Los tuits cargados de clasismo, xenofobia, misoginia y antisemitismo de tres jugadores de Los Pumas, el capitán Pablo Matera, Guido Petti y Santiago Socino, provocaron un escándalo nacional con repercusión internacional. Esas expresiones de odio dejaron al desnudo los supuestos valores morales de las élites argentinas, de la clase alta, y revelaron una vez más el desprecio con el que se ubican por encima del resto de la sociedad.
Mientras baja la espuma de la indignación, y tras el repudio generalizado, surgen algunos debates y preguntas. Varios investigadores de la educación y formación de las élites fueron consultados por El Destape sobre la formación moral, los procesos educativos y de pertenencia que se desarrollan en circuitos cerrados y diferenciados que reproducen esas posiciones.
“Ciertas clases cooptan instituciones para mantener sus privilegios. Hay escuelas que fueron cooptadas por la clase alta en las que lo único que importa es armar un mundo propio, un entre nos, garantizar que no se van a mezclar con otra gente”, explica Alicia Méndez, doctora en Ciencias Sociales.
“Lo que pasó con Los Pumas es esa cuestión de poder decir abiertamente cosas aberrantes en un mundo super homogéneo en el que no hay nadie que les diga que eso no se puede decir, con todo un sistema que colabora para que no haya cruces con personas de otros orígenes sociales, con otras miradas”, completa Méndez.
“Hablan mucho de la educación y la formación en valores que provee el rugby, esa idea está instalada. Toda esa discursividad moral es un gran organizador de la diferenciación moral que los ubica siempre en un lugar de superioridad”, dice Sebastián Fuentes, investigador del Conicet en FLACSO.
Sobre la violencia que demostraron las expresiones de los jugadores de rugby, Fuentes considera que “es un modo de pensar al otro desde la superioridad de género, de clase, racial y específicamente moral. Los otros, los que no son como ellos, son marcados”. Al mismo tiempo aclara que si bien en este caso eso es notable de manera brutal, “ese proceso no es exclusivo de las élites”.
Por su parte, Méndez marca una distinción entre clase alta y elite, porque “puede haber una elite intelectual que no necesariamente sea de clase alta”, y también advierte que tampoco se podría pensar en una clase alta homogénea.
“Pertenecer a la clase alta implica hacer un trabajo para sostener ciertos privilegios y, a la vez, circulan entre personas que comparten espacios de sociabilidad donde se confirman ciertos valores”, sostiene la investigadora.
En esa línea, Fuentes puntualiza que “las élites de Buenos Aires se diferencian del resto no simplemente por la acumulación de capital económico, también está toda la cuestión relativa a la escolarización y la socialización en determinados clubes y deportes”. En uno de sus trabajos desarrolla la idea de una dinámica de esfuerzo de las instituciones y las familias destinado a reproducir una posición social a partir de una diferencia que se practica en términos morales.
La doctora en Sociología e investigadora del CONICET, Mariana Heredia, advierte que las instituciones educativas no alcanzan como única herramienta para modificar valores mientras hay una cantidad de “productores irresponsables de ideas y valores que refuerzan muchas de esas ideas clasistas” sin hacerse responsables de los efectos que generan.
“La educación no es solamente el sistema educativo, sino también los clubes, las redes, los medios de comunicación, todos los contenidos simbólicos a los que estamos expuestos, que también consolidan grupos que se vuelven cada vez más homogéneos y virulentos en su relación con los otros”, explica Heredia.
Para el historiador Ezequiel Adamovsky, la sociedad argentina tiene una estructura de clases que combina las diferencias socioeconómicas con las étnico-raciales, y también apunta contra los discursos que las legitiman. “Desde hace un tiempo uno lo escucha abiertamente en los medios de comunicación, no solo en las redes sociales. Tenemos comunicadores que abiertamente alientan el racismo”, señala.
Esta semana, el padre de Fernando Báez Sosa, el joven asesinado a golpes por un grupo de rugbiers a la salida de un boliche en Villa Gesell, en enero, aseguró en un texto publicado por La Garganta Poderosa que no está en contra del rugby pero reclamó que se enseñe "a luchar contra la violencia y el racismo". Silvino Báez pidió también que la Justicia actúe ante las "expresiones racistas y xenófobas" de los tres jugadores de Los Pumas.
En una medida que sorprendió por insólita, la Unión Argentina de Rugby levantó las sanciones a los tres jugadores apenas 48 horas después de haberlos suspendido. Desde algunas instituciones, como el INADI y la DAIA, hubo un duro repudio contra los posteos racistas de los jugadores.
¿Qué impacto tienen las sanciones institucionales y sociales en la búsqueda de modificar esos comportamientos?
“Está bien marcar públicamente la brutalidad de este tipo de mensajes y concepciones. De ahí a una cultura de la cancelación le veo poca viabilidad para transformar algo”, asegura el investigador Sebastián Fuentes. Y apunta al abordaje de la UAR, sin protocolos ni mirada técnica ni sociológica sobre el problema.
“Marcan a la persona, la separan, y la perdonan porque se arrepintió. Parece más como si estuvieran celebrando el sacramento de la confesión católica, pero no hay un abordaje institucional. Por más que vos sanciones va a seguir operando este modo de ser educados en valores de superioridad en relación al resto de la sociedad”, considera Fuentes.
La única salida es la educación, no tengo ninguna duda. En instituciones educativas abiertas, heterogéneas, el contacto directo con otros hace que muchas veces se disuelvan los prejuicios. Es muy importante que las instituciones no dejen pasar actos discriminatorios. Cuando la respuesta es clara, probablemente no se repita.
La investigadora Alicia Méndez asegura que el Estado tiene que marcar una línea. “La única salida es la educación. En instituciones educativas abiertas, heterogéneas, el contacto directo con otros hace que muchas veces se disuelvan los prejuicios. Es muy importante que las instituciones no dejen pasar actos discriminatorios. Cuando la respuesta es clara, probablemente no se repita”, explica.
La socióloga Mariana Heredia advierte que uno de los riesgos de “reprimir solo a nivel discursivo estas manifestaciones es que se termina ahogándolas y colocándolas como si fueran acciones transgresoras, cuando en realidad tendrían que ser objeto de preocupación”.
“Hay que fortalecer la conciencia de que hay una dependencia recíproca, de que acá nadie se salva solo. Estamos viendo hoy que alguna gente cree que se puede salvar mientras otra se hunde”, dice Heredia.