El patrimonio cultural de una Nación está constituido por dos patas fundamentales e indisolubles: de un lado lo material, conformado por edificios, infraestructura, museos, bienes culturales y elementos u objetos que por su valor histórico y social deben ser protegidos; y del otro lado lo inmaterial, el patrimonio intangible, que conjuga usos, expresiones, memorias, saberes, y tradiciones, inherentes a la experiencia humana. Por su carácter efímero, inclasificable, imposible de empaquetar y archivar, el patrimonio intangible enfrenta un enorme desafío frente al paso del tiempo: ¿cómo conservar, cuidar y compartir aquello que resulta casi intransferible pero necesita hacerse "visible" para subsistir?
Antonio Suarez tiene 63 años y empezó a hacerse esa pregunta cuando en 2019 ingresó a trabajar en el Museo de la Fundación Eva Perón de la Unidad turística de Chapadmalal. La tarea resonante por detrás de la pregunta es la necesidad de concientizar sobre lo que significa el turismo social en nuestro país y lograr transmitir, aunque sea una mínima parte, de las historias y vivencias que allí ocurrieron y le cambiaron la vida a miles de personas. Y nadie mejor para eso que Tony, una leyenda viva, una de las personas más queridas por las y los trabajadores, quien en octubre cumplió 4 décadas de servicio ininterrumpido.
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Mientras ceba unos mates con galletitas de agua en la pequeña oficina que ocupa en un rincón del Museo, me cuenta que en ese lugar originalmente vivían comunidades Querandíes, Ranqueles y Tehuelches, y que el nombre Chapadmalal significa “Rincón de los vientos” porque en la zona el viento suele variar todo el tiempo sin lógica alguna. Tony es como una enciclopedia del predio, pero también conoce como pocos la naturaleza que rodea al parque, el lago, sus árboles, las diferentes especies que fueron traídas por Sarmiento, e incluso se comunica con las ballenas australes francas que pueden verse desde el mirador de la Costa, en un espectáculo único y poderoso.
Tony es nacido y crecido en esas tierras. Su padre se radicó en la ciudad costera en 1950, en uno de los barrios que se habían construido del otro lado de la Ruta 3 luego de la expropiación de los terrenos que pertenecían a la familia Martínez de Hoz . “Mi papá se viene en el año 50 y se compra una parcela frente al Hotel 1, para sembrar papa y maíz”, cuenta. Para ese momento los hoteles del predio ya recibían de forma gratuita a miles visitantes, a partir de la gestión de la Fundación Eva Perón (FEP). El sustento económico de la familia Suárez surgía de vender toda la cosecha familiar a las empresas concesionarias que la usaban para cocinar y alimentar a los huéspedes.
“Yo nací en el 59 y crecí acá", relata con entusiasmo. "Fui a la Escuela primaria 52 Almirante Brown que funcionaba acá. Me acuerdo de que salíamos al recreo y nos mezclábamos con los chicos de otras provincias que estaban parando en los hoteles, era increíble”, cuenta. La secundaria la hizo en un colegio de Miramar pero recuerda que viajaba en los colectivos de la Fundación que se encargaban de llevar y traer a lxs hijos de lxs trabajadorxs. De hecho, el único de esos micros que sobrevivió al paso de las décadas fue restaurado recientemente por Daniel Colello y hoy forma parte de la muestra estable del Museo.
La madre de Antonio también formó parte del staff como recepcionista, sobre todo en los Hoteles 1 y 2, que eran los más cercanos a su casa. “Por eso yo viví aca de muy chiquito, me crié acá adentro. Me acuerdo que en verano a la tarde mi viejo me acompañaba a la ruta, cruzaba y me quedaba acá con mi mamá. Todavía recuerdo el olor a la sopa o el pollo al horno que salía de las cocinas. Yo desde mi casa miraba la chimenea del Hotel 2 y veían cuando encendían la caldera para que se bañara la gente. Si el humo salía derechito para arriba el clima iba a seguir bueno, si salía para todos lados se venía la tormenta. Hasta en eso me influyó”, describe.
