El local es pequeño y rústico. No tiene mesas, sillas ni baños. Tampoco platos ni cubiertos. El pequeño salón cuenta con solo dos mostradores en forma de “L”, detrás de los cuales, atienden “Piru”, su hermana Silvia y una de sus sobrinas llamada Keila. De un estante cuelga el hilo para atar las cajas de pizzas y en uno de los mostradores se encuentran las típicas servilletas de papel que no secan. La postal de la Pizzería Pirilo es siempre la de un desfile de clientes que se agolpan y hacen fila para comer pizza “de parado”, a la vieja usanza.
Dentro de este pequeño local familiar ubicado en la calle Defensa 821, en el barrio porteño de San Telmo, “Piru” saluda a todos los clientes por su nombre. Ella es quien todos los mediodías y todas las noches corta las pizzas al molde en porciones que no siempre tienen la típica forma triangular y las sirve con un papel para comer con la mano.
“Vengo porque siempre sale un olorcito tan rico del local…”, dice una clienta habitual que espera a ser atendida mientras se escucha el grito de Piru que anuncia que ya no queda más fainá. “Esta es la mejor pizzería de Buenos Aires. Vengo hace 10 años y no hay ninguna igual”, asegura otro cliente mientras come una porción.
La historia
La pizzería fue fundada en 1932 por un primo del padre de Piru. Como todos lo llamaban “Luigin”, el negocio llevaba ese nombre en su honor. A los dos años de inaugurado el local, el hombre falleció. En ese momento, su mujer fue a buscar al primo de su marido, Juan Vizzari, apodado “Pirilo”, que se encontraba viviendo con sus padres y sus dos hermanos en el barrio de La Boca.
La mujer ofreció venderle el fondo de comercio del local, que contaba con una vivienda en el fondo, algo muy habitual en esa época. Como Pirilo y su familia “no tenían un mango”, el ofrecimiento les cerró por todos lados y entonces todos se mudaron a San Telmo.
Fue así como desde 1934 el local pasó a estar en manos de “Pirilo” y todo el barrio comenzó a referenciar al local con su nuevo dueño. “Todo el mundo decía ‘vamos a lo de Pirilo’ y nadie más le dijo ‘Luigin’ a la pizzería”, cuenta Piru en diálogo con El Destape.
Pirilo era muy simpático y querido por todos los vecinos y vecinas de San Telmo. “A mi viejo lo quería todo el mundo, era un personaje y ayudaba a mucha gente. Si alguno se había quedado sin laburo les decía ‘vení y comé’. O cuando a alguno lo corría la cana, los escondía acá, debajo del horno, y en la época de la dictadura ni te cuento”, describe Piru.
Pirilo se casó con Isabel y tuvieron tres hijas, entre ellas Piru. Durante muchos años, el negocio funcionaba solo de noche. Pero en 1964, cuando nació la hija más chica, comenzaron a trabajar también los mediodías porque “había una boca más para darle de comer”.
El negocio está lleno de fotos, dibujos, cartas e imágenes de Perón y Eva. “Mi viejo era socialista pero cuando murió Perón lloró como un hijo de puta”, resalta Piru. Pirilo trabajó en la pizzería hasta que falleció en la década del ’80.
Piru de Pirucha
Piru en verdad se llama María Isabel, pero nadie le dice de esa forma. Nació en 1954 y su apodo deviene de “pirucha”. Como se crió en el negocio, no puede decir el momento exacto en el que comenzó a trabajar en la pizzería. “Cuando hay un negocio en la familia después del colegio estás en el negocio. Con mis hermanas todas en algún momento nos dimos una vuelta por acá, porque había que darle una mano al viejo. Desde chicas ya nos daban un pedazo de masa para jugar, pero también así aprendimos a amasar. Estábamos siempre pendientes de lo que se hacía y cómo se hacía”, relata Piru.
Durante la década del ’70, Pirilo no abría los martes. Sin embargo, esas noches, en la casa de Piru se organizaban cenas en las que su mamá y su tía, que eran tucumanas, hacían empanadas fritas y entonces toda la clientela, que ya había pasado a la categoría de amigos, se trasladaba a la casa para comer, cantar y bailar folklore. “Se amanecía cantando y comiendo, ¡era un quilombo! Salía uno, entraba otro, venían con el bandoneón, con la guitarra, tocaban y cantaban. Era una cosa de locos”. Piru recuerda esas empanadas como “una verdadera delicia”.
Desde Tita Merello y Luis Sandrini hasta Chabuca Grande
En las décadas del ‘60 y del ‘70 el barrio ya tenía una impronta bohemia y mucho movimiento cultural debido, entre otras cosas, al Cine Cecil y a teatros de la zona. “Mi viejo contaba que el local se llenaba de artistas que venían después de las funciones. Un día trajeron a la madre de Carlos Gardel porque, después de fallecido, le hicieron un homenaje en el Cecil y después pasaron por la pizzería”, detalla.
Otras celebridades que probaron la pizza de Pirilo fueron Niní Marshall, Alberto Olmedo, Luis Landrisina, Rodolfo Ranni, Juan Manuel Fangio, Luis Sandrini y Tita Merello. Los dos últimos, cuando estaban juntos, vivían a dos cuadras de la pizzería. Además, siempre fue visitada por una gran cantidad de músicos de tango que tocaban en las tanguerías del barrio. Pirilo recibió incluso la visita de Chabuca Grande. “Mi viejo se hacía amigo de todos porque venían a comer después de las funciones y se quedaban hasta tarde. A muchos de ellos mi papá los encondía en el fondo para que pudieran comer tranquilos”.
Otro que frecuentaba mucho el local era el dibujante Caloi que dejó su huella en un dibujo que está enmarcado en una de las paredes de la pizzería. “Venía todas las tardes cuando mi viejo estaba amasando. Salía de la redacción del diario Clarín, pasaba por acá y se quedaban charlando y tomando un moscato. Dibujaba, escribía y un día le pidió un papel de esos para envolver la pizza y ahí le hizo aquel dibujo que ahora está enmarcado en ese cuadro. Por eso también conocemos a Tute (hijo de Caloi) desde chiquito”.
La preferida de Pirilo: la fugazza
En Pirilo solo hay pizzas clásicas: de muzarella, fugazza, que es la preferida de Piru y de la mayoría de los clientes, fugazza con queso y, cuando hay anchoas, también de anchoas. Además, a diferencia de la mayoría de las pizzerías, no vienen con aceitunas porque “no se debe”.
Para Piru, el único secreto es mantener la misma receta de 1932. “Nosotros amasamos a mano. Es todo a ojo, nos acostumbramos a eso. No sabemos cuánto le ponemos, es según los montaditos de harina. El agua se calcula por olla, como se hacía antes. La hacemos igual a como se hacía en 1932, incluso en el mismo horno, eso es algo que no se cambia”.
Además de pizzas, en el local ofrecen gaseosas, cerveza, moscato, vino tinto y blanco. Abren de martes a domingos de 13 a 15:30 horas y de 18:30 a 22:30. El local no cuenta con delivery. Hoy en día el local es atendido por Piru, su hermana Silvia y sus sobrinos. En la casa de arriba ya no vive nadie.
Las paredes y mostradores de Pirilo están llenos de fotos antiguas, dibujos, banderines y escudos del Club San Telmo, también de cartas y fotos de vecinos del barrio que ya no están, pero que la familia dejó la foto.
“Este negocio no es un negocio, es mi casa, por eso este trato que tenemos con todos. Los que vienen son amigos, no hay una relación de dueño y cliente, yo no sé cómo se hace eso. Muchos me dicen: ‘Piru, ¿te puedo pagar mañana?’ Y no hay problema. Es gente que venía con sus abuelos y que ahora vienen de grandes. Otra gente viene y me dice que conoció a mis abuelos y a mi papá”, sintetiza Piru.