Puede decirse que Nicolas Cage es un actor ambivalente. Ha dividido sus participaciones entre películas francamente malas y otras muy notables que parecen compensar a las menos virtuosas. El ladrón de orquídeas (2002) es de estas últimas: cuenta la historia de un coleccionista de flores cínico y despiadado, dispuesto a dar la vida –y a quitársela a los demás– para conseguir una nueva especie. En Oberá, Misiones, hay un argentino igual de loco por estas plantas pero que, para nuestra fortuna, no es un sociópata; más bien, Leandro Martínez se perfila como la inversión simétrica del personaje de la película guionada por los hermanos Kauffman: el guardián de las orquídeas argentino busca, con su pasión, preservar la vida.
La primera vez que Leandro vio una orquídea vio también una bailarina. Estaba en la casa de su suegra, hará –según estima– más de diez años y se encontró con una flor amarilla que dibujaba en el aire la silueta de una pollera en movimiento y el gesto elegante de la danza. Su suegra, que lo vio hipnotizado con la planta, le regaló un esqueje. Era una Gomesa bifolia, según averiguó poco después en la máquina de un ciber-café en el que empezaría a pasar horas y horas buscando información sobre esas plantas de arquitectura equilibrada y compleja que seducen por igual a polinizadores y coleccionistas.
Hoy, en su casa, Leandro tiene más de dos millones de orquídeas en frasco. Las tiene en un laboratorio en el que probetas, tubos de ensayo y agitadores intentan replicar de forma artificial la compleja cadena de pequeños acontecimientos que tienen que suceder para que las orquídeas se reproduzcan. Cuando están listas, las introduce en el monte misionero y reestablece un delicado orden biológico clave para preservar la flora y fauna local. “Las orquídeas mantienen los ecosistemas vivos”, sostiene como bandera.
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El idioma de las plantas: cómo se reproducen las orquídeas
Era la época en que la hora en el ciber valía un peso. Leandro solía dejar cuatro monedas en el mostrador. “Tenía que pagar cuatro horas. La máquina tardaba un montón, el Google no cargaba y no encontraba mucha información”, recuerda. Navegando en esa aún incipiente web 2.0 encontró una página de Brasil en la que se exhibían miles de especies. “Pensé que por división de matas no era posible tener tanta cantidad, porque algunas tardan cuatro años en florecer. Entonces vi que en esas fotos y videos había frascos con plantas adentro. Ahí descubrí y empecé a indagar en la genética”, explica Martínez.
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Las semillas de las orquídeas no se compran, aunque en internet aparezcan ofertas baratas y tentadoras para los neófitos entusiastas. Esos avisos son, la mayoría de las veces, estafas. A uno o dos dólares, se envían sobres con semillas de cualquier cosa, cuando no de especies invasoras. La reproducción de las orquídeas se hace por lo general in vitro, en condiciones muy particulares, medidas al detalle, posibles únicamente en “el mundo mágico del laboratorio”, según revela el misionero.
En esos años, Leandro recién se había recibido de protesista dental. Empezó a hablar con genetistas y expertos y todos le decían lo mismo: que la genética es muy complicada; que hay que estudiar muchos años; que eso no era para él. Sin nadie que le enseñe, le tocó avanzar a los tumbos. Por capricho y a prueba y error. De la plata que iba ganando con sus primeros trabajos, separaba una parte y la invertía en plantas y materiales. “Así fui descubriendo cosas y haciendo mis avances. Después, los mismos genetistas que me habían dicho que no, me contrataban para que los ayude en sus investigaciones”, cuenta el orquideófilo.
Pero al margen de todo ese saber técnico que fue adquiriendo con el tiempo y la experimentación, Leandro aprendió a ver en los matices de algunos colores, en la textura de las hojas, en el movimiento a la vez imperceptible y constante de las flores, signos de un lenguaje nuevo. “Yo le digo a mucha gente: a tu planta le falta esto o aquello. La planta te está hablando. Te está diciendo lo que le pasa. Por supuesto la planta no te va a hablar en el sentido literal, pero en el color de la hoja, en su rugosidad, te está diciendo que le falta nitrógeno, fósforo o potasio, que tiene excesos y deficiencias”, explica el protesista.
Cautivar sus polinizadores
En el esfuerzo de las orquídeas por cautivar a sus polinizadores hay algo que se parece a la desmesura del amor romántico. Aromas y olores potentes, cebos empalagosos como polen y néctar, y flores que bosquejan figuras imposibles, de un raro contorsionismo vegetal, son algunos de los trucos con los que las plantas reclaman la llegada de insectos y aves. El engaño tampoco está prohibido: algunas orquídeas se disfrazan de otras flores o imitan la silueta de insectos o alimentos. Los miles de años de selección natural van modelando las formas a tal punto que algunas plantas empiezan a parecerse a estos polinizadores: presentan sus recompensas en hendiduras y recipientes que funcionan como estuches exactos de quienes las visitan.