Entre las memorias más sentidas se cuela la imagen de las fiestas y actividades especiales: “Acá pasaban cosas maravillosas porque antes no había equipo de recreación como ahora. Cuando llegaban los contingentes, el intendente de cada hotel los convocaba y se armaba la comisión de fiesta. Ahí se organizaban las actividades, competencias de tejo, baile de recepción o baile de disfraces. Y llegaba el 5 de enero, los Reyes Magos, y mi mamá me convencía de quedarme a esperarlos acá. De la bolsa de los regalos para los turistas sacaban el regalo para Antonio Suarez, igual que todos los chicos que tenían su regalito organizado. Hasta esa profundidad llega mi relación con el turismo social”, remarca.
A los 22 años, cuando su mamá se fue a vivir a San Luis, ingresó a trabajar al complejo, donde permanece hasta hoy. Al principio hacía tareas de mantenimiento, cortaba el pasto, y sacaba las ramas. Luego pasó al área de forestación donde trabajó con un croata había sido contratado por el Ministerio de Obras Públicas. “Hablaba media lengua pero se hacía entender. Era muy riguroso, muy cariñoso, pero te hacía entender que vos tenías que respetar y honrar tu trabajo. Durante muchos años trabajé en el parque de lo que hoy es área residencial, arreglaba canteros, parques, cercos y sembraba arboles nuevos”, retrata. Tony recuerda cada uno de los árboles que plantó frente a la administración y atrás del Hotel 9, y dice que de vez en cuando los pasa a visitar. “Es lindo ver crecer y tocar un árbol que vos sembraste cuando medía 30 centímetros. Yo me acuerdo donde están todos”, agrega.
Tal es el vínculo con Chapadmalal que fue el turismo social lo que le permitió conocer al amor de su vida, Miriam, con quien se casó en 1987: “Ella en el 78 vino desde San Juan, con su madre y sus cinco hermanos, a trabajar de camarera. Yo la conocí y nos casamos. Antes pasaba que en septiembre y octubre había toda una movida y se venían a trabajar familias de las provincias. Les daban trabajo, hospedaje y comida, y después de Semana Santa se volvían. Algunas de esas familias se compraban un terreno y ya se establecían acá, y muchos se fueron quedando”, rememora. Tony y Miriam se mudaron a una de las casa para trabajadores y allí iniciaron el proyecto familiar del que nacieron sus hijxs: Cintia en 1982, Esteban en 1989 y Camila en 1994.
Años después, durante la presidencia de Carlos Menem, se puso en marcha un plan de reconversión laboral que dejó como saldo el despido de 20% del personal. “Hubo un cambio estructural y por una cuestión de ahorro de sueldos, en lugar de haber 6 o 7 secciones, se unificó todo, desde la plomería hasta albañilería, pusieron un jefe para todos, incluido forestación. Para los trabajadores eran momentos de incertidumbre, porque venía muy poca gente. Yo estaba en mantenimiento de parques y no había ni combustible para las máquinas. Nos íbamos arreglando, reinventando cosas. En vez de cortar el pasto, juntábamos latas y plantábamos semillas de los árboles apostando a que en algún momento se iba a volver a reforestar. Nosotros siempre apostamos a que iba a cambiar la gestión e iba a mejorar. Siempre tuvimos esperanza”, cuenta. Con la crisis económica del 2001 el predio sufrió un proceso de abandono y solamente trabajó a un 3 o 4% de su capacidad.
A pesar de haber trabajado toda su vida en turismo, Tony y su familia nunca habían podido irse de vacaciones, sueño que sí cumplieron en 2006: “ Con Cristina, a los 46 años, yo me pude ir de vacaciones por primera vez con mi familia. Nos fuimos a Merlo, San Luis, donde tenemos una historia familiar. Ahorré unos pesos, le puse cubiertas nuevas al auto, y nos fuimos dos semanas a Córdoba y San Luis a visitar parientes. Eso me cambió mucho porque es la primera vez que yo disfruté el turismo. Ir en la ruta con los chicos, escuchar como jugaban a las cartas, parar en la estación de servicio. Ahí empecé a ver el turismo del otro lado y me di cuenta lo lindo que es conocer otras cosas del país”.
