El bar que cumplió 100 años y que colecciona banderines donados por vecinos de Almagro: "Hay hasta de clubes que desaparecieron"

"Está fuera del tiempo", describe el actual dueño de "El Banderín". Hoy se transformó en un clásico en el que cuelgan reliquias como la camiseta que usó Caniggia en el Mundial de Estados Unidos, banderines de Boca y River originales fabricados en Rusia, un libro de 1923 de Alumni, entre otras cosas. Recientemente cumplió 100 años y lo celebraron con una gran fiesta en la calle a la que asistieron más de 250 vecinos que le danzaron a la nostalgia y al paso del tiempo.

19 de diciembre, 2023 | 00.05

El legendario bar de Almagro, "El Banderín", testigo de un siglo de transformaciones del barrio y de la ciudad, es famoso por su colección de banderines de equipos de fútbol y por convocar a clientes de todas las edades, sobre todo los fines de semana, que salen a comer o a tomar algo después de ir a alguno de los teatros del circuito “under” que se encuentran por esa zona.

“Teníamos tantas ganas de festejar, que tuvimos sponsors de empresas de cervezas muy chiquititas que le pusieron mucha onda. Vendimos tragos, cortamos la calle y vino DJ Villa Diamante. Todos cantaban, bailaban y no se querían ir. La mayoría nos abrazaba. Después nos pidieron que hablemos y dijimos unas palabras. Fue muy emotivo”, detalla Luis Sarni, el actual dueño del bar, ubicado en la esquina de las calles Billinghurst y Guardia Vieja.

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

El bar fue fundado el 15 de noviembre de 1923 por un hombre llamado Justo Riesco. En un principio se llamó “El Asturiano”, y sus dimensiones eran la mitad de lo que son ahora. Funcionaba como almacén y tenía una sucursal cerca del mercado del Abasto, a la que asistía la mamá de Carlos Gardel y donde solían tener una agenda en la que le anotaban el “fiado”.  

Por qué El Banderín: su historia

En 1929 el negocio se expandió, comenzó a funcionar como bar y, con las paredes decoradas con algunos banderines de clubes de fútbol, pasó a llamarse El Banderín. A partir de ese momento, los clientes y amigos del bar comenzaron a llevar sus banderines y las paredes se fueron llenando de a poco. Todos querían que su club estuviera presente.

Luis relata que el hijo del fundador, llamado Mario Riesco, era un fanático de River, y colgaba distintos banderines de su club. “Sus amigos le preguntaban ‘¿por qué no está al mío?’ y él les decía: ‘Traelo y lo ponemos’. Además, como tenía un compadre que viajaba por todo el mundo, le traía banderines de todos los países que visitaba y él los iba colgando”.

El bar pasó de generación en generación. En la década del ‘60, el bar comenzó a estar en manos de Mario y después tomó el mando su hijo Silvio. Al promediar los 2000, Luis, que trabajaba como taxista y frecuentaba mucho el bar desde la década del ‘80, fue tentado para hacer el cierre del local. “Silvio se había accidentado la pierna y me ofreció trabajar una hora por día. Había que acomodar las heladeras, cargar las azucareras y todas esas cosas. Con Mario teníamos tanta confianza que creamos un lazo de amistad”, describe en diálogo con El Destape.

Hace 4 años, la familia Riesco desistió de seguir al mando del bar. En ese momento, Luis ya era un empleado fijo y de confianza y le hicieron una oferta para que se fuera. Pero como Luis conocía “el paño y el potencial” les propuso alquilárselo y manejarlo él.

Enseguida llegó la pandemia por Covid-19, y cuando los locales no podían recibir al público, Luis decidió utilizar parte de sus ahorros para reformar totalmente el bar. Lo amplió, le cambió los pisos, cambió la barra y la iluminación.

“Lo convertimos en un restaurante que funciona con precios de bodegón en el corazón de Almagro. Continué la tradición familiar, no por mandato de ellos, sino porque el bar me gustaba y me sigue gustando. Lo potencié y es distinto a cualquier otro. Ofrecemos platos abundantes, de buena calidad y con buenos precios”, asegura.

“Nadie tiene lo que tenemos nosotros en las paredes”

La cualidad que tienen que tener los banderines para que estén exhibidos en el bar es que sean lo más viejos posible. “Tenemos modelos que no tiene nadie. Hay algunos de hace 70 años, de clubes que desaparecieron”, detalla Luis.

Entre las reliquias que aloja también se encuentra un cuadro bordado con hilos de seda hecho por los presos de la cárcel de Devoto como regalo a Aníbal Troilo, la camiseta que utilizó Claudio Caniggia en el Mundial de Estados Unidos durante el partido contra Nigeria, banderines de Boca y de River originales fabricados en Rusia, un libro de 1923 de Alumni, el primer club que existió en Argentina, y hasta un banderín de cuero de la época de los campeonatos Evita. “Es mi preferido porque es el más antiguo y el que representa una época. Son cosas que tiene poca gente o nadie”, asegura Luis.

La otra tradición del bar es el tango: por estar “enclavado” en las cercanías del Abasto y porque cuando Mario estaba al frente del negocio se hacían shows de tango habitualmente. “Venía mucho el bandoneonista de Aníbal Troilo y Juan Carlos Godoy, él hizo acá su despedida”, señala Luis.

Sentido de pertenencia

Luis es tajante al afirmar que lo que más se destaca del bar es que genera una sensación de pertenencia. “Cuando venís acá charlás conmigo si querés, pero si no, podés charlar con otras mesas y todos se conocen. Es como un club, un refugio”.

"Muchos chicos esperan a sus madres acá. Ellas me llaman y me avisan que están demoradas, les damos una chocolatada y hasta que no los vienen a buscar, los chicos de acá no se van. Eso no pasa en cualquier lado”, describe.

Luis asegura que una noche a full durante los fines de semana pueden llegar a atender a 100 personas a la vez, sin recambio. “Para eso tenés que estar muy concentrado y nosotros siempre ponemos cumbia en el fondo, que es lo que nos contagia el buen humor”.

El bar fue creciendo y hace 15 años lo declararon bar notable. Ofrecen milanesas, empanadas, pizzas, guiso de mondongo, de lentejas, bondiola al Malbec con pure de batata, lima y miel, entre otros platos. “Tenemos comidas básicas pero muy ricas, caseras y con buenos precios” , remarca.

“Es difícil explicar qué es el bar para mí, porque lo más importante para mí es lo que el bar es para los demás. Cuando veo que lo quieren tanto, yo lo quiero más. Esto está fuera del tiempo”, concluye.