Tahiana nació en Corral de Bustos, Córdoba, y fue bautizada como varón pero, desde que tiene uso de razón, otro nombre y otra identidad que la impuesta al nacer le pisaban los talones: “Desde que nací me sentía rara, me sentía femenina, pero no es como ahora que tenés Internet, tenés información, tenés grupos; antes no era tan fácil considerarse una persona intersexual, como es mi caso, o una persona trans. Todavía estaba la ley esa que te metían presa o preso por vestir ropa del sexo opuesto. Así que siempre lo viví ocultando”, cuenta.
Se identifica con la palabra “tragalibros” porque siempre le gustó estudiar. Cursó en una escuela técnica de San José de la Esquina, provincia de Santa Fe, y terminó sus estudios, debiendo cuatro materias porque era su momento de ingresar al ejército, lo que recuerda con tristeza: “No me pude presentar a rendir porque me incorporaron en el servicio y de ahí me caí en una guerra. Imaginate esas edades: 17, 18, 19, 20 años… no terminaste de vivir la pubertad, en la cual estás estudiando, estás en una joda de diversión, te acostaste a dormir y al otro día estás en una guerra. Algo impensado”.
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Tahiana formaba parte de la Compañía de Ingenieros n°9, con asentamiento en la Guarnición Sarmiento de la provincia de Chubut, donde estaba también el Regimiento de Infantería 25: “Eran apenas 300 soldados y a unos 80 los tuvieron enlistados a partir del 15 de marzo, más o menos. Se comentaba que se iba a un entrenamiento, algunos pensaban que podía ser algo contra Chile, ya que no estaban muy bien las cuestiones contra Chile”, recuerda.
A pesar de que integraba el sector de comunicación, no recibió información certera de lo que se venía. De hecho, sus superiores parecían ningunear su labor: “Un oficial, a mí y a otro muchacho, otro camarada, me preguntó dónde estábamos, le dijimos: ‘En comunicaciones’. Me respondió: ‘Ustedes están al pedo, me hacen falta dos con equipos de radio, pónganse en la fila’”, destaca sobre el momento previo a subirse a un avión al destino que le cambiaría la vida para siempre.
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El 1 de abril de 1982 los llevaron a Comodoro Rivadavia y al día siguiente, bien temprano en la mañana, empezaron a salir los aviones con soldados de toda la Guarnición que no sabían hacía dónde se dirigían: “Nos enteramos que íbamos a Malvinas cuando ya estábamos por aterrizar, nos los dijeron por los parlantes, avisando además que podía haber posibles enfrentamientos bélicos. Una vez que aterrizamos, nos llevaron a la cabecera de la pista y lo primero que vimos ya nos impactó: pasaba un grupo de soldados llevando el cajón del capitán Giachino con una bandera encima, que era el que había muerto en el combate en la madrugada”, recuerda, aún en shock.
Ese mismo día se dividieron y el grupo en el que estaba Tahiana fue a Darwin (donde está el Cementerio en la actualidad). Les ordenaron que hicieran allanamientos, patrullajes y recorridas para encontrar armas y elementos de comunicación de los ingleses mientras se adaptaban a las islas. Estuvieron la mayor cantidad del tiempo (en total fueron 76 días) en Bahía Zorro o Bahía Fox. Sin embargo, “hasta el 15 de abril no se sabía nada de los ingleses”, subraya.
Tahiana explica que esa desinformación, ese lanzamiento sin previo aviso al centro de una guerra, se repitió constantemente a lo largo de esos dos meses y medio: “La orden nuestra era ir, tomar posición, recuperar Malvinas, estar unos 15 días y volvernos. No teníamos armamento pesado, la cantidad de municiones era escasa, la comida también”. Esa ínfima cantidad de recursos se vio aún más perjudicada cuando les avisaron que estaban en camino más soldados: “Tuvimos que racionar todo. Decí que cada tanto una vaca pisaba una mina y la faenabamos. Hasta el día de hoy pienso que sobrevivimos y aguantamos el frío, el hambre y tanto dolor por ser jóvenes o porque tuvimos un Dios aparte”.
A las vivencias bélicas, se le sumaba lo que ella sentía sin contarle a nadie: “Hacía todo lo que un soldado normal hacía pero me costaba el doble, soy más femenina que masculina y siempre tuve ese miedo de exteriorizar lo que me pasaba”, destaca. Además Tahiana era todavía lo que se llama “tagarna”, término que se les da a quienes no juraron la bandera, por lo tanto no pueden recibir el “título” de soldados. La jura se hace el 20 de junio pero ella y otros la tomaron en las islas el 26 de abril, terminando la misma con la frase “hasta perder la vida”.
A casi un mes de haber pisado Malvinas, empezó el bombardeo inglés: “El 1ero de mayo bien temprano pasaron las primeras veces bombardeándonos y así hasta el final del conflicto. Estabamos divididos en tres secciones y la nuestra fue una de las más castigadas. A veces el bombardeo duraba cinco horas seguidas, como 5000 kilos de bombas nos tiraron, era alevoso”, agrega con la piel de gallina marcada por esos días en que el hambre se mezclaba con el frío, la llovizna, la neblina y el poco sol que salía a las 10 de la mañana y se iba cerca de las 5 de la tarde.
Llegado el momento de volver a casa, el sabor era agridulce: “Se decidió el cese de fuego, porque no nos rendimos, yo no me rendí: me obligaron a entregar el arma. Después de estar 76 días, en donde pasás todas las necesidades que se te ocurran, que apenas te podés lavar las manos y la cara con agua de vertiente o tomar ese agua… hasta Robinson Crusoe estaba mejor que nosotros. Cuando nos toman prisioneros fue como una falsa alegría porque, por un lado, volvíamos a casa pero, por otro, tenía mucha tristeza de que después de estar flameando todo ese tiempo nuestra bandera nacional vuelva a estar la de los ingleses, nos echaban de nuestras propias tierras”, revive Tahiana.
