Dismorfia de la selfie: el síndrome que generan los filtros de Instagram al que hay que estar atentos

Las herramientas que ofrecen las aplicaciones generan muchas veces incomodidades con el cuerpo propio. Qué pasa cuando la imagen que da el espejo no es la misma que el celular. Los consejos a tener en cuenta para acompañar a quienes lo estén padeciendo.

28 de marzo, 2023 | 00.05

Los especialistas están poniendo cada vez más la lupa sobre el fanatismo por los filtros de Instagram, que pueden llegar deformar la imagen que las personas perciben de ellas mismas a partir de sus representaciones. Más allá del uso laboral, social o irónico que se puede hacer de las redes sociales, también construyen sentidos. El problema surge cuando estas herramientas, que suponen ser divertidas, reflejan y agravan estereotipos de belleza imperantes con ideas de perfección inexistentes. El cuerpo único no acepta la diferencia y ahí es cuando surge, en algunos casos, la incomodidad con los cuerpos. 

¿Cuántas selfies te sacaste antes de subir la que estás a punto de compartir? ¿Le pusiste filtros?  “Esta que ves acá, no soy yo,¿o sí?”, concluímos en esa frase charlando horas y horas con una amiga sobre quiénes somos cuando compartimos algún contenido en redes y todo lo que se pone en juego: a quién le hablamos, quién nos mira, como salimos, como nos vemos y, sobre todas las cosas, cómo nos ven. Coincidimos en que era una buena descripción para el perfil de Instagram. 

La obligación de ser geniales y mostrarlo, la supuesta felicidad, pasarla bien constantemente, disfrutar del tiempo libre, del trabajo, tener trabajo, salir, tener muchxs amigues, hacer deporte, vínculos sexo afectivos, apps de citas, comer rico, viajar, ser creativx, todo eso teniendo estilo, ropa cool, un pelazo, y así un listado de exigencias abrumadoras, que es imposible que alguien cumpla, pero sobre las cuáles se monta una realidad virtual de la que formamos parte y ansiamos pertenecer. Esas construcciones también llegan a los cuerpos. Estar jóvenxs, amarse a sí mismx, tener un cuerpo hegemónico, entre otras construcciones sociales que calan hondo en las subjetividades y que se relacionan al modo de vida actual capitalista y heteronormado.  

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La cuestión de clase atraviesa el debate, el acceso a dispositivos que permiten fotos casi profesionales full color, memoria para descargar efectos, aplicaciones para editar, dinero para tener esa vida social full time. Los estereotipos de belleza, el racismo estructural, que enblanquecen la piel sin pedirlo y delinean una boca “perfecta”. La lista es infinita. Muchos conviven con esa herramienta, que desde que nació snapchat y se dejó atrás el BN y Sepia, permitió crear avatars para presentarse ante el mundo.

Pero ¿qué pasa cuando nos miramos al espejo? ¿cuando salimos del dispositivo y tenemos en frente la mirada de un otrx? ¿cuando no hay filtros para ocultar la tristeza, la ansiedad, las ojeras de la precarización laboral o el miedo que genera la discriminación? ¿cómo nos sentimos cuando no encajamos en esas exigencias? 

“Una usa en la rutina filtros, pero te deforman la cara, una lo usa una semana y cuando te miras al espejo es una distorsión total, hace muy mal a la cabeza y genera muchos complejos. Crean filtros y por consecuencias crean complejos, generan ese chip de estoy destruida y tengo que hacer algo”, cuenta Abril de 18 años que hace poco se dió cuenta cómo afectaba en la forma de mirarse el uso diario de filtros en Instagram.

“Los pensamientos obsesivos, intrusos, algo que uno le da vueltas y vueltas y vueltas y alteran nuestra cotidianidad”, puede ser una de las consecuencias, detalla Camila González, licenciada en psicología. Si bien la medicina lo nombra como una patología, es necesario contextualizar, visibilizar cómo se construye este malestar de época que se funda sobre ciertos parámetros sociales, para pensar la posibilidad de crear nuevas formas de relacionarnos con el cuerpo, la mirada propia y ajena. “No son las tecnologías las que determinan las prácticas sociales, sino más bien los sujetos que habitamos las tecnologías y producimos cultura en ellas”, define Leonardo Murolo, Doctor en Comunicación, Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y autor de Cultura Pop. 

Violencia estética

“Esas percepciones del cuerpo se construyen con la instauración de modelos que participan del estereotipo de belleza imperante en el momento histórico actual y que asocian estos rostros y cuerpos al éxito, juventud, influencia”, afirma Murolo. Los estándares de belleza se vuelven norma y anulan la diferencia. “Todos esos discursos sostienen un modelo hegemónico del cuerpo, vende, se consume y cuando une no se ve representa de en ese cuerpo, puede generar ciertos padecimientos”, coincide la psicoanalista. Instagram y los filtros que ofrece esa red social forman parte de la sociedad de consumo que estandariza los cuerpos, principalmente desde la delgadez, la juventud, la blanquitud, determinadas clases sociales, la heterosexualidad y el binarismo. Así se construyen ciertas representaciones de los cuerpos que marginan y generan violencia. 

