Nació en Francia pero su Instagram se dedica a celebrar la cultura argentina: "Me apasiona este país”

Cuando volvió de su primer viaje a Latinoamérica ya lo apodaron "el argentino". Seis años después pudo migrar al país y construir una vida en la patria que eligió, sin conocerla. La pandemia torció sus planes, pero igual lo consiguió. Ahora sus redes para demostrar su amor por el país.

07 de mayo, 2024 | 00.05

A Ladis le brillan los ojos. En su casa de Colegiales, prepara el mate para reconstruir junto a El Destape la historia de cómo llegó de París a Buenos Aires para convertirse en influencer. La odisea que lo llevó desde Francia hasta Bolivia y Paraguay para cruzar a Argentina durante la pandemia, y la aventura que lo hizo pasar de 26 seguidores a más de 260 mil seguidores en Instagram y millones de reproducciones en Tik Tok. Es conocido por los videos donde muestra a sus padres probando fernet por primera vez -botella cortada, “viajero”, mediante- o por esos donde recorre su ciudad natal con un mate abajo del brazo. Ocurrente, carismático y ambicioso, su relato es una mirada hacia la identidad y la confirmación de una frase que todos conocemos: el argentino nace donde quiere. 

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Su nombre completo es muy francés y bastante difícil de pronunciar: Ladislas d’Herbigny. Nació en París, hijo de una familia de ascendencia real aunque como dice él “hoy no significa nada”. En su adolescencia participó de algunas fiestas privadas para miembros de la antigua aristocracia, pero como saben todos los que vieron Napoleón o conocen algo de historia, lo que significaba la realeza hace 400 años terminó cuando le cortaron la cabeza a María Antonieta. Creció en el barrio que rodea la torre Eiffel, jugando al fútbol en las canchas debajo de la torre de hierro, tan cerca de su casa que solía decirle “la iglesia de mi barrio”. 

Ladis sonríe, tiene carisma y una pared llena de tapas de vinilos argentinos. Desde Gardel hasta el cuarteto, los cuadrados de colores le ponen cara a su curiosidad. Su fascinación por las diferentes culturas empezó en la primaria, siempre le gustó la geografía. En vez de obsesionarse con el último juguete, a Ladis le gustaban los idiomas y los viajes. A los diez años fue Sudáfrica por sus animales y su libertad, a los trece se le dio por querer aprender chino. “En el colegio siempre quise aprender un idioma que los otros no sabían”, recuerda. Iba al colegio con muchos inmigrantes y a Ladis le ardía un deseo de ser diferente: “Me sentía muy común, ¿Por qué ellos tienen una cultura diferente y yo tengo que ser solo francés?” 

A los 16 se fue de intercambio con su escuela. “Perú fue el inicio de todo”, sentencia. Todo en esa nueva cultura latinoamericana le llamó la atención, desde la amabilidad hasta los colores de la comida. Cuando volvió, ya con una fascinación más adulta, se puso a aprender castellano. Se cambió a otro secundario en el que lo apodaron “el argentino”, por hablar español y ser alto, rubio y de ojos celestes. Para los ojos de un adolescente francés, el único europeo latino tiene que ser de Argentina. En la mirada del otro empezó a calar la propia, y así empezó su amor por la patria celeste y blanca, alimentada por el fútbol -del que es fanático- y un mito creado por él mismo: Ladis “el argentino” era hijo de una madre rosarina y un padre francés. Nada de realeza, nada de común. Funcionaba, no sabe bien por qué, la gente se lo creía y él se sentía cómodo diciéndose argentino. “Dicen que la gente que habla varios idiomas tiene personalidades diferentes según los idiomas”, dice y agrega con humor, “Soy más copado en español, te lo firmo”. Rápidamente la identidad fue haciéndose real, empezó a tomar mate inspirado en Di María, compró su primer mate en un local de polo por ochenta euros. “Sí, ochenta”, se ríe, “y la yerba salía de doce a veinte euros”. Su identidad tomó forma de sueño: migrar a Argentina, construir una vida en su patria de elección. Pero pasaron seis años hasta que ese deseo se cumplió. 

