¿Es el neoliberalismo verde una solución real al calentamiento global?

07 de noviembre, 2021 | 00.05

Las agendas del mundo, y de la Argentina, esta semana se tiñeron de verde en el marco de la  Cumbre de Líderes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que se realizó en la ciudad de Glasgow con la participación de delegados y funcionarios de 196 países, asociaciones civiles, periodistas y activistas.  “Basta de maltratar la biodiversidad. Basta de matarnos con el carbono. Basta de tratar a la naturaleza como un retrete. Basta de quemar, perforar y minar a mayor profundidad. Estamos cavando nuestra propia tumba”, fueron las palabras de apertura del Secretario General de la ONU, Antonio Gutierres.

El objetivo del encuentro es llegar a un acuerdo y conjugar las políticas necesarias para  tratar de poner en marcha, finalmente, el Acuerdo de París que había sido firmado a fines de 2015 por 190 países con la  meta de reducir las emisiones de gases contaminantes, compromisos que no se han respetado hasta el día de hoy, sobre todo por parte de los países más ricos.

En su discurso el Presidente Alberto Fernández ratificó el compromiso de la Argentina en la lucha mundial contra el cambio climático como política de Estado". Además llevó en su carpeta dos reclamos centrales : la propuesta de implementar canje de deuda por acción climática, a partir de la creación del concepto de deuda ambiental; y el compromiso de favorecer la inversión y el desarrollo de encadenamientos productivos nacionales para avanzar con una matriz energética inclusiva, estable, soberana, sostenible y federal.

En este marco se conoció la alentadora noticia del acuerdo con la empresa australiana Fortescue para la producción de Hidrógeno verde en Río Negro, con una inversión de U$S 8.400 millones y la promesa de creación de entre 40.000 y 50.000 puestos laborales indirectos en los próximos años.  Esto permitirá avanzar en la política de descarbonización del sistema productivo y  la reducción de las emisiones de carbono en el mundo. Para nuestro país el saldo de la participación fue sumamente positivo teniendo en cuenta que el volumen de la inversión anunciada y oportunidad que representa convertirnos en proveedores mundiales de este combustible del futuro.

En términos comparativos , en relación a los niveles de emisión de dióxido de carbono y otros gases, Argentina está entre los países “más verdes”, muy por debajo de los niveles de emisión que se registran en los países del hemisferio norte y Europa. A nivel global, los mayores emisores de gases de efecto invernadero son China (28%) y Estados Unidos (15%), mientras que nuestro país representa menos del 1% de las emisiones globales. Si bien la cifra no significa que sea poco importante el compromiso adoptado por Alberto Fernández para limpiar nuestra matriz productiva, sobre todo teniendo en cuenta que hoy un 86% depende de fuentes fósiles, la pregunta que queda resonando es cuál será el rol de los países desarrollados en esta lucha contra el cambio climático?

Al no ser un encuentro vinculante, el mundo corre el riesgo, una vez más, de que el Acuerdo de París y las propuestas de los países firmantes vuelvan a quedar en un limbo espacio temporal atado estrictamente a las agendas políticas y electorales locales, las situaciones económicas regionales, los compromisos de deuda, y sobre todo el lobby y las prioridades de los sectores mas privilegiados de la economías concentradas  que, paradójicamente, son quienes mayor distancia mantienen en la realidad efectiva con las problemáticas del cambio climático y las relaciones de producción.

No me equivoco si digo que la agenda política actual como respuesta a la problemática ambiental sigue siendo hegemonizada por los países desarrollados. O acaso la mera reafirmación del Acuerdo de París y la promoción de las energías renovables y la economía verde constituyen realmente una alternativa real a los procesos de avance, deterioro y destrucción sobre la naturaleza? Dónde están las propuestas que buscan modificar las condiciones cada vez más desiguales de vida que genera el neoliberalismo? Mientras las economías avanzadas continuarán invirtiendo en la infraestructura y tecnología para la transición a la nueva economía del clima, los países más vulnerables cuentan con menos recursos y margen de maniobra enfrentándose a escenarios desestabilizadores.  Las respuestas impulsadas por una mínima fracción de las elites mundiales presentes en la COP26 no son más que el reverdecimiento del modelo económico y productivo actual.

La Cumbre en teoría funciona como una suerte de espacio mundial de debate y reflexión sobre el cambio climático. Pero los planteos se generan en un tono muy democrático, con discursos políticamente correctos y el matiz solemne de los protocolos internacionales que da más peso a las palabras por el lugar de enunciación, que por los efectos que realmente pueden llegar a producir.  Tal como pasó con el Acuerdo de París, nada de lo que allí ocurre representa una transformación real de la escenografía mundial o una verdadera puesta en común, honesta y realista. Lo que se ha construido es un discurso de capitalismo verde que reduce la complejidad de la realidad crítica que vivimos por el cambio climático, a proyectos de la economía verde , inversiones en nuevas energías, y discursos eco friendly orientados a la creación de nuevos mercados, que no se alejan de la lógica del modelo productivo vigente y la especulación financiera.

Las políticas para la mitigación de los perjuicios ambientales y socioculturales no pueden limitarse a ser solo una modificación en las formas del mercado, o la promoción de una serie de actividades económicas consideradas “verdes”. Si no se problematiza la racionalidad de la ganancia, la concentración de la riqueza, y el modelo de competencia no hay posible desarrollo sustentable. En esas condiciones las respuestas posibles suelen parecerse más al problema que a la solución.

La pregunta de fondo ordenadora del modelo global es “¿para qué se produce?”: ¿se produce para satisfacer las necesidades de la población y mejorar su calidad de vida, y la de las generaciones futuras? ¿O se produce para para generar e incrementar ganancias? Si no hay lugar para esta pregunta, mejor dicho: si quienes en las corporaciones ocupan los lugares de decisión no entienden que sea ésta la pregunta,  es porque difícilmente haya lugar para la implementación de un proyecto sustentable a largo plazo. La calidad de vida y la satisfacción de las necesidades básicas debe ser el objetivo del desarrollo sustentable y cualquier proyecto ambiental.

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