El valor de la experiencia y el patrimonio intransferible
En 2020 Antonio y Cintia, su hija mayor, decidieron cursar juntos la Diplomatura en Turismo y Gestión Pública de la universidad Tres de Febrero, y la Diplomatura en Atención al Turista de la Universidad de Mar del Plata. Ella trabaja hace 18 años en el Museo de la Fundación Eva Perón y es la encargada de organizar las caminatas por el predio, cuya idea original surgió del trabajo final para uno de los seminarios. Hace unos años, por limitaciones físicas de la edad, Antonio dejó el trabajo de mantenimiento y pasó a dicha área donde empezó a comprender el valor agregado que tenían sus vivencias.
“A partir de la diplomatura entendí cosas que en 30 años no había entendido. Eran cosas que yo viví, pero no sabía bien el significado. Después del curso empecé a entender qué era el patrimonio, lo que significa esto para el país, porque acá se genera sentimientos de patria. Hay gente que ha venido del norte o del sur, jubilados o chicos, que vienen acá y conocen el mar", explica Antonio. Y agrega: "Como viejo exagerado que soy, en invierno cuando llega el silencio yo sigo escuchando la risa de los chicos, que es como una sinfonía que queda flotando en el aire. Lo tangible, el monumento solo, no se puede poner en valor por sí solo, pero lo importante es lo que pasa, las sensaciones, lo intangible”.
Tony es uno de los portadores de esa memoria que no se puede perder como ocurrió alguna vez: “Me gustaría poder transmitirlo y que todos entiendan el privilegio que es estar acá. Esto no es cualquier cosa, es una mezcla del sentimientos de la Argentina. Esto es un verdadero ejemplo de lo que es una gestión concienzuda. Porque si bien se inicia por el proyecto de un gobierno militar, cuando entra el General Perón a la Secretaría de trabajo, se planean 6 hoteles más y lo que iba a ser para hijos de militares se hace extensivo a todas las personas. Antes los que conocían el mar eran la elite de Mar del Plata, los estancieros, los que tenían un chalet en la costa, era un turismo de elite. Y eso cambió”.
“La Fundación Eva Perón se creó en 1948. En ese momento Eva decidió tomar las riendas de toda la asistencia social del país, porque antes las entidades de ayuda y caridad estaban todas fragmentadas. Ella tomó la decisión política y decide encargarse de gestionar todo el turismo social”, detalla Tony mientras recorremos el museo donde se pueden encontrar objetos, vajillas, y parte del mobiliario, por ejemplo, del Hotel infantil “Los Teritos”, emblema cuya función era hospedar a lxs ninxs de la fundación que viajaban y se les daba vestimenta y traje de baño para conocer el mar.
“Era una verdadera ciudad balnearia porque el turista que venía no necesitaba salir. Tenía cine en el Hotel 8, galería comercial, cloacas, teatros en los Hoteles 4, 8 y 9. Era una ciudad de verdad. Había cámara frigorífica, producción de helados, panadería con horno a leña, el lavadero donde se lavaban y producían sábados. Y había un matadero donde se faenaban animales para abastecer al hotel”, especifica Tony y agrega que en esos años solían viajar entre 4 mil y 5 mil personas cada semana.
“Con el golpe del 55 lamentablemente se destruyó y perdió gran parte del patrimonio de la Fundación. Pero además, la revolución hizo una maniobra sucia para borrar del recuerdo de la gente lo que había hecho la fundación Eva Perón, y para eso se borraban las siglas FEP en cualquier cosa”, advierte Tony. Cintia saca de una vidriera bajo llave un aceitero de plata original donde se puede ver claramente la superficie exterior del objeto raspada donde antes solía verse el sello.