La odisea y el mundo virtual

Hubo un momento bisagra. Es enero de 2020 y en París hace frío. Ladis estudia Relaciones Internacionales en París, la eligió sin saber muy bien qué estudiar pero sabiendo que la carrera le permitía irse de intercambio a Argentina. Está de novio con una chica francesa y tiene que decidir: se queda con ella en París o se embarca a Argentina para perseguir su sueño. A posteriori la decisión se adivina; el momento bisagra es cuando Ladis apuesta su relación por un país al que ni siquiera conocía. Pero justo cuando toma la decisión, cae la pandemia como un telón incómodo y definitivo. Las fronteras se cierran y Ladis se queda encerrado en su casa, cursando virtualmente su máster en la UCA. Podría haberse terminado la historia, pero no. 

 

En su monoambiente de catorce metros cuadrados en el XVe arrondissement, Ladis abre el mapa del mundo y se posiciona en un país: Bolivia. El único que tenía las fronteras abiertas. Una semana después está en La Paz, el lugar en el que filmó su primer video para Tik Tok. Vivió en una peluquería, alojamiento que encontró gracias a las casualidades que se acumulan en su historia. Bolivia era una escala, pensaba quedarse algunas semanas hasta que Argentina abriera sus fronteras, pero terminaron siendo nueve meses. Ladis mueve las manos recordando la frustración, habla con todo el cuerpo, como lo hacemos los argentinos. “Lo había intentado todo”, se ríe y le vuelven a brillar los ojos, “hasta me había hecho amigo de un coronel para que me ayude a pasar la frontera”. Iba todas las semanas a la Embajada Argentina, mandaba incansables mails y hasta participaba de dudosos grupos de WhatsApp que intentaban cruzar hacia Argentina. 

De esos tiempos recuerda una escena en particular, estaban en Ciudad del Este mirando al río Paraná, es la primera vez que Ladis ve a Argentina. Un río de distancia, de un lado sol y del otro, nubes. Había ido a visitar a unos amigos a Paraguay, desde su costa observaba Misiones, la primera imagen del país que hasta ahora solo había visto a través de su pantalla. “Lo tengo ahí, un pedazo de tierra nada más”.

Su vida era una aventura extraña en tiempos de barbijos y alcohol en gel, eso le decían sus amigos, una y otra vez. Uno de ellos, particularmente tenaz, le insistía en que abriera sus redes sociales y contara lo que le estaba sucediendo. Al principio Ladis se negó, pero en una semana de mucho confinamiento, decidió probar. Subiría un video por día duranta una semana y se puso un ultimátum: “si no la pego, lo borro”. 

Ladistino se llama en redes sociales. La metamorfosis de su nombre esconde tres direcciones: la primera es su nombre real, Ladislas d’Herbigny. La otra es “destino”, la idea que marcó su llegada a las redes, y la última, aunque quizás la más importante, la palabra “distinto”. Uno no elige con qué nombre nace, pero Ladis eligió aquel con el que apareció por primera vez en Tik Tok en aquella peluquería boliviana, con 26 seguidores. Primero subió un trend que llegó a las 200 visitas y después, se animó a un video contando su historia. Se acuerda de su castellano todavía dificultoso, sus habilidades básicas comparadas al creador de contenido que hoy es. Lo subió a la noche. Al día siguiente, se despertó con 500 visitas y al poco tiempo, como dice Ladis con la emoción de ese momento, “boom, boom, boom, se empezó a viralizar”. Le empezaron a llegar mensajes de Venezuela, Cuba, Honduras. El video le hizo ganar diez mil seguidores en 24 horas. “Desde ese día hasta hoy nunca dejé de hacer contenido”, dice Ladis. 

