En Riobamba al 100, a una cuadra del Congreso de la Nación, está la "casa de la palmera". En apariencia, una casa común y corriente. La verdad es que tras la fachada, la casa esconde una macabra historia de muertes y tragedia familiar. Con una vistosa palmera que cubre el frente en su totalidad, el establecimiento maldito acosó a la familia Galcerán, que vivió varios años allí.
A fines del siglo pasado, Catalina Espinosa de Galcerán compró dicha casa por su estructura lujosa y grande, pues necesitaba un espacio para vivir con sus seis hijos y su marido, el doctor Galcerán. Cuenta la leyenda que, si bien todos los hijos varones eran profesionales (un médico, un escribano, un arquitecto, un abogado y un ingeniero), ninguno trabajaba y todos eran mujeriegos. Elisa, la única mujer, se sentía trastornada por esto. Creyente (al punto de ir todos los días a misa) y muy aplicada, Elisa consiguió un trabajo en el Congreso Nacional, afín de destacarse y obtener todos los elogios de su madre, Catalina.
Tras la muerte de la madre, los hijos varones decidieron clausurar el cuarto y dejarlo intacto en su homenaje, creando una especie de museo. Los hechos extraños empezaron a ocurrir poco después. Un día, uno de sus hermanos falleció repentinamente mientras jugaba un partido de tenis con sus amigos. La causa: un infarto. El día del entierro, Elisa reunió a su sangre y les pidió que tal como hicieron con el cuarto de su madre, hicieran lo mismo con el dormitorio de su hermano. Lo que llamó la atención a los hombres fue la aparente falta de dolor por parte de Elisa
Marcados por la tragedia, las muertes de otros 3 hermanos varones fueron sucediéndose de forma repentina y paulatina: muerte por ahogo, un accidente automovilístico fatal, y un cuchillazo en medio de una pelea, acabaron con sus vidas. El nexo que unía las muertes con Elisa fue el mismo rito que veces anteriores: cada cuarto fue cerrado por sus manos. El único hombre que quedaba vivo era el médico, quien por las noches solía tener aventura con una de las mucamas de la casa. Se cuenta que Elisa sabía este detalle y le provocaba mucha ira interna.
Con la muerte pisándole los talones, el hermano restante de Elisa decidió confrontarla, cuestionando su frialdad y sospechando que ella tenía algo que ver con los decesos de su familia. Elisa, impiadosa, le recriminó su lejanía de Dios, argumento que utilizó para justificar las muertes. A la mañana siguiente, Elisa encontró a su hermano y a la mucama juntos, desnudos y muertos en la cama de la empleada. Tras hacer la denuncia, la policía no encontró pruebas que la incriminasen de forma directa.
Ya sola y sin una familia que la acompañase, ocupó la "casa de la palmera" durante cuarenta años, hasta el día de su muerte. Casualmente, ese día había faltado a misa. Sorprendido, el párroco fue hasta su casa y se encontró con una pintura triste y decadente: una casa oscura y destrozada. Elisa yacía en su habitación, sin pulso. Por muchos años, la casa maldita estuvo clausurada, luego funcionó una escuela y en la actualidad funciona allí el Instituto del Pensamiento Socialista. Aquellos que creen en la leyenda, sostienen que el fantasma de Elisa Galcerán vaga por las habitaciones.