Muchas orquídeas son monógamas de una fidelidad rigurosa: se reproducen con un tipo particular de insecto o ave. Este intrincado mecanismo de coevolución las hace únicas y valiosas. Sus flores son un botón de muestra muy preciso para descubrir los microscópicos engranajes de la simbiosis entre especies y esa es una de las claves de por qué despiertan tanta locura entre sus fanáticos. La película protagonizada por Nicolas Cage indaga justamente en eso, en las pasiones, en por qué o cómo alguien puede hacer lo que sea por una planta. Leandro señala que, para los coleccionistas, algunos ejemplares directamente no tienen precio.
Objetivos claros: repoblar, divulgar y preservar
En el laboratorio que instaló en una de las habitaciones de su casa, el misionero de 35 años dio a luz a más de una quincena de nuevas variedades híbridas. Estas especies exóticas son para la venta. Con esa plata Leandro financia la otra parte del proyecto, la verdadera, que es repoblar los montes con orquídeas nativas. Introducir estos ejemplares es invocar una constelación de agentes vivos que reestablecen la biodiversidad de los territorios.
“Si en un monte por falta de lluvia o por tala se pierde esa flor, con ella se pierde también el insecto que la poliniza, con él las aves que de él se alimentan y también reptiles y otros animales”, describe Leandro. Si bien por su exotismo algunos ejemplares se plantan en chacras privadas para evitar robos, Martínez encabezó iniciativas para que haya orquídeas en las plazas o en espacios públicos. “Trabajamos mucho para que la gente de la ciudad entienda el valor de estas plantas. Este año plantamos más de 400 ejemplares en plazas. La gente se acercaba para sacarle fotos no sólo a las plantas sino a la enorme cantidad de aves que venían. Se veían pájaros de colores nunca vistos, que no estamos acostumbrados a observar”, expuso.
A este proyecto, se suman otros con el objetivo de difundir la importancia de la preservación de la flora. Leandro visita escuelas y brinda charlas en distintos eventos. También impulsó la creación del día provincial del orquidéofilo y la declaración de algunas especies como monumento natural para enfatizar la necesidad de su protección y evitar que desaparezcan. “Estamos hablando de plantas que a veces están en peligro de extinción. Que pueden valer mil pesos como no tener precio. Llevarse una orquídea de esas equivale a llevarse un tucán o un jaguar a tu casa”, advierte.
Orquídea Messi
La alucinación colectiva en la que el pueblo argentino se enredó en diciembre de 2022 ha producido fantasmagorías proféticas: la teoría del cinco de copas, las sumas y restas de fechas que prometían el campeonato mundial y las coincidencias forzadas nutrieron una teleología popular que resultó no sólo creíble, sino, al final de cuentas, cierta. Preso de sus pasiones, Leandro no pudo más que sintetizarlas. El partido con Croacia empezó a la una de la tarde del trece de diciembre. Por la pantalla de la casa de los Martínez corría el encuentro transmitido desde la computadora. Abajo del televisor, como talismán, descansaba una planta. Una especie nueva, de flor rosada con destellos lilas y vetas amarillas, que había florecido comenzado el mundial y todavía no tenía nombre registrado.
Minuto 32, penal para Argentina. Messi convierte, sale festejando, levanta los brazos como siempre y por una interrupción de la señal su imagen queda congelada en la pantalla. El 10 con los brazos al cielo y abajo la orquídea y sus tres pétalos; una cabeza y dos brazos vegetales y atrás la estampa de Messi derramando, como en un bautismo, el nombre a la orquídea. Si en el origen de esta historia estaba la bailarina, más de diez años después, el delirio mundialista esculpía otro contorno en una de estas plantas de vocación mimética.
“Se me trabó la tele y veo los brazos de Messi a cuarenta y cinco grados. El color lila de la flor eran los de la camiseta alternativa de ese mundial y abajo los tres pétalos. Dos eran las copas que teníamos y el otro era la tercera. Hice un video sobre eso que se hizo muy viral. En una hora tuvo más de 100.000 reproducciones. Ahora Messi tiene la planta original en su casa. Fue un gran suceso. A partir de ahí cree la página El guardián de las Orquídeas”, revela Leandro.
La orquídea Messi ya está registrada con ese nombre en la Royal Horticultural Society de Inglaterra, una de las instituciones botánicas más importantes del mundo. Leandro, actualmente, está mudando su laboratorio. Lo traslada de su búnker doméstico a otro espacio más profesional. “Estoy construyéndolo como debe ser: más amplio y cómodo; con sectores divididos”, expone. Toda la inversión sale de su bolsillo. Tiempo, materiales, plata, energía.