Lucia Abril Marcucci es una muchacha con un talento innato. Gracias a sus padres artistas, la joven se adentra al mundillo del arte desde que tiene uso de razón. A los ocho años toma conciencia de lo que significa el ballet para ella, y es por eso que decide ir en busca de un objetivo: competir en el Prix de Lausanne. Con 15 años es seleccionada para participar de la competencia, consigue el pase a la final y se le presentan propuestas de las mejores escuelas del mundo, entre ellas la Ópera de París. Hace seis meses se encuentra envuelta en la cultura francesa y comparte su cotidianidad con los grandes exponentes de la disciplina. No obstante, para llegar hasta donde llegó tuvo -y tiene- que sortear obstáculos y trabajar arduamente en su autodeterminación y confianza.
Villa Carlos Paz es una ciudad conocida por su oferta cultural. En todas las temporadas de verano, las carteleras se llenan de espectáculos, y muchas de las celebridades de Argentina eligen este destino para brillar. Al mismo tiempo, en esta ciudad de Córdoba personas como Abril se encuentran inmersas en academias de barrio buscando tener más adelante un lugar en el escenario. “La danza siempre estuvo en mí por más que yo no sea consciente de eso. Empecé con el ballet desde muy chica y simplemente por diversión”, comienza relatando la joven. Su padre, Adrian Marcucci, es el impulsor. Además de ser artista plástico, es quien tiene la idea de llevar a Abril al estudio de su madre -profesora de danza clásica.- para invitarla a crear coreografías y a que empiece a jugar con esta disciplina.
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Todo comienza como un juego hasta los 8 años, momento en el que Abril se da cuenta que podía tomar a esta disciplina como un estilo de vida. “Cuando mamá ponía películas de coreografías de la Ópera de París yo me quedaba impactada. Anhelaba estar en el mismo lugar que esos bailarines. Y un día charlando con ella le pregunté si las personas que estaban en el escenario trabajaban de eso, y al escuchar su respuesta mi cabeza hizo un click”, dice la joven con una sonrisa en los labios.
Ese mismo año, Abril se hace presente en Brasil para su primera competencia internacional. “Yo no era para nada consciente de donde estaba. Es más, yo tan inocente le dije a mamá: '¡Esto es como un jueguito de computadora, tengo que bailar para pasar los niveles y así ganar!”, comenta entre risas. Con esa mente, Abril logra el primer puesto en la competencia. Pero al llegar a su ciudad natal toma dimensión de que no era la única con ese sueño alocado, y es por eso que decide poner en marcha el plan para lograr su gran meta: llegar a París, Francia.
La primera etapa consiste en tomar cursos y subirse al escenario cuantas veces sea posible con el fin de ganar experiencia. Al cumplir 12 años, da comienzo a la segunda fase; una de las más difíciles para ella. Ese año, luego de participar en una competencia internacional para jóvenes talentos en Estados Unidos, se le acercan unas personas a hacerle unas preguntas tanto a ella como a una compañera de baile. “Nos preguntaron de dónde éramos y en qué escuela estudiabamos. Yo comenté que era de Córdoba y que era integrante de la escuela de danza de mamá, pero cuando mi amiga dijo que estudiaba en el Colón los sujetos abrieron los ojos asombrados. En ese momento me di cuenta de que me faltaba un respaldo institucional”, señala Abril Marcucci.
Con 14 años, Abril logra ingresar en el Seminario de Danza Nora Irinova ubicado en Córdoba y al tiempo audiciona para el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Su destreza en el baile le da el pase para asentarse en la gran ciudad: Buenos Aires. “Ella estaba haciendo la escuela de forma virtual pero al ingresar al Colón nos dimos cuenta de que no eran compatibles los horarios de las clases de Córdoba con las de Buenos Aires. Sin embargo, el teatro nos recomendó el SEADEA, una escuela con sistema militar. Abril pudo retomar la escuela pero debido a tantos viajes terminó perdiendo el año”, comenta Sandra, la madre.
Ese año podría describirse como revolucionario. Abril se instala en otra ciudad acompañada de su madre, comienza una nueva rutina, estudia en una de las escuelas más prestigiosas de danza y conoce nuevas personas. Sin embargo, no está del todo conforme. Ella quiere ir por más. Es por ello que comienza a prepararse para el Prix de Lausanne. “Así como FIFA organiza el mundial de fútbol, Prix de Lausanne lleva adelante el mundial de ballet”, destaca la madre de la muchacha. Este es un concurso internacional de danza que se celebra anualmente en Lausana, Suiza, y que solo cuenta con la participación de 75 chicos de todo el mundo. Siendo consciente de la exigencia, Abril empieza a ensayar junto a su madre. Luego de unos meses, envía un video bailando con el deseo de ser seleccionada. Cuando llega el mail con la lista, su nombre figura en el primer puesto. Abril no solo entra en la competencia sino que -al salir primera- también obtiene el beneficio de que su viaje ya este pago. Es decir, ahora solo le queda brillar.