La política y la visita de los presidentes
Así como vio pasar gran parte de la historia, Tony fue un testigo privilegiado del paso de varios presidentes por el área presidencial del predio. “De Evita no hay registros claros de su visita, aunque hay una versión de un chofer que contó que la trajo de pasada desde Miramar, que ella se sentía descompuesta, se pidió un té y siguió", narra Antonio y agrega: "A Perón lo vi yo con mis propios ojos en el 74. Bajó de un helicóptero, estaba con Isabel. Y después les alcanzaron los dos perritos caniches y entraron caminando a los bungalows”.
Suarez afirma que varios mandatarios pasaron algún fin de semana por allí, desde Onganía en el 66 hasta Adolfo Rodríguez Saá. “Del que me acuerdo es de Néstor, que vino varias veces, y hay muchas anécdotas sobre él porque salía mucho. Se ponía la bombacha de campo y salía a caminar, y los trabajadores se lo cruzaban. Cristina también vino varias veces con Florencia”, dice. En cambio del período de Mauricio Macri indica que se usaron las instalaciones para hacer seminarios y retiros espirituales del gabinete: “Macri venía por sus amigos, por su entorno, que estaban acá cerca en los torneos de Golf del Country Club Marayui”.
“Alberto ha venido varias veces a quedarse, y cuando viene a la Casa residencial mi señora es la que se encarga de la limpieza. Ella dice que es un capo, que es muy amable”, agrega. Hace unos meses , en el acto por el 70° aniversario de la muerte de Eva Perón, el presidente Fernández encabezó el acto de reinauguración del Hotel 6 de la Unidad y, no casualmente, fue Tony la persona elegida para recibirlo.
“La verdad yo estoy muy contento con la gestión actual de Matías Lammens. La primera vez que conocí a los funcionarios fue en enero de 2020, antes de que empezara la pandemia. Ese verano vinieron por primera vez, reunieron a todos los trabajadores, hicimos un pequeño lunch. En ese momento él dijo que estaba muy entusiasmado de poner de nuevo en marcha la UT – rememora Antonio – yo me presenté y le dije que ya había visto pasar muchas gestiones, pero le dije que ahora eran todos jóvenes y eso me daba esperanza. Él me prometió que iban a ponerlo en marcha, y cumplió. Esta gestión superó mis expectativas”. Uno de los gestos que más valora es la presencia y el trabajo de Inés Albergucci, subsecretaría de Calidad, Accesibilidad y Sustentabilidad del Turismo Nacional. “Inés viene acá todos los meses y se sienta a tomar mate conmigo, a charlar, a conocer los hilos finos de lo que pasa. Ella viene acá vestida igual que nosotros”, destaca.
“Hoy lo que más disfruto es el contacto con los jubilados, con los chiquitos que se sorprenden del Museo, disfruto de mi entorno, de trabajar con mi hija", esboza conmovido al tiempo que se va cerrando una charla de casi dos horas. Y continúa: "Emociona saber que un chico que nunca había sacado su pie desnudo de la tierra del norte, puede venir acá a disfrutar de una cama limpia, de una manzana de postre, y del mar. Todo esto es lo que veo todos los días desde que era chico y hoy puedo comprender en su totalidad”.
En la pared de la oficinita se ve un poster del papa Francisco que, según él, estaba desde antes pero lo dejó porque no le molesta. “Yo a veces veo mi imagen como si estuviera en una película: yo sentado en la barranca del Hotel 3, sobre la playa. Yo sentado ahí, viendo cómo entraban al mar los chicos de los orfanatos, con las monjas, que disfrutaban, se asustaban, porque era la primera vez que tocaban el mar. Yo la veo como si fuera una postal y a mí me parece tan lindo ver eso, que era como si Dios se sentaba al lado mío a mirar a los chicos. Es tan grande esa emoción que Dios no se lo podía perder”.