La llegada

Es 2021 y por fin Argentina abre sus puertas. Ladis tiene su pasaje y ansía subirse a ese avión como un niño esperando navidad, pero primero tiene que hacerse el PCR. ¿El resultado? Positivo. Otra vez sobre Ladis cae un balde de agua fría y al día siguiente, convencido de que el resultado es falso, hace cinco horas de cola para hacerse varios PCRs más. Efectivamente, todos le dan negativo. 

Después de seis años de ser “el argentino” en Francia, Ladis llegaba a Buenos Aires para ser “el francés” en Argentina. Lo incómodo de la migración no se le escapa, aunque en este caso esté motivada por el deseo. Hasta ese momento solo había conocido esta patria a través de sus redes sociales. Ladis imaginaba gauchos caminando por las calles, que iban a la oficina en subte y se sacaban la boina cuando entraban para trabajar. Creía que en la capital iba a encontrar cholitas, como era más habitual en Bolivia. También creía que el Río de la Plata era más parecido al mar. Se ríe, cuando lo cuenta: “pensaba que podías ir en toalla al obelisco, como en Río de Janeiro”. Su imaginario estaba construido por una mirada francesa y por aquello que le había llegado a través de su celular. 

Aunque para ese año Ladis ya tenía cerca de cien mil seguidores, no conocía a casi nadie en Argentina. La soledad, incluso siendo un personaje reconocido, es una de las cosas que identifica como negativas en el inicio de su vida como influencer. Aunque hoy en día, las palabras que tiene para las redes son de agradecimiento, porque la mayoría de su círculo cercano lo conoció a través de ella. “En mis cuentas trato de valorar Argentina”, dice Ladis. Entrar a su página de Instagram o Tik Tok es como tener acceso a una mirada ajena sobre lo propio, con el componente paradójico de que a veces solo valoramos lo que tenemos cuando alguien más lo hace. Sus mejores recuerdos están acá, como la victoria del Mundial, que aunque fue contra su país natal, Ladis lo festejó como uno más. Después tuvo que volver a París a terminar sus estudios pero su fama no hizo más que aumentar gracias a los videos de un Ladis melancólico, lejos de su casa elegida, yendo a la facultad con el mate bajo el brazo y una nube de tristeza arriba de la cabeza. Al poco tiempo volvió y apenas volviendo del aeropuesto, cuenta con sorpresa cómo gente que nunca había visto en su vida bajaba la ventana y le gritaba “¡bienvenido!”. 

“A mí me apasiona Argentina”, dice Ladis con ese acento que lo delata pero con las palabras justas, el voseo porteño y los términos locales, “la gente vive con más pasión”. Quiere saberlo todo y visitar la mayor cantidad de lugares posibles. Toda esa aventura que es su vida, es la que narra a través de redes sociales. Hoy además tiene “altiplano”, un emprendimiento con su mejor amigo francés, una marca de joyas inspirada en la cultura latinoamericana,  y una academia de cursos de francés online. Además, participa de programas radiales y sueña con participar en algún programa televisivo de viajes. 

Cuando El Destape le pide que se describa, con la timidez de la modestia dice, “soy ambicioso… Tengo un poquito de ambición”. Otro proyecto a futuro es importar la cerveza que fabrica su familia en Francia hacia Latinoamérica, con planes cercanos para su comercialización en México. Cuando piensa en el futuro se le aparece una imagen: el Delta y una casa con jardín, aunque otra vez ríe un poco y dice “es el sueño de todos”. También es apasionado, “un poco”, lo enuncia sonriente, como si no llegara al nivel estándar-de-pasión-argentina. También confiesa otro deseo: el de estar en pareja. Cuando piensa en el futuro confunde algunos tiempos verbales, pero es sincero cuando se pregunta: “dentro de tres años, ¿dónde me veo yo? Ojalá estaré acá”.