En 2022, la cordobesa se presenta en el Prix de Lausanne sin un respaldo institucional pero gracias a su desempeño recibe la oportunidad de continuar su formación en el lugar de su preferencia: Paris Opera Ballet School, Royal Ballet, John Cranko, Huston Ballet y Oslo Nation Academy of the Arts. “Toda nuestra esperanza estaba puesta en la Ópera de París pero ésta solo ofrecía el ingreso y la beca en la escuela. Nosotros teníamos que pagar el resto -que eran como dos mil euros al mes- y se nos hacía imposible”, comenta con un dejo de tristeza la madre. La frustración es grupal. Rechazar una oportunidad semejante por algo que va más allá de sus posibilidades es imperdonable. Pero no agachan la cabeza y siguen luchando.
Por sincronías del destino, en la competición de Suiza está Simone Malta, una mujer que conoce a Abril y a su familia. Luego del certamen, la coordinadora del área de danza de la escuela Brasileu Franca les hace una propuesta: becar a Abril en su escuela. “Yo como madre sentía la necesidad de que Abril siguiese creciendo. Más allá de que yo podía seguir dandole clases, no podía ofrecerle lo mismo que una escuela porque no contaba con todas esas herramientas. Hoy siento que fue la mejor decisión porque en ese año y medio que Abril estuvo en Brasil, logró independizarse”, subraya la madre. Siguiendo en esta línea, Abril menciona que junto a Sandra se sentía dentro de una burbuja: “Cuando yo recibía un mal comentario inmediatamente iba a contárselo a mamá para que me diera una mano. Entonces a la hora de irme a vivir sola aprendí a protegerme yo misma”.
Pero las buenas noticias no paran de llegar. Y el Prix de Lausanne vuelve a estar en primera plana. La decisión de competir queda en manos de Abril, quien no lo duda ni un segundo. Arma una nueva coreografía y envía su video para la selección. “Yo tenía fe de que iba a aparecer en la lista pero no sabía si iba a quedar primera”, dice Sandra. El deseo y constancia de la joven la llevan de nuevo al primer lugar. Abril queda en shock. En el 2023 se hace presente en Suiza, y con su performance deslumbra al público. Pese a que no gana la competencia, recibe 14 propuestas de beca; cinco de ellas se encargan de absolutamente todos los gastos de la joven. Abril, una vez más, opta por su primer amor.
En agosto de 2023 emprende viaje al nuevo continente. Una nueva fase está por comenzar. “Cuando me fui a vivir a Buenos Aires e inclusive a Brasil estaba más relajada porque sabía que me tomaba un avión o un micro y a las horas estaba cerca de mi familia. Ahora la cosa es distinta. Con mi familia nos separa un océano, y la diferencia horaria se hace notar. Pero lo más difícil es que estoy cien por ciento sola. No tengo un sostén; soy yo y mi trabajo contra el mundo”, señala la joven.
La vida en París
La vida en París es atípica para una niña argentina de tan solo 17 años. De lunes a viernes la joven se levanta a las 7 de la mañana a desayunar y a las 8 estudia de forma remota en el Instituto Taborda de Córdoba. También, por la mañana, toma clases de francés para afianzar el idioma. Al mediodía tiene un descanso para almorzar, y pasadas las 13 comienzan sus clases en la Ópera. Alrededor de las 18:30 vuelve a su cuarto, se ducha y baja al comedor de la escuela a cenar. Cerca de las 22:30 un adulto pasa por su habitación para avisarle que es hora de descansar. En el caso de los sábados y domingos, Abril se encuentra en una casa de familia aunque el estudio sigue estando presente. “La carrera del bailarín es muy corta y las posibilidades de ingresar a este tipo de escuelas son muy escuetas. La Ópera es una institución muy cerrada, muy elitista. En cada curso hay solo 10 bailarines con un prototipo muy marcado. A su vez son muy estrictos; les toman pruebas que definen su permanencia en la escuela”, menciona la madre de la bailarina.
Siguiendo en esta línea, Sandra remarca cuán orgullosa está de su hija. “La admiro muchísimo. Cada vez que tenemos un momento para charlar, trato de darle toda la fuerza que tengo. Yo sé que va a llegar lejos; lo sé. No solo porque es perfecta bailando sino por como es ella en la vida. Es una persona muy especial”, dice la madre con la voz entrecortada y con lágrimas en los ojos. Abril, por su parte, hace mención a lo difícil que fue para ella encontrar la manera de recompensar la ayuda que recibió. Sin embargo, hoy siente que disfrutando y expresando su arte en el escenario está dando las gracias.
Con 17 años, decide dejar su país, familia y amigos para viajar a la cuna del ballet y convertirse en una bailarina de elite. “Ya tengo en mente mi próxima misión y es entrar en una compañía”, dice la muchacha, con determinación. Es consciente de la batalla que tiene que enfrentar. Externa como interna. Pero sabe que tiene las herramientas suficientes para luchar por lo que quiere. Solo tiene que recordar que la confianza en sí misma es lo último que se pierde.