para que continuara con la librería. “Me comprometí a reeditar de la mejor manera posible la antigua Librería del Colegio”, apunta.

Una librería con más de 150 mil libros

La librería cuenta con un piso repleto de bibliotecas y estantes, un subsuelo y un altillo hecho de madera antigua. Cuando Miguel recuperó la librería, el dueño de una antigua casa de ropa ubicada sobre la calle Tacuarí estaba liquidando todo lo que tenía en su negocio y le regaló estanterías y las cajas del mostrador. “Es todo de madera de 1880”, señala el librero. “Yo tenía un carpintero maravilloso que hizo todo lo que se ve acá”, agrega.

El local tiene vidrieras con fileteados realizados por Roberto Pereyra, el fileteador “más importante que tuvo Buenos Aires” y ediciones de clásicos que “solo se consiguen acá”, asegura Miguel.

“Yo me dedico a la búsqueda y a la compra de bibliotecas antiguas. En la escalera, por ejemplo, en este momento hay muchos paquetes con libros que son parte de una biblioteca de historia que acabo de comprarle de un cliente”, detalla Miguel.

“Empecé en el mundo del libro desde muy chico”

Miguel cuenta que tiene una historia personal “complicada”. Nació en el sur de la provincia de Córdoba, se crio sin la presencia de su madre y conoció a su padre recién a los 50 años y tiene una hermana que falleció en la Pandemia por Covid-19.

“Deambulé por distintos reformatorios hasta que a mis 11 años, la patrona de mi hermana, que se llamaba Marcela, me trajo de Córdoba a Buenos Aires, me dio techo y comida, y me mandó a la escuela, a cambio de que yo me quedara con su madre, que era muy viejita. Al poco tiempo, la madre murió y me quedé con Marcela, que siempre me leía cuentos antes de dormir”.

Miguel cuenta que así descubrió obras clásicas como Los Miserables, Rosaura a las diez, y autores como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. “Marcela me compró la colección de Robin Hood y así me empecé a apasionar por los libros. Empecé a leer y a leer. Pasé de ser un chico expulsado de todos lados y me convertí en abanderado de la escuela”, asegura.

En 1960, cuando Miguel tenía 13 años, empezó a trabajar en una librería de historia llamada “Platero”, ubicada en Talcahuano 468 con el librero Luis Lacueva. “Él era un gran librero y fue como un padre”, señala. Entre los clientes habitués se encontraban el profesor universitario, historiador y diplomático argentino, José María Rosa, y el escritor y pensador, Arturo Jauretche. “Un día Jaureche me preguntó si, además de trabajar en la librería Platero, estaba estudiando. Me dijo: ‘¿Qué vas a hacer después? Tenés que seguir estudiando y hacer, cómo mínimo, el secundario’. Con su ayuda pude rendir los exámenes y entrar al colegio Carlos Pellegrini”, detalla.

Miguel continuó en Platero hasta los 20 años, donde se dedicó a manejar los catálogos y las ventas al exterior. Después trabajó en la famosa Librería Antigua Fran Mocho, ubicada en Sarmiento y Callao, y al año de trabajar como vendedor la dueña le “pasó” la librería. Allí estuvo hasta 1979. Más tarde se dedicó a realizar catálogos en un departamento y finalmente tuvo su propia librería de Piedras y Avenida de Mayo, llamada “Librería De Ávila”, hasta que en 1993 se hizo cargo de la antigua “Librería del Colegio”.

La librería es muy famosa y recibe turistas de todo el mundo ya que en muchas guías de viaje recomiendan darse un paseo por el antiguo negocio. “El cliente más famoso que tuvimos fue el cantautor Juan Manuel Serrat”, detalla Miguel.

“La librería funciona muy bien cuando tenemos un desfasaje con el dólar. Hoy no es así porque somos uno de los países más caros del mundo. En esta situación económica que estamos atravesando el libro es un elemento prescindible”, acota.

El librero dice que no pasa un día sin que se venda alguna edición de “El Principito”, de Saint-Exupéry, y del “Martín Fierro” de José Hernández, del que tienen ediciones a muy buen precio.

“El libro digital tiene sus ventajas pero, así como el cine sigue teniendo una magia extraordinaria, lo mismo pasa con el libro en papel. Es una relación con el papel, su olor y la sensación de tenerlo en la mano. Es irremplazable”, concluye Miguel.