Muirolo considera que hay toda una maquinaria del mercado para satisfacer estas nuevas necesidades que te permiten pertenecer a ciertos grupos, ser aceptadxs, gustar y generar reconocimiento. El uso de filtros, poses, terrenos digitales donde hay que habitar para ser considerado. Los filtros en general adelgazan, modifican el color y alisan la piel. En definitiva homogeneizan y tiranizan de manera discriminatoria los cuerpos en pos de una sola forma de ser”, concluye.  

Si todo lo que desborda la norma está mal ¿cómo sentirse cómodx con el cuerpo? 

“En el colegio me decían gorda y yo lo sufría muchísimo. Esa connotación negativa sobre la palabra repercutió en mi calidad de vida, en mis pensamientos, en cómo me desarrollé y en la inseguridad que sentía. Me costó poder concretar cosas que a mí me gustaban por tener esa inseguridad”, cuenta Belén Estévez, Dermatocosmiatra e impulsora del proyecto “Soy Piel”, una cuenta en las antípodas de los filtros en la que comparte información para “sanar el vínculo con la piel y el cuerpo". 

Belén parte de una experiencia personal que muchxs padecieron y padecen durante la adolescencia. Cuando empezó a estudiar, se dió cuenta de que esa violencia que habían ejercido sobre ella tenía que ver con una historia y una construcción que existe sobre los cuerpos.  “Vine de Rio Negro a Buenos Aires para estudiar dermatocosmiatria, para estudiar sobre patologías en la piel, pero la carrera se centró siempre en la estética, entre comillas en la belleza, que solo incluye características hegemónicas y lograr conseguir una supuesta perfección”, crítica.

En ese entramado solo algunas personas entran y reciben ciertos privilegios. Decepcionada e incómoda con ese abordaje, que prioriza los tratamientos estéticos “para sacarte un rollo, para sacarte el acné y que no te queden cicatrices”, decidió emprender un espacio propio para visibilizar que existen otras pieles, otros cuerpos. También para enfocarse en la salud de la piel y todo lo que esto repercute en la salud mental.  

El objetivo de “Soy Piel” es mostrar pieles reales, cicatrices, estrías, celulitis, una cara con acné. Cuando comenzó hace más de 5 años, recibió muchas críticas sobre sus publicaciones porque eran “feas” daban “impresión” o directamente victimiza a la persona, “son pieles que están cursando un momento, se tratan y no pasa nada si quedan cicatrices”. Belén recibe a diario muchas consultas, ella escucha atentamente y responde cada inquietud. “La industria de la belleza es patriarcal, afecta directamente a las mujeres. Va pasando el tiempo y la piel va a adquirir nuevas características”, afirma. Cuenta que mayormente le escriben mujeres preocupadas por el paso del tiempo en la piel, es un arduo trabajo aceptar esos cambios en una sociedad que exige juventud eterna. 

Romper con el binarismo 

“Que le pasa a las personas que no conforman un cuerpo que se mueve dentro de las legalidades de la lógica binaria, lo masculino y lo femenino”, se pregunta Camila. Incluso los estereotipos de belleza están montados sobre representaciones de lo que se espera de un varón y una mujer, es un cuerpo que se anula, sobrepasa un límite de la diferencia “¿que pasa en los cuerpos lesbianos, en los cuerpos no binarios, en los cuerpos trans, eso ya directamente no se nombra”, resalta. 

En las redes sociales hay un pequeño espacio para celebrar por momentos la diversidades, cuerpos no normativos y sexualidades disidentes. Sin embargo, son también quienes reciben discriminación y discursos de odio. “Con el tiempo se construyen formas de lo bello y aceptable para la no hegemonía, muchas veces cuando no se discute la clase o las formas que tiraniza el mercado. Es decir, cuando se proponen como sujetos de consumo y no sujetos de derecho que militan causas como ampliación de derechos”, opina al respecto Murolo. 

¿Cómo acompañar?         

“Como terapeuta intento acompañar en ese proceso, ayudar a esta persona a construir otro cuerpo, tratar de desarmar ese cuerpo único que no acepta la diferencia, la imperfección. Empezar a mirarse con amor, cariño, respetar sus cuerpos, sus formas, sus tiempos y poder empezar a construir otras representaciones”. La psicóloga recomienda, en caso de estar atravesando una situación de incomodidad con el propio cuerpo, acercarse a un espacio de salud mental, mismo si conocemos a alguien que está pasando una situación difícil poder acercarle información. 

A Belén Estévez le funciona la escucha activa. “No suma opinar desde el desconocimiento, ni ponernos en jueces de lo que hacen las demás personas”, para ella practicar la empatía es un ejercicio diario. Por otro lado, evitar opinar del cuerpo de los demás “es una lucha constante y es un trabajo constante de todos los días la idea siempre volver a una misma y abrazar entender que a veces nos podemos sentir como la mierda porque estamos bajo esta estructura”.