El bar fue fundado en 1930 y estuvo siempre ubicado en la esquina de Lavalle y Rodríguez Peña, en el mítico barrio porteño de San Nicolás. Desde sus comienzos estuvo al mando de dos gallegos que ofrecían un servicio basado en sandwdichería y cafetería.
Su época dorada transcurrió a la par del esplendor de la avenida Corrientes, en las décadas de 1950 y 1960. Por allí pasaron una enorme cantidad de figuras del arte y de la cultura porteña que hoy tienen sus nombres pintados en algunas de las sillas del bar, a modo de homenaje.
A mediados de 2023, un grupo de empresarios gastronómicos comandados por Diego Pasquale compró el fondo de comercio. “Varios de ellos ya contaban con mucha experiencia en recuperar lugares históricos”, señala Pasquale en diálogo con El Destape.
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Luego de nueve meses de obra, a principios de abril volvió a abrir las puertas. “Estos bares son parte de la identidad de Buenos Aires. Recuperarlos es poner en valor el patrimonio histórico de la Ciudad”, afirma Diego.
La historia del bar y el primer tren argentino
El bar está ubicado en Lavalle 1693, un sitio que fue testigo del paso del primer tren argentino, el Ferrocarril Oeste, cuyas vías estaban tendidas en esa calle y seguían, en su extensión inicial, hasta el pueblo de San José de Flores (actualmente, el barrio de Flores). La terminal Este se encontraba donde hoy está el Teatro Colón y se llamaba “Estación del Parque”. Unos años después, la terminal se trasladaría a la estación “Once de Septiembre” (actual estación Once).
En esos años, aún no existía el edificio donde funcionaría el bar y almacén. En la casa que allí se encontraba, nació el artista plástico Florencio Molina Campos, conocido por sus pinturas sobre la pampa argentina y sus típicos personajes. En 1925 esa casa fue demolida y un arquitecto de apellido Risso construyó un edificio de cinco pisos, que actualmente es un Sitio Histórico Patrimonio de la Ciudad, y desde 1930 la planta baja se destinó para el almacén.
La época de esplendor del Bar Lavalle fue en las décadas del 50 y del 60. En esos tiempos el negocio era atendido por dos inmigrantes gallegos apellidados Xiao y Otero que tenían fama de gruñones y que ofrecían un servicio basado en sandwdichería y cafetería. Ellos mantuvieron el local hasta que en la década del 90 tomó el mando Susana Sassano, una mujer que le dio mucho impulso al arte, la literatura y que mantuvo vivo el espíritu tradicional del bar.
A mediados de 2023, la mujer le vendió el fondo de comercio a un grupo de socios entre los que se encuentra Pasquale. Fue después de ese pase de mando que el bar cerró nueve meses para realizar reformas y volvió a abrir sus puertas los primeros días de abril de este año.
“Somos varios socios con diferentes bares. Cada uno maneja uno y el resto ponemos unos puntitos. Es una modalidad muy de gallegos. Yo manejo este, pero todos tienen participación”, explica Pasquale.
El gastronómico comenzó trabajando de bachero, después como ayudante de cocina, en la barra y también fue camarero. Vivió unos años en México donde tuvo restaurantes y bodegones y en 2019 empezó a trabajar en distintos proyectos gastronómicos con varios amigos, entre ellos Pablo Durand, con mucha experiencia en recuperar lugares históricos como Margot, en Boedo. “Juntos trabajamos en otros proyectos como la recuperación del notable ‘Bar García’, que volvió a abrir este año”, añade.
Puesta en valor
El bar conserva los pisos, los techos, las ventanas y el espíritu original. Además, los socios lograron recuperar el cartel de la fachada. “Lo que hicimos fue recuperar el espacio y ponerlo en valor”, afirma Diego. “Esta madera de roble estaba pintada de color chocolate oscuro, casi negro. La barra no era tan extendida como la original. Hicimos adecuaciones del mobiliario, se equipó la cocina”, enumera.
Una de las joyitas del local es que conserva la antigua Maquina berkel para cortar fiambre en el momento y que Diego defiende porque “no calienta el fiambre” como las más modernas.
Las paredes del bar tienen fotos antiguas de Buenos Aires, de publicidades legendarias y la placa que indica que pertenece a la lista de bares notables de la Ciudad de Buenos Aires.
Propuesta gastronómica
El negocio amplió la oferta gastronómica de la época anterior y el horario de funcionamiento, que ahora es de lunes a lunes de 8 a 2 de la mañana. Al estar ubicado cerca de los teatros y de la Avenida Corrientes, tiene mucho movimiento y por eso hay propuestas para todos los horarios.
Uno de los fuertes del bar son las picadas con fiambre cortado en el momento y “de calidad” con salame mercedino, “que es el mejor que hay”, y la opción de jamón crudo español. Además, Bar Lavalle le rinde homenaje al triolet, “que estaba olvidado”, y hay bandejas de hasta 20 ingredientes, “fiel al estilo de los años ´60, en los que se picaba un poquito de todo”.
Un objetivo que se propusieron en Bar Lavalle fue el de abocarse a recuperar la calidad del “mejor sándwich porteño” que es el pebete, de jamón y queso o de salame y queso. “El pan fue denostado durante muchos años y se fue deformando, pero originalmente el pebete era como el que hacemos hoy acá y la verdad es que es el sándwich estrella”, asegura Diego. También ofrecen lomito y hamburguesas en pan de pebete. Además, hay alternativas de pan integral, pan francés y pan al molde.
El menú se completa con platos típicos de bodegón como pastas caseras, pascualina, milanesas y carnes. “Una novedad es que tenemos milanesa de ternera y de pollo sin gluten y milanesas de berenjena para los vegetarianos. Tenemos para todos los gustos”, remarca Diego.
“Un bodegón es cocina de herencia de verdad, es respetar las recetas de nuestras abuelas, la tradición y la calidad”, agrega.
Además, cuentan con una gran variedad de pastelería en la que se destacan las medialunas, los fosforitos y el strudel de manzana, que parte de una receta hecha especialmente para Bar Lavalle. Para acompañar, hay café tostado natural, limonadas, y jugos exprimidos naturales. También hay diferentes combos de desayuno que pueden incluir omelettes.
Entre las bebidas que ofrecen sobresale el vermut, que es de grifo, tal como indica su nombre clásico en español. “Hacemos uno del estilo que se consume allá. Luego está el clásico que se mezcla con otras bebidas”, explica Diego. El menú de bebidas se completa con cervezas y sidras tiradas, gin tonic y una amplia variedad de vinos tintos, blancos y rosados.
“Durante los meses de obra, todos los días los vecinos me decían que querían pasar a ver cómo estaba quedando. Muchos me decían que venían de chicos con sus papás o sus abuelos. También hay clientes que me dicen que los gallegos de acá siempre estaban enojados, van surgiendo ese tipo charlas”, sintetiza.