De fanatizarse con Jurassic Park a liderar el estudio del cerebro de los dinosaurios pionero en el mundo: la historia de Ariana, paleoneuróloga argentina

Ariana Paulina-Carabajal es pionera en desentramar el funcionamiento cerebral de esta especie extinta. Cómo es su día a día, la importancia de la universidad pública para trabajar de lo que siempre soñó y lo que siente cuando descubre nuevos fósiles: "Ser la primera persona en el mundo que está tocando eso después de millones y millones de años es algo indescriptible", sentencia.

21 de junio, 2024 | 00.03

La paleoneurología busca conocer la anatomía de los cerebros de dinosaurios para saber qué tan inteligentes eran, aplicando ‘biología sensorial’ que permite entender mejor cómo habría interactuado ese dinosaurio con su ambiente, mediante el uso de los distintos sentidos como la vista, el oído y el olfato. Argentina es el único país en donde se realizan este tipo de estudios, no hay al día de la fecha especialistas en esta disciplina por fuera del territorio nacional. Ariana Paulina-Carabajal es una de las argentinas especialistas que, además, se desempeña como directora del Museo Palenteológico de Bariloche y forma parte de la ONG Asociación Palenteológica Bariloche: “Al principio, estudiar esos ‘cerebros fósiles’ no fue para nada fácil, porque nadie lo había hecho en nuestro país antes; nadie había estudiado este aspecto de los reptiles jamás. Me fui metiendo en el tema despacito, con paciencia y con el tiempo llegué a amar esta tarea. Considero que mi trabajo fue pionero y eso me da mucho orgullo”, cuenta.

‘Premji’, como le dicen todos lo que la conocen, desde muy chica sintió que podía ser lo que quisiera cuando sea grande, ya que eso le inculcaron en su casa: “Crecer con esa sensación de que todo es posible te da una libertad tremenda al momento de finalmente decidir qué hacer con tu vida profesional. Trabajar de algo que te hace feliz es fundamental”, relata.

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Si se piensa en inspiración infantil, probablemente la primera ocurrencia sea una película y con Ariana no fue la excepción: “Soy de la generación de Indiana Jones, pero mi película de dinosaurios favorita era Pie Pequeño, debo haberla visto decenas de veces. Cuando unos años después salió Jurassic Park fue la gloria: me emocionó mucho ver esos dinosaurios tan reales, supongo que tocó una fibra”, detalla.

Desde muy chica, Ariana se interesó por las ciencias naturales: salir de paseo y recoger rocas, plantas, insectos, incluso cavar pozos en el patio para buscar dinosaurios era su hobbie favorito y no es una metáfora ya que pedía permiso para que el patio se vuelva su propio rincón paleontológico: “La primera vez debo haber tenido unos 5 o 6 años. Mi papá sabía que no iba a encontrar nada, pero me dejó de todas formas hacer esos pozos”, rememora.

En uno de sus usuales paseos encontraron el esqueleto de una vaca; fue el inicio de toda una vida fanatizada por investigar huesos: “Le pedí a mi papá que lo lleváramos a casa, para ‘armarlo de nuevo’ y lo hicimos…no habría sabido cómo ‘armarlo de nuevo’”, aclara riendo.

Ariana no solo estaba interesada en los huesos, le apasionaba la paleontología en todos los aspectos posibles: “La idea de plantas y animales que vivieron hace tanto tiempo en la Tierra y que luego se extiguieron para siempre y esa sensación de que había tantas cosas por descubrir, por encontrar y por investigar me fascinaba”, expresa efusiva.

Los años pasaron pero a ‘Premji’ nunca se le fueron las ganas de estudiar lo que le apasionaba casi desde la cuna. En cuarto año de secundaria, cuando tenía 16 años, llegaba el momento de definir qué estudiar y ella estaba entre biología y comunicación. Un día fue al cumpleaños de una amiga y conoció a su hermano mayor, que se estaba yendo a estudiar paleontología a la Universidad de La Plata, eso marcó su vida para siempre, en más de un sentido: “Me habló con tanta pasión de los fósiles que me la contagió”, destaca emocionada.

Al año siguiente, le siguió los pasos desde Bariloche hasta La Plata (en ese momento, año 1996, la carrera de paleontología estaba solamente en aquella localidad; unos años después se creó en la UBA y luego en la UNRN) y nunca se arrepintió de haberlo hecho. La vida quiso que esa otra marca sea gestar una familia con quien le ‘contagió’ las ganas de estudiar paleontología: “Muchísimos años después, ya que cada uno hizo su carrera en diferentes lugares, nos volvimos a encontrar y hoy tenemos un pequeño hijo de 6 años con quien vivimos en Bariloche”, narra.

Ariana tiene una profesión emocionante, una que siempre le hace sentir lo mismo que la primera vez que encontró un hueso de dinosaurio: “Arrodillarse al lado y empezar a excavar alrededor y encontrarse con que hay más y más huesos debajo del suelo; no saber qué hay y además ser la primera persona en el mundo que lo está tocando después de millones y millones de años, es algo indescriptible”, grafica.

Cómo se estudia el cerebro de un dinosaurio

Para obtener la información que Ariana necesita (conocer la cavidad endocraneana -donde estaba alojado el encéfalo-), utilizan tomografías computadas: la técnica se denomina ‘no invasiva’ porque no hay que destruir la muestra para realizar el estudio. Las tomografías por rayos X permiten observar el interior de un cráneo sin necesidad de sacar el sedimento que lo rellena ni de cortar el cráneo a la mitad (como se ha hecho en el pasado).

Muy pocos paleontólogos llegan a investigar cerebros de criaturas ya extintas. Estudiar dinosaurios, en primer lugar, es algo que se dio por estar en el lugar y momentos adecuados. Al recibirse de paleontóloga, si quería dedicarse a la investigación, tenía que acercarse a un paleontólogo o una paleontóloga que pueda darle un tema de investigación para hacer un doctorado. En el caso de Ariana, su mentora fue la doctora Zulma Gasparini, del Museo de La Plata, donde había hecho pasantías en su laboratorio desde el comienzo de su carrera.

Gasparini es una reconocida especialista en reptiles marinos jurásicos, como plesiosaurios y cocodrilos marinos, a nivel mundial. Ella fue la única que, cuando Ariana estaba a punto de recibirse, le preguntó si tenía intenciones de hacer un doctorado o entrar al CONICET: “Me recomendó que buscara salir de los grandes centros en Buenos Aires y encontrara un lugar de trabajo en el interior, donde en muchos lugares estaba todo por hacer”, recuerda.

Gasparini fue quien le avisó que un paleontólogo de Neuquén (Rodolfo Coria, del Museo Carmen Funes en Plaza Huincu) estaba buscando voluntarios para una campaña paleontológica y le dio su contacto. Le escribió y de esa forma fue invitada a participar junto al renombrado paleontólogo canadiense Phil Currie de una investigación en la que lograron extraer los huesos del dinosaurio carnívoro Murusraptor. Fue Rodolfo Coria quien la invitó a hacer su doctorado en Plaza Huincul, estudiando el neurocráneo (o caja craneana) de ese dinosaurio que acababan de rescatar: “El me dio la oportunidad abriéndome las puertas del MCF y Zulma Gasparini y Phil Currie fueron mis directores de tesis. Ese fue el principio de todo: me fui a vivir a Plaza Huincul, donde desarrollé toda mi carrera, doctorado, postdoctorado e ingreso a Carrera de Investigadora de CONICET, durante 13 años, empezando con el estudio de la caja craneana de dinosaurios terópodos, o “carnívoros”, de Argentina, algo que nadie había hecho hasta ahora”, especifíca orgullosa.

Cuando se precisa estudiar un cerebro de dinosaurio, es necesario pedir permiso al curador, que está al cuidado de esos fósiles, para sacar el fósil del museo por unas horas y llevarlo a tomografiar. El traslado se hace con todas las precauciones necesarias para que el fósil no se dañe. Las tomografías computadas las realizan en general en hospitales, para lo cual también se necesita el permiso del centro de salud en cuestión. Se suele elegir un día y horario donde no hay pacientes humanos para no interrumpir el trabajo de los médicos. El ‘paciente’ fósil es llevado a la camilla y un técnico radiólogo hace la tomografía, que le pasan luego a Ariana guardada en un DVD: “Después la descargo en mi computadora y la analizo usando un programa especial que me permite ‘pintar’ la estructura que quiero estudiar y ‘extraerla’ virtualmente”, puntualiza. Ese modelo 3D se puede visualizar luego usando programas de computación o incluso volverse físico con una impresora 3D: “La tecnología ha ayudado muchísimo a esta rama de la paleontología”, subraya.

Encontrar información sobre cerebros es como volver a descubrir algo que ya no está más, en este caso los tejidos nerviosos, que al morir el animal se pudrieron y no se preservaron como fósiles: “El momento más emocionante es durante la tomografía: se deja el neurocráneo en la camilla y vas afuera de la sala, donde el técnico te muestra el escaneo en una computadora. Siempre vamos con mucha expectativa porque no sabemos con qué nos podemos encontrar. Los rayos X tienen que atravesar el hueso y el sedimento y tiene que haber un buen contraste entre ambos. Si no lo hay, si el hueso y el sedimento o roca tienen la misma densidad, no vamos a poder ver el interior. Es un momento crucial, porque a medida que va cargando las imágenes en la computadora ya podés ir viendo si la tomografía va a servir para reconstruir el cerebro o no”, explica a la vez que agrega sonriendo brevemente: ‘¡Mirá! Ahí están los bulbos olfatorios. Son grandes’ ó ‘¡Se ven los canales de nervios y del oído interno!’, decimos. Es ahí cuando vemos por primera vez el interior de la cabeza de ese animal. Obviamente, cuando el contraste no es bueno es la decepción total”.

Los dinosarios extintos o no-avianos son reptiles, por lo que sus cerebros se parecen a los cerebros de otros reptiles vivientes. La mayoría de los dinosaurios tienen cerebros parecidos a los de los cocodrilos. Dentro de los dinosaurios terópodos o carnívoros, los grupos más derivados o evolucionados, que estaban en la línea evolutiva que luego dio origen a las aves, tienen cerebros que no son tan cocodrilianos pero si más avianos, con cerebros y cerebélos más grandes. Es gracias a estos especímenes que se puede entender mejor los cerebros de los dinosaurios.

Es por eso que, luego de la tomografía, se comparan con los encéfalos de reptiles vivientes. Por ejemplo: si ven que en ese encéfalo el bulbo olfatorio es grande, interpretan que el sentido del olfato era el más importante para ese animal, algo que suele pasar si realizaba sus actividades con poca luz (animal nocturno) o si se trata de un carroñero (que necesita poder oler carne podrida a grandes distancias para encontrar comida): “Es un campo muy interpretativo y sabemos que es muy poco lo que podemos asegurar qué podían hacer estos animales realmente”, destaca.

En este tipo de disciplinas, es primordial el apoyo estatal: “El 100% de los investigadores que hacemos paleoneurología, junto a los becarios/as que nos acompañan, estamos en relación de dependencia del CONICET y de las universidades nacionales. No podríamos hacer el trabajo que hacemos sin esas instituciones, así de importantes son para que la ciencia de nuestro país juegue en las ligas mayores”, expone orgullosa.

El trabajo de Ariana y sus colegas enaltece la ciencia argentina de cara al mundo porque los dinosaurios más estudiados son siempre los del Hemisferio Norte. Lo mismo pasa con la disciplina de la paleoneurología, por eso “cada dinosaurio argentino que ponemos en el mapa suma un grano de arena a una mejor comprensión de estos animales extintos y no hubiera sido posible en otro país. Puedo hacer esto que tanto me gusta gracias a la educación pública y gratuita que recibí a lo largo de toda mi carrera y eso también me enorgullece; me siento obligada a devolver a la sociedad lo que aprendo, por eso dedico mucho tiempo a hacer divulgación y diseñar museos donde la información esté más al alcance de los niños”, dice.

Pero para adultos también hay, ya que el año pasado, Ariana junto a la Doctora Teresa Dozo y dos investigadores extranjeros, editaron un libro sobre el estado actual del conocimiento de la paleoneurología como disciplina. Recopilar toda esa información, trabajando con tantos especialistas del mundo llevó varios años, pero el resultado fue un libro con gran aceptación por parte de la comunidad científica internacional.

Esa y otras investigaciones colocan a la paleontología Argentina a la vanguardia en Latinoamérica, tanto por su continuidad a lo largo del tiempo como por la cantidad de especialistas y grupos estudiados. Cada nuevo estudio realizado desde Argentina suma importante información al gran rompecabezas que se está armando con los pocos datos que se poseen. Los dinosaurios argentinos son interesantes porque son diferentes y comprenderlos mejor ayuda a comprender más profundamente la historia de ellos a nivel mundial. En Argentina hay fósiles de los dinosaurios más antiguos, más pequeños y más grandes. El problema suele ser que no todos los esqueletos son recuperados con cabezas y los neurcrános son aún más difíciles de encontrar. “Todavía falta mucho por hacer”, resalta Ariana.

Si hay algo que sostendrá por siempre es que nadie puede conocerse del todo si no entiende de dónde viene, porque conocer el pasado de la Tierra permite entender qué procesos geológicos ocurrieron para que el mundo sea como es hoy, qué otros están ocurriendo actualmente y cuáles podrían ser las consecuencias, por ejemplo, del cambio climático: “La raza humana como especie lleva tan poquito de ese tiempo geológico en este planeta, que la historia podría enseñarnos a ser más humildes sobre nuestro lugar en la Tierra y cómo cuidarla. Somos una especie curiosa y sensible; la parte sensible se alimenta del arte y la parte curiosa nos lleva a mirar hacia las estrellas, hacia el fondo del mar y... ¿por qué no? Hacia atrás en el tiempo”, cierra.