Hace 30 años, el 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda, un conocido odontólogo de la ciudad de La Plata, asesinó con una escopeta a todas las mujeres de su familia: su esposa Gladys McDonald, su suegra Elena Arreche, y sus dos hijas Cecilia y Adriana. Ante la justicia y los medios declaró que lo hizo porque en la casa le decían “Conchita” y lo maltrataban, pero finalmente fue declarado culpable de homicidio calificado por el vínculo y fue condenado a prisión perpetua. El cuádruple crimen de Barreda fue un hecho bisagra que se inscribió en el imaginario social de todxs lxs argentinxs e impactó fuertemente en la agenda pública y política nacional.
Dora Barrancos, investigadora, socióloga, historiadora y referente internacional en cuestiones de género, analiza que el crimen de Barreda conjugó dos procesos sociales paralelos, pero con un claro hilo conductor que los une: en principio significó “un acontecimiento muy siniestro, una verdadera masacre de mujeres” que constituyó una circunstancia casi paradigmática para los argentinos porque desde ese momento “hubo una mayor resonancia acerca del significado de matar mujeres”; y al mismo tiempo permitió hacer visible y desnaturalizar la matriz social, cultural e institucional patriarcal que sostiene la reproducción de la violencia y la desigualdad de género.
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En los 90s el movimiento feminista no tenía todavía el volumen que ha tomado en las últimas décadas. En ese marco, como identifica Barrancos, el caso Barreda significó un llamado de atención y una demanda aglutinadora de una agenda sectorizada. “Luego del caso Barreda hubo un estremecimiento muy especial entre las organizaciones feministas. Hasta ese momento la dimensión de la violencia contra las mujeres, voy a recordar, ya era un estatuto central en el orden de las demandas al Estado y a la sociedad, pero no se habían constituido todavía lo que podrían ser dispositivos políticos de lucha", analiza la socióloga e investigadora del CONICET. Y agrega: "Solicitábamos políticas de una manera bastante vaga creo, pero todavía no estábamos en la certeza y sobre todo en la en la composición, en la configuración, de cuáles irán los dispositivos que teníamos que hacer”.
Además del “exterminio de todas las mujeres de la familia por parte de este individuo”, Barrancos señala otro hecho brutal y siniestro que también se instaló en los medios y pasó a formar parte del imaginario colectivo solo unos años después: el caso del “Loco de la ruta”, un hombre que llegó a asesinar, descuartizar y desaparecer a más de una decena de mujeres, sobre todo trabajadoras sexuales, entre 1996 a 1999 en Mar del Plata. El asesino serial nunca dejaba rastros ni fue detenido, lo que le aportaba aún más crueldad y misterio al asunto. “Este acontecimiento también socavó muchísimo, estremeció muchísimo, y junto con el caso Barreda, ambos se constituyeron paradigmáticamente como dos acontecimientos angulares”.
En general si analizamos la retórica y las redes semánticas que hacen referencia a estos dos acontecimientos encontramos estrategias similares: la marginación del femicida y la revictimización de las mujeres asesinadas. Con respecto a la primera técnica, vemos que tanto el odontólogo platense, que fue tratado en la justicia y en los medios como inimputable o psiquiátrico, antes de la sentencia, como el asesino de Mar el Plata se reproduce la figura del “loco suelto”. De esta manera las agresiones contra las mujeres parecieran ser un problema exclusivo de "los marginados", "los extraños", “los dementes”, “los anormales”, y no un producto de los valores mismos que sostiene una sociedad patriarcal y violenta contra las mujer y minorías. Para ello además en los titulares se acrecienta la espectacularización del hecho a través de puestas en escena cinematográficas y expresiones como “macabro”, "psicópata", “"escalofriante" . Lo que produce es un distanciamiento entre cualquier varón “normal” y la imagen de un posible femicida.
Sobre el proceso de revictimización observamos que se pone el foco en la responsabilidad o el rol de la mujer al momento del asesinato. Así como Barreda justificó el crimen explicando que le decían “conchita”, como si eso fuera un insulto contra su masculinidad, en el caso del “Loco de la ruta” se hablaba de consecuencias de una injuria o agresión, la "idea de venganza" o incluso un "ajuste de cuentas". Como explica Dora Barrancos “detrás de la aprobación del femicidio hay patriarcado, hay la idea de que ella se lo buscó, de que él podía ser un tipo más o menos, pero ella era muchísimo peor ya que seguramente lo traicionaba. Lo que hay detrás de un femicidio es la justificación patriarcal de que la víctima es víctima propiciatoria”.
En ese marco la historiadora y socióloga plantea que Barreda dividió a la comunidad machista ya que “efectivamente hubo un grupo bastante crecido de varones, eficazmente patriarcales, que sostuvieron algo así como una línea de justificaciones para que este individuo hubiera hecho la masacre de toda su familia femenina. Y consiguió también la anuencia de algunas mujeres embestidas patriarcalmente. Yo recuerdo comentarios de alguna agente femenina, que actuaba en televisión, tratando de disminuir, de socavar la brutal circunstancia de esta masacre, aludiendo a las situaciones de desprecio y humillación que sufría Barreda”. Estas posturas en el fondo tienden a justificar los crímenes partiendo de la imagen de una respuesta a una mala acción de la víctima.
Pero, según Dora Barrancos, sobre Barreda recayó un fenómeno particular que aloja en su seno una contradicción: “Si por un lado era celebrado por un sector social y era casi felicitado por haber exterminado a quienes lo humillaban y lo ponían en un lugar de no-varón; por el otro era una especie de caricatura, una especie medio saturada entre Frankenstein y una figurín payasesco. Había una contradicción entre esos modos imaginarios acerca de Barreda”.
Las políticas proactivas de lucha con la violencia de género devinieron programáticas a partir de 1994, luego de la convención de Bélem do Pará, de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, que establece por primera vez el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia. En 1996 se aprobó la Ley 24.632 que incorpora la Convención a la legislación nacional. En marzo de 2009 se sanciona la Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, y un 15 de noviembre pero de 2012, en un gesto político casi poético, se aprueba la ley 26.791, modificatoria del Código Penal Argentino, que incorpora la figura de femicidio, como agravante del delito de homicidio.
Durante las últimas décadas, producto de la militancia ininterrumpida de los movimientos feministas, y también de la incorporación del tema a la agenda política a partir del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, ha cambiado radicalmente la mirada social y judicial sobre la violencia de género. “Hoy en día tenemos una gran parte de la sociedad que acompaña el repudio que supone la muerte en una mujer porque es mujer. Hay un repudio muchísimo más generalizado que en ese momento”, subraya la cientista social. Si bien reconoce que todavía circulan alguna representaciones justificadoras de Barreda, no cree que se trate de una idolatría sino de un gesto de “desafío, de provocación a las feministas, con estas actitudes de ascenso moral de Barreda”.