El momento de las Fiestas es sin duda uno de los más esperados en el año. La familias se juntan a celebrar y compartir un momento, los amigos organizan fiestas ampliadas, los niños y niñas esperan con expectativa la llegada de Papa Noel y el reparto de los regalos. Se trata de un ritual colectivo y un espíritu de época, muchas veces asociado al ideal romántico de los recuerdos, que nos atraviesa a todos y un compromiso que resulta difícil de evadir. Esto mismo genera que para algunas personas se vuelva un factor estresante, a veces incómodo y hasta traumático.
Las estadísticas a nivel mundial evidencian que por detrás de las lucesitas navideñas, el brindis y las imágenes publicitarias, existe una realidad oculta que viven miles de personas cuyos cuadros de depresión, ansiedad y estrés empeoran para esta época, situación que impacta también en su entorno cercano y sobre todo en las familias. Se trata de un fenómeno estacional, mucho más común de lo que se piensa, vinculado a cuestiones como la soledad, los problemas económicos, la situación familiar, los duelos y pérdidas de seres queridos, la presión por las expectativas ajenas y la comparación con las experiencias biográficas de los pares.
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La psicóloga y especialista en emociones, María Belén Messina, explica que este fenómeno social tiene que ver con los efectos perjudiciales que la pandemia generó sobre la salud mental de las personas: “En esta época de pospandemia ha habido muchas reestructuraciones familiares. En las fiestas se espera de la gente un clima de celebridad, festivo, incluso en algunos casos una alegría eufórica. Los que trabajamos con emociones sabemos que forzar a una persona a estar alegre si la emoción es otra genera un esfuerzo muy grande e incluso en ciertos casos podría agudizar síntomas de ansiedad y /o depresión. Cabe aclarar, que la salud mental depende de diferentes factores. Sin embargo, estas fechas movilizan emocionalmente a la población”.
La ansiedad no surge necesariamente al momento del encuentro con los otros sino que comienza en los días previos. Se trata de una sensación de agobio, melancolía y “tristeza”, difíciles de describir, frente a un panorama sociocultural generalizado que obliga al consumo, a las compras compulsivas, a la hiperactividad, al vínculo social. Esto provoca un estado de alerta previo continuo que se agrava a medida que se va acercando al 24 y al 31, y continúa tiempo después de que pasaron las Fiestas. “Algunos problemas relacionados con las exigencias de cierre, las expectativas familiares, las vivencias subjetivas de cada persona, su vulnerabilidad previa, los desafíos de la actualidad sumado a este período del año en algunos casos desencadena síntomas muy diversos: angustia , ansiedad , irritabilidad y diferentes síntomas físicos”, explica Messina.
“Lo primero es la familia”, esta frase que se instaló en el imaginario social en los 90 a partir del éxito del programa La familia Benvenuto, la mesa larga que está situada como mandato y exigencia en la cultura argentina, a veces puede ser un motivo de desequilibrio emocional, y mucho más en momentos de crisis económica y alta tensión social como los que vivimos. El aspecto instituido de las fiestas y la obligación del encuentro social lo vuelven un imperativo, la charla con personas con las que a veces se comparte poco y nada, moverse por el automatismo de lo que se espera de nosotros, es una puerta abierta al conflicto y a las peleas personales. La tensión previa al encuentro hace que cualquier roce, comentario desubicado, o expresión desafortunada escale rápidamente y se transforme en una discusión que termina refrescando viejas heridas, historias pasadas o fantasmas personales.
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Ante este escenario posible los profesionales recomiendan preservar la armonía del encuentro con los seres queridos, desde la singularidad de cada uno y la vivencia emocional real, ser fiel a lo que uno desea para no sentirse bajo presión, y no vivir las fiestas como un momento obligado de reunión, sino como una ocasión más con imperfecciones. “Sería más importante centrarse en valores que quisiéramos priorizar en las fiestas que en una cena perfecta, con gente perfecta. Ninguna familia lo es, no todas las fiestas son iguales entre sí y contextualizar según cada año y sujeto podría ayudar a empatizar con el otro - señala la especialista y agrega - en personas que se encuentran solas o que han perdido seres queridos esto podría genera un impacto emocional aún mayor”.
Fin de año además suele vivirse como un momento de balances. El cierre del calendario significa la posibilidad de analizar los meses transcurridos y evaluar si se han cumplido o no con las exigencias autoimpuestas y/o socialmente establecidas. Con el boom de las redes sociales y la virtualidad este ejercicio se acrecienta, amplificando las comparaciones con otros y los estímulos negativos al ver los recortes de las vidas ajenas. Los relatos meritocráticos y preformateados para el afuera suelen ocultar la vulnerabilidad y humanidad de los sujetos, alimentando la sensación de inconformidad, incompletud e imperfección.
En las reuniones familiares pesa significativamente más la mirada de los otros sobre los logros y conquistas con alto valor social. La mesa navideña se siente como un examen cruel y a cielo abierto. “Los conflictos familiares no resueltos, las diferencias entre la expectativa idealizada y la realidad muchas representada en las redes sociales o el discurso social pueden generar en la gente mayor presión que otras cenas familiares u otros encuentros. Por esto, un llamado a la solidaridad con el otro, a empatizar con la situación de los demás y poder tolerar las diferencias entre individuos podría ayudar a generar un impacto menor de estas cuestiones”, analiza Messina.
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La vivencia de este momento del año es subjetiva y particular. Es importante diferenciar el sentimiento eventual que puede generar la época de las personas que están atravesando un padecimiento en salud mental o tienen el diagnóstico médico. En ambos casos las fiestas pueden significar un factor estresor, pero en el caso del segundo grupo de personas el tema requiere un mayor grado de atención y más aún si se trata de adultos mayores. Para esas situaciones es fundamental la consulta y el acompañamiento profesional, y la cercanía de la familia y los seres queridos para evitar el aislamiento, sobre todo en situaciones de melancolía o decaimiento.