Sin embargo, recuerda un momento feliz que no tardó en volverse doloroso: “Nuestra llegada al continente fue muy linda, muy cálido el recibimiento por parte de toda la gente, pero ¿eso cuánto duró? Una semana, 10 días… después eramos unos párias, la nada misma. Habíamos perdido la guerra. Entonces no estábamos bien vistos. Nos hicieron a un costado”.
Esa alegría “del pueblo” existió como consecuencia de lo que los medios de comunicación publicaban mientras tenía lugar la guerra: “Me entero de los medios después, a la vuelta, cuando veo recortes de diario o programas alusivos. Por ejemplo, una foto en un diario muy importante, con la fecha de mayo: ‘¡Estamos ganando!’. Nosotros caíamos como moscas y ellos decían eso. Después te das cuenta que en Malvinas había una guerra y acá otra”, explica, triste.
De vuelta en sus casas Tahiana y el resto de los sobrevivientes recibían algo que suelen mostrar ciertas producciones audiovisuales: “En las películas de carácter bélico, como Rambo o Comando, muestran dos medallitas colgadas del cuello de los soldados, por si caen en combate: una cadenita que queda en su cuerpo y la otra se la lleva el jefe. En el caso de Malvinas es uno de los motivos por el cual las tumbas dicen ‘soldados solo conocidos por Dios’, porque no teníamos las medallitas, nos las dieron cuando volvímos”, agrega.
En la vida posguerra el poder adquisitivo marcaba la cancha: “Al volver los ‘nenes bien’ tuvieron una buena vida, pudieron pagar un psicólogo, un médico para tratamiento, etcétera. Pero la gran mayoría no, de ‘pepe’ sabían escribir, entonces ¿qué contención podrían tener? El Estado nos tiró a la calle e hizo que el pueblo se olvidara de nosotros. Hablar de Malvinas era mala palabra porque nos asociaron a los genocidas de esa época, eramos ‘los loquitos de la Guerra’. Solo buscábamos una ayuda dignitaria, porque eso es lo que se tiene que hacer, no pasaba solamente por lo económico, sino también por lo médico”, dice.
Una década más tarde de su regreso, Tahiana se casó y tuvo dos hijos mellizos en su pueblo natal, pero luego se radicó en Chañar Ladeado, al sur de Santa Fe, donde vive en la actualidad. Mientras tanto, trabajaba para la autoridad de la provincia de Córdoba e iba seguido por cuestiones de contabilidad. Fue de esa forma que la transición empezó su camino definitivo: “Fui a un médico que me dijo que lo único que había era un espermograma. Ese estudio dio que era estéril y que la solución era un tratamiento con testosterona. El médico, al igual que yo, mucho no sabía, pero empecé el tratamiento, lo que conllevó que me masculinice bastante, pero todo lo femenino que sentía seguía sintiéndolo. ‘¿Qué clase de bicho soy?’, me preguntaba”, comenta.
Cuando el destino decidió dónde iba a nacer Tahiana y cómo iba a ser su vida antes y después de Malvinas también implantó su nombre en su mente: “Por mi trabajo en sistemas necesitaba hacer cuentas de correo extra para descargar cosas e hice un mail que se llamaba ‘tahiana2006@hotmail’. Fijate que ya en el 2006 tenía el nombre en mi cabeza, pero andá a saber cuánto tiempo andaba dando vueltas. Busqué todo lo que representa ‘Tahiana’ y no sé si creer o no creer, pero coincide con todo lo que soy”, dice mientras una pequeña sonrisa ilumina su cara.
Tuvieron que pasar 6 años para que, con la llegada de la Ley de Identidad de Género en el 2012, se le abrieran otras puertas: “En 2015 di con una endrocrinóloga genetista que me dijo que me haga un estudio de cariotipo, que arrojó que soy ‘47XXY’, soy intersexual, es decir que tengo el síndrome de Klinefelter, así que dije ‘ay, me saqué una mochila de encima’”, rememora.
Hoy su compromiso con la “Malvinización” es consecuencia de su lucha por preservar la memoria: “Para estas elecciones me volvieron a proponer ser candidata (N de R: en 2021 encabezó la lista de ‘Proyecto Joven’ como senadora por la Provincia de Santa Fe) y dije que no porque arranqué mi campaña ‘Malvinas y diversidad’ y salí a recorrer distintos lugares del país, manteniendo la causa Malvinas viva. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? El año pasado planeaba salir por 20 días y luego lo estiré a 40; estuve en 9 provincias. Me llevo una gran sorpresa porque la juventud se pone como si fuésemos un crack, como si fuésemos Messi, re contentos, re orgullosos de encontrarse, de charlar y sacarse fotos con un veterano, en el caso mío, con una veterana.”
Los caminos por los que va construyendo esta vida plagada de memoria por los caídos son similares a los que continúan caminando los sobrevivientes de la guerra: “Todo lo que hoy los veteranos gozamos, que nos lo tendría que haber dado el Estado porque nos correspondía así de una, lo tuvimos que luchar, lo tuvimos que pelear. Nos costó sangre, sudor y lágrimas y muchos caídos de guerra. Mi meta es seguir Malvinizando y que la gente se acuerde de los veteranos todos los días del año. Creo que menos que eso no se merecen”, cierra Tahiana.