Empezaron a tocar jazz en su balcón y generaron un movimiento barrial que no para de crecer en la vereda entre los amantes de las reposeras 

Tocaron los timbres de los vecinos para sumarlos a la iniciativa, con la que buscan generar reencuentros y enfrentarse al clima de individualismo que se potencia desde distintos espacios. Al principio el ciclo se hacía los jueves. pero sus organizadores tuvieron que moverlo al sábado por la alta convocatoria. 

19 de septiembre, 2024 | 00.05

Vecinos instalados en reposeras o con su sillita plegable sobre la calle Juncal entre Lucio López y Emilio Castro, en Temperley. Rondas de charlas y de mates. Pibes y pibas que corren de acá para allá. Francisco Orozco y Carla Castro están felices con su logro de recrear hábitos de vida barrial a través de “Música en el Balcón”, el ciclo de jazz que organiza la pareja desde principios de año.

 

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La propuesta de abrir su casa para ofrecer un espacio de encuentro a través del arte no para de crecer desde que arrancó el primer jueves de enero de este 2024. Carla y Francisco coinciden en que el “antes y después”, el dato que los convenció del éxito, fue cuando recibieron un mensaje del vendedor de garrapiñada de la vecina Plaza Colón en el que les preguntaba si podía acercarse con su carrito a vender.

“Somos de una generación, los de treinta y pico, muy preocupados por la dificultad de proyectar. Y encima, en el verano, había mucho bajón con este clima de individualismo potenciado que nos ofrecen como alternativa, con un ataque directo a la cultura. Entendimos que había que hacer algo. Y para nosotros eso empieza por el barrio. Por romper el miedo a abrir la puerta, a poner un pie en la calle”, es la declaración de principios que hace a El Destape Carla, fotógrafa, realizadora audiovisual y productora. “Vamos a crear algo nosotros, a mostrar lo que hacemos. Haciendo estamos pensando qué mundo queremos construir”, fue la convicción que llevó a Francisco a salir al balcón con su saxo junto a otros músicos.

Del balcón al barrio y más allá

La primera medida para poner en marcha “Música en el balcón” fue tocarles timbre a los vecinos más cercanos para contarles su idea y pedirles permiso. “Ese primer acercamiento para no generar problemas resultó, a la vez, la primera propaganda”, explica Carla. La buena respuesta de la cuadra llevó a que cada dos semanas se repitiera el evento. De a poco, el público empezó a crecer. “Se empezó a notar por la cantidad de autos estacionados. Vino la Municipalidad de Lomas de Zamora y se ofreció a cortarnos la calle”, detalla Francisco.

Ya no sólo el vendedor de garrapiñada vio la veta comercial. “De la panadería nos empezaron a preguntar cuándo se hacía la próxima sesión para poder preparar las tortas. Activamos la economía del barrio”, comenta Carla divertida.

“Los únicos que no ganamos un mango somos nosotros”, acota Francisco. Entre los músicos charlaron si empezar a pasar la gorra durante los shows, pero por ahora no se decidieron. “En redes armamos un cafecito por si alguno quiere colaborar, pero está casi perdido, sin ningún destaque. Jamás lo mencioné en ninguna actuación. En el fondo, no estamos convencidos de hacerlo”, reconoce Francisco.

Por lo pronto, lo que sí solicitan a quienes pueden es que acerquen algún alimento. “Trabajamos con Aconcagua, que son unos chicos de Banfield que dan de comer a gente que se junta en la estación de Lomas”, dice Carla. “Así que también gana el chino al que le van a comprar muchos de los que vienen a escucharnos para colaborar”, agrega Francisco.

Jazz y barrio

En el arranque de “Música en el Balcón” no había una formación fija. “Salíamos a tocar cuatro o cinco. Y no siempre los mismos porque por ahí alguno un jueves no podía. Jodo con que era como los grupos de amigos cuando se organiza un partido de fútbol y se van anotando”, apunta Francisco.

“El ciclo ayudó a que se consolidara un grupo. Ahora somos once músicos en escena. Hay tres vientos, dos cantantes, dos bateristas, dos guitarristas, dos bajistas. Todos somos de la zona. Uno de los bateristas vive acá a tres casas y hasta que empezamos con esta movida no lo conocía”, grafica.

“El otro día Fran tocó en Capital y uno de los chicos que fue a escuchar, cuando nos pusimos a charlar y le dijimos que éramos de Temperley, nos dijo ‘ah, ahí hay una removida con el jazz’. La verdad es que se está armando recién ahora. Hasta el día de hoy no hay ningún local que sea específico para ir a escuchar jazz, pero sí es cierto que hay muchos músicos y que se van congregando”, relata Carla.

Francisco considera que con el ciclo, de alguna manera, ayudan a democratizar una música asociada a un público acotado. “En realidad el jazz tuvo mucho que ver con los negros en su nacimiento, o sea que surgió desde abajo. Pero es cierto que hoy por hoy, no es lo que llega a través de la industria musical en forma masiva”, alega.

Carla disfruta poder ofrecer jazz en el conurbano. “El barrio es nuestra identidad y queremos que la cultura tenga su espacio acá”, destaca.

La juventud

La pareja valora mucho el acercamiento de adolescentes del barrio. Su interés por la música. “Hay un prejuicio con los jóvenes de que no les interesa nada, de que son todos libertarios. No es lo que nosotros palpamos. No hay que ser sectarios con ellos. Hay que ofrecerles alternativas”, plantea Carla.

En la misma línea, Francisco remarca que “una de las cosas más lindas que nos pasó es que vinieron unos chicos de una escuela de Llavallol para hacernos una nota que incluyeron en un documental que hicieron sobre arte callejero. Hay pibes con inquietudes y haciendo cosas. Para mí fue muy emocionante el intercambio con ellos”.

Jóvenes y vecinos de toda la vida, público de otros barrios e incluso de CABA, llevaron a que Música en el Balcón pase de los jueves a los sábados. Con una periodicidad de una vez al mes. Se suelen juntar más de 300 personas.

“Pese al éxito, se toca más o menos una hora y armamos todo como para que la gente no se instale. Que, tranqui, cuando terminamos, se desconcentre. Queremos mantener el contrato con los vecinos de que no vamos a molestar”, aclara Carla.

Entonces, al finalizar cada evento, cierran el balcón, la puerta de abajo, y se quedan con los músicos y amigos a comer algo. En su casa, la que habitan hace casi tres años, propiedad de la kiosquera de toda la vida, que tenía un papelito pegado en el negocio con el anuncio del alquiler. Bien de barrio.