Cada temporada de verano, miles de personas eligen el mar y las playas de la provincia de Buenos Aires para vacacionar. Además de las sombrillas, reposeras, vendedores y deportistas amateurs, los turistas comparten la arena con esos huevos que parecieran ser de plástico y en su mayoría están rotos. A veces en pequeñas cantidades y otras de forma masiva, invaden el paisaje y se mezclan entre la gente. Para conocer a estos habitantes de la costa, la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ dialogó con Laura Schejter, científica del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) y el Conicet.
Entre el tamaño de pelotas de ping pong y tenis, estos objetos transparentes aparecen en la orilla del mar o un poco más adentro de las playas, dependiendo de la subida y bajada de la marea. Así como en los huevos de la gallina hay futuros pollitos, en estos se encuentran embriones de caracol en desarrollo.
“Esta especie de caracol se llama Pachycymbiola brasiliana y habita en la zona submareal, de cinco a cuarenta metros de profundidad en la costa bonaerense”, cuenta Schejter. A diferencia de otras especies que producen cápsulas similares, estas tienen una característica particular: los huevos no se adhieren a ningún lado, sino que quedan libres en el fondo del mar.
Único en su especie
Dichos huevos, que se reproducen desde septiembre hasta abril, aparecen en la costa debido a determinados fenómenos oceanográficos o meteorológicos que hacen que haya cambios en las mareas y las corrientes costeras, vientos fuertes, temporales y mareas extraordinarias. “La marea nos trae todo esto que tendría que estar más adentro y lo deja depositado en esa línea sobre la costa”, destaca la investigadora.
“Durante un periodo aproximado de dos meses (que varía según la temperatura del agua y otros factores), se desarrollan los caracoles que ya emergen rompiendo esa cápