Mientras realizaba una obra en Haedo, una cuadrilla de AySA encontró unos troncos de eucalipto enterrados que están mencionados en las viejas páginas de un libro casi desconocido. La secuencia parece el relato de una Inteligencia Artificial programada para recrear una trama al mejor estilo El Código Da Vinci en el oeste del conurbano bonaerense, pero es real: las piezas reconstruyen la posible historia de la laguna Benguria, ubicada en el cruce entre Juan B. Justo y Llavallol, a tres cuadras de la estación de trenes de la ciudad.
Tras retirar los adoquines característicos de la zona ferroviaria de Haedo, la pala de la excavadora se topó con unos cilindros oscuros, de material blando y macizo, que sorprendieron a los trabajadores. Recién al retirarlos entendieron que se trataba de troncos, posiblemente de eucalipto, muy oscurecidos, como si hubiesen sido objeto de algún tratamiento impermeabilizante, “tal vez algún aceite, alquitrán o similar”, barruntó Agustín Algaze, director del Instituto y Archivo Histórico Municipal de Morón (IAHMM).
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El hallazgo habría quedado sin explicación si no fuera por las páginas que Omar Silva le dedica a la supuesta laguna Benguria en su Haedo 1886-1986: Album de las nostalgias, un libro en el que documenta la historia, las costumbres y los procesos de urbanización que atravesó la localidad bonaerense, del que el Instituto tiene una fotocopia.
En el archivo, el autor reseña de forma breve la existencia de una laguna enclavada en lo que hoy es la intersección entre las calles Juan B. Justo y Congreso. Según su reconstrucción, se trataba de un espejo de agua ubicado muy cerca de la antigua quinta Zorraquín, con una isla en su centro que funcionaba como criadero de patos.
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Un tal Agustín Raux, agrega Silva, ofrecía paseos en bote para los vecinos de la zona. La reseña está acompañada por varios afiches que registran un aviso de loteo de la quinta para octubre del año 1929, a cargo de la firma Panelo & CIA, proceso que posiblemente habría signado la desaparición de la laguna.
“Silva propone que, «posteriormente», la laguna se rellenó con troncos de eucaliptos y se loteó junto con la quinta Zorraquín”, señaló el coordinador del IAHMM, aunque advierte que a falta de estudios que corroboren la función de los troncos, todavía hay que ser cautelosos antes de confirmar la hipótesis.
Después de que la cuadrilla de AySA las apilase en las veredas del barrio, las piezas de madera fueron trasladadas a la Unidad de Gestión Comunitaria (UGC) II de Morón, a la espera de profesionales que puedan aportar algún dato que dé precisión acerca del momento en que fueron enterradas y sobre el material que las recubre.
Hace alrededor de siete años, el IAHMM había difundido en redes sociales una publicación con la información recopilada por Silva y una foto en la que se retrata a dos mujeres y a un grupo de niños en lo que parece ser un caudal de agua. Los comentarios de los vecinos se hilvanaron como retazos para componer el collage de una historia difusa: un usuario recordó que de niño le dijeron que en esa zona se “había ahogado un hombre” y que quienes vivían en esas manzanas padecían persistentes inundaciones porque el “agua no tenía a donde correr”; otro señaló que en el Templo Parroquial de la Sagrada Familia de Haedo hay una pintura de una laguna y una vecina agregó que por la década del cincuenta esas manzanas eran todavía un descampado.
La aparición de los troncos viene a darle cuerpo y musculatura a esta mitología popular y a ratificar el relato de Silva, quien probablemente, según Algaze, recogió los datos que circulaban por tradición oral entre los vecinos de Morón. El libro, de 1987, detalla que el nombre de la laguna se debe a un cuñado de Susana Lynch, descendiente de la familia Pereyra —antiguos dueños de la quinta— quien después se casó con Eduardo Zorraquín y vivió con él muchos años en el lugar.
“Nosotros, a partir de esto, tenemos pendiente profundizar la investigación porque acá no tenemos más material sobre el tema. Probablemente tengamos que ir a algún otro archivo, tal vez a La Plata, para ver si encontramos otra documentación y poder armar un artículo”, explicó Algaze.
La foto que en el archivo aparece vinculada a la Benguria, no deja de sembrar dudas tanto en los vecinos como en los investigadores del IAHMM: aparece catalogada con el nombre de la laguna, pero la vestimenta de los protagonistas corresponde más a la moda de los cuarenta o cincuenta, años en los que la laguna ya habría sido rellenada.
Por la disposición en la que se encontraron, estos troncos sugieren haber sido parte de una suerte de puente o pasarela para sortear algún brazo del cauce de agua. Según pudo averiguar Algaze, AySA continuará su trabajo sobre la calle Llavallol, “por lo que debajo del asfalto actual podrían aparecer más troncos, en este caso no ya de un simple puente, sino parte del relleno de la laguna”.
Para nivelar el terreno, se usó “el desmonte de árboles y malezas de las manzanas vecinas”, recupera una edición de la revista Dosmil20 publicada hace trece años. El número, encuadra a la laguna Benguria como una pieza más de un conjunto de ríos, arroyos y bañados que salpicaban los pajonales de una zona aún no intervenida por la urbanización. Junto al zanjón de la calle French, el arroyo “Catanga” de Villa Sarmiento y la laguna “Aguardiente” en el Palomar, la Benguria adornaba las planicies de un Morón rural, difícil de imaginar bajo las toneladas de cemento que lo han convertido en ciudad.
Además de los troncos, bajo otra capa de tierra, los trabajadores encontraron una decena de los viejos adoquines que cubrían las calles céntricas de la incipiente zona ferroviaria a principios del siglo pasado.
“El hallazgo es valioso porque confirma esta versión recogida por Silva. Hoy la superficie en la que se extendía la laguna está ocupada por viviendas. No sabemos la dimensión exacta que abarcaba porque más allá de la única imagen que tenemos, no han quedado otros registros fotográficos”, concluyó Algaze.