Victoria Montenegro es una política y diputada que actualmente ocupa una banca en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Pero también, una hija de desaparecidos. Nació el 31 de enero de 1976 y, dos semanas después, fue secuestrada en su domicilio de William Morris, provincia de Buenos Aires, junto a sus padres Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro durante el golpe de Estado más atroz y violento que atravesó a la Argentina. Hoy, desde su función, y tras haber recuperado su verdadera identidad luego de ser apropiada de forma ilegal, cuenta su historia y le hace frente a los discursos negacionistas que cada vez toman más fuerza.
En el marco del 45° Aniversario de la creación de Abuelas de Plaza de Mayo, la dirigente del Frente de Todos (FdT), sostiene que cada mes de octubre se "moviliza muchísimo" y que encontrarse con otros nietos y nietas la "emociona" cada vez más, principalmente porque en el último tiempo "muchas Abuelas nos fueron dejando". Por eso, a la hora de hablar de la organización y de lo que significa, no duda: “Abuelas representa todo lo que está bien, representan todo lo que está bien. La esperanza, el trabajo, la perseverancia, el amor y el deseo decidido”.
La presidenta de la Comisión de Derechos Humanos sostiene, en diálogo con El Destape, que su vida está atravesada por dos historias totalmente distintas y opuestas: la impuesta por la dictadura cívico militar de 1976, cuando su nombre era María Sol y la actual, como Victoria. "Mi primer recuerdo de la infancia era de tener muchísimo desprecio y odio a todo lo que tenga que ver con ‘esas viejas’. Tenía un odio particular por ellas, por la política, por todo lo que estuviera del otro lado de mi vida como María Sol. Me había criado para hacerme creer que nosotros éramos los buenos, los que estábamos del lado del bien y que después había una otredad, no otro que pensara distinto", explica.
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Dentro de esa otredad, de esa "pared", estaba "todo lo perverso y lo malo". Allí, para Victoria, también estaban las Abuelas. Sobre esto, recuerda: "'Las viejas’ y ‘la Carlotto’ -así la llamaba-, porque la odiaba particularmente a Estela. No soportaba escucharla o verla. Me habían enseñado, como María Sol, que habíamos ganado esa ‘guerra’ en el marco militar pero habíamos perdido en el ideológico. Y que había quedado un resabio de aquella subversión que tenía que ver con un grupo de mujeres, enfermas de odio, que trataban de instalar la idea en la Argentina de que los hijos de los militares podíamos ser los hijos de las subversión".
Si bien esa idea fue sostenida a lo largo de toda su infancia y su adolescencia, todo cambió cuando "aparece" -dicho desde sus propias palabras- en el año 2000. En aquella época, tras el resultado genético, la Justicia confirmó que era Victoria. "Obviamente me niego a conocer a mi familia de Salta y a todo. En un momento, el juez me obliga a notificarme con la otra parte y no con Abuelas que era querellante de mi causa. Había una familia, personas con DNI -no una institución-, que quería conocerme", expresa. Y si bien se niega durante un tiempo, luego acepta "solo para que no venga más la policía a notificarme a mi casa". ¿La condición? Que Estela de Carlotto no esté presente en el juzgado, porque sino "no iba nunca más".
El paso a paso: ¿cómo es reconstruir una identidad?
Si bien Montenegro sostiene que su comportamiento fue "muy violento pero respetuoso", argumenta que era la única respuesta posible ante semejante información. "Fui mentalizada a hacer un trámite administrativo, me presenté con mi familia como María Sol Tetzlaff Eduartes, hija del señor Coronel del Ejército Herman Antonio Tetzlaff y de María del Carmen Eduartes, dije que ellos eran mis padres, que los amaba y que esperaba que, a partir de ese momento, me dejaran vivir en paz. Que los conocía solo por obligación de la justicia", recuerda de aquella jornada en el juzgado.
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Pero cuando termina dicho trámite, con intención de irse, se enfrenta a su familia y todo cambia. "Los observo, no lo había hecho hasta ese momento, hago la primera identificación visual y veo que soy igual a todas mis tías. Fue tremendo. Veo a mi tía Irma que se le caían las lágrimas y fue la primera vez que pensé ‘¿por qué llora esta mujer si los únicos que estamos pasándola mal o sufriendo somos mi papá y yo por tener una causa encima?’". Tras esto, poco a poco, "y con mucha distancia" comenzó a construirse un vínculo.
En diciembre del 2001, su marido, Abuelas y parte de la familia organizan -sin que ella sepa- un viaje a Salta. Ese mismo mes, ingresó por primera vez a la casa de Abuelas. "Fue muy difícil porque pesaba mucho más la formación ideológica, tardé muchos años en poder sentir. Fui con Santi, mi hijo más chiquito, que en ese momento tenía dos años y recuerdo que me impactó mucho el cuadro con los desaparecidos que se ve cuando se abre la puerta. Para mí toda esa historia era una gran mancha, no había personas identificadas", recuerda.
En ese momento, "con su capacidad especial de contactarse con los chicos", Estela lo agarra a Santiago de la mano y lo lleva a buscar galletitas. "Internamente era fuerte porque era ‘esa mujer’, que se estaba llevando a mi hijo y al mismo tiempo, una imagen que me daba muchísima ternura", añade. Allí empezó un camino que llevó muchos años, que no fue fácil y estuvo repleto de contradicciones según la propia Victoria.
"Siempre agradezco mucho la paciencia que tuvieron y tienen las Abuelas para acompañarnos en ese proceso. A mí me pasaba que legalmente era Victoria pero ideológicamente era María Sol. No podías procesar, más allá de que haya un documento que te diga que efectivamente esos no son tus padres... Vos tenés una vida de convivencia con esas personas que te atravesó muchos años", explica. El proceso para ella duró 7 años y a pesar de tener su DNI, no lograba presentarse con su nombre. "Decir mi nombre, significaba reconocerme hija de mis padres y yo no podía entender que esos dos chiquitos eran mis padres", agrega.
No solo porque, normalmente, los padres son más grandes que uno sino que cuando los 'conoció' fue a través de dos imágenes donde su mamá tenía 15 y su papá, entre 17 y 18. "Pelo largo, pantalones oxford y lo comparás con el padre con el que creciste... Un padre de fajina que medía dos metros y al que todo el mundo le hacía la beña. Mi papá era gigante, un coronel del Ejército. Y resultaba que no, que era el responsable de la desaparición de tu papá y que tus padres son estos dos chicos", plantea.
Las preguntas y los sentimientos fueron muchos. "¿Cómo reordenar toda tu vida reconstruyendo una identidad que nunca habitaste? Se te cruza el sentimiento, el dolor, la bronca, la impotencia, la historia y la ideología… Me habían formado para activar rápidamente un sistema de defensa frente a discursos que pudieran desviar esa formación en la que tanto mis papás habían ‘trabajado’. Es una verdad que viene a interpelar todo lo que vos habías construído y en mi caso, casada con tres hijos, no se trataba solo de mi propia identidad", suma.
A partir de la verdad repleta de pruebas que Abuelas brinda a los/as recuperados/as, se contrasta un nombre y una vida construida con recuerdos de infancias y adolescencias, estudios, matrimonio, hijos y vínculos que son puestos en jaque. "¿Cómo reconstruir todo sin que toda tu vida se destruya? ¿Cómo te vas reconstruyendo con la misma persona que sos sin que todo se rompa? ¿Cómo hacés para no romperte, para no romperte toda, cuando ya te rompieron tanto? En mi caso fue mover todo con mucho cuidado", explica.
"La otra vez di una charla en una escuela primaria y uno de los chicos sintetizó esto: ‘Es como el jenga, tenés que hacer como el jenga’. Esa es la imagen, eso es lo que tenés que hacer".
Más allá de los tiempos que cada uno puede necesitar, Montenegro sostiene que la paciencia de Abuelas y el "estar" es clave para entender su trabajo. Entre tantas herramientas brindadas, destaca el Archivo Bibliográfico Familiar repleto de testimonios de abuelos, amigos ya fallecidos y personas que los conocían de esa época. "La idea de las Abuelas es esa, quién les va a contar a los chicos cómo eran sus padres cuando ellas no estén. ¿Cómo te encontrás con tus viejos sin esa transmisión de la historia? A mí me permitió conocer a mis papás", contó. Y también recordó que si bien el vínculo con su familia, en un principio, era "respetuoso" cuando leía algo que marcaba el rumbo político de ellos "retrocedía 10 casilleros" en el proceso.
"Yo necesitaba entender que no era hija de la subversión, que había personas, que fueron de carne y hueso, que en esa otredad negativa había algo bueno... Me costaba humanizarlo", explica atravesada por la educación que le brindaron sus padres no-biológicos. Y cerró sobre el Archivo: "Me ayudó para poder procesar el camino, respetando los tiempos que necesité para que efectivamente en el momento en el que pude decir mi nombre, pude hacerlo con la claridad de saberme parte de esta historia”.
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Con el paso de los años, su relación con Estela de Carlotto cambió por completo y hoy no duda cuando la nombra: "Esté haciendo lo que esté haciendo, cada vez que nombran a Estela, o que la veo, lo primero que me sale es una sonrisa. La pienso y solo sonrío. Solo pensar en ella, me hace pensar en ideas. En mi trabajo del día a día, en mi vida, siempre las tengo presentes (a Abuelas). La importancia de tejer redes, de ponerse por encima de cualquier mezquindad personal, pensar en las maravillas que se pueden construir si se hace de forma colectiva y el convencimiento de que el amor vence". Y agrega: "Siento algo en el pecho que es especial cuando pienso en Estela, y más en este tiempo".
Incluso, cuenta a El Destape, la increíble reacción de la activista y referente de derechos humanos después del atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner. "Vino, estando hace varios meses con un problema en su espalda, con un corsé de hierro, se sienta y dice: 'Bueno, qué hay que hacer, hagamos todo lo que haya que hacer, voy a poner el cuerpo, acá estoy", dice sorprendida Montenegro y agrega: "Nosotros, que somos mucho más jóvenes, pensamos en hacer más o hacer menos… ¿En qué momento pensamos en dejarlo todo cuando esta mujer, que tiene 92 años, de los cuales 45 fueron de lucha, que está con la espalda lastimada, que perdió a muchas compañeras y que sigue buscando a otros nietos aunque ella ya encontró al suyo, viene y te dice ‘yo pongo el cuerpo’? Estás con ella dos segundos y querés dar vuelta el mundo, te das cuenta que no hay nada imposible". Y cierra: "El motor que nos impulsa es el de ese amor, esas mujeres son amor".
Los discursos negacionistas y el mensaje a las futuras generaciones
Montenegro sostiene que la respuesta a la gran cantidad de discursos de odio y negacionistas es "redoblar el trabajo" para fortalecer la memoria, porque muy pocos adolescentes conocen la historia. Para llegarles y acercarlos aún más, señala la importancia de las historias de vida. "Desde Abuelas e H.I.J.O.S., junto a los gremios de educación, estamos trabajando para salir a la cancha, redoblar los testimonios, que se conozcan las historias. Para los más chicos la historia es literal en blanco y negro, todas las fotos son así. Les mostramos que estamos acá, que tenemos hijos de la edad de ellos, que los que nos faltan también… La historia toma color, está cerca, está en cualquier esquina. Así volvemos a fortalecer la memoria y construimos puentes con las nuevas generaciones", cuenta.
Además, como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, quiere trabajar en la formación de las y los comunicadores. No solo para que entiendan cuándo se es funcional a los discursos del estilo, sino también para entender cuándo mostrarlos, cuándo dejar que pasen, cómo identificarlos y no replicarlos. "Queremos darle herramientas y estrategias para enfrentar al odio", añade. Y aclara: "Primero hay que reconocer que el odio está en la sociedad, volvió y tiene banca, representación institucional... No hay que tenerle miedo. ¿Cómo se combate? Con memoria, verdad y justicia, con trabajo sostenido, volver a lo que fuimos. Ya lo hicimos antes, podemos hacerlo ahora”.
Por último, la diputada pidió que ayuden a quienes tengan dudas sobre su identidad o conozcan personas que se encuentren atravesando dichos procesos. "Que los ayuden a encontrarse. Hay algo adentro tuyo, hay recuerdos y cuestiones, que afloran todo el tiempo y generan una sensación de mucha desolación, de mucho dolor. Esto te permite empezar a construir tu vida. La verdad es la única que permite hacer tu verdadera vida, despejando todo ese dolor", dijo desde su propia experiencia.
Mientras que sobre las futuras generaciones, concluyó: "Durante un tiempo se trataba de nuestras historias pero son también las historias de nuestros hijos y en mi caso, que soy abuela, de mi nieto. Son muchas generaciones a las que les debemos esta verdad. No hace falta ser hijo o familiar de desaparecidos para entender que esta historia también te pasó. Los jóvenes tienen que sumarse con mucha fuerza a defender la memoria porque las Abuelas y las Madres son pocas, porque muchos de los Hijos y Nietos no pueden dar testimonio -emocionalmente hablando-, y todos tenemos que defender la memoria. Es la única garantía de que nunca más se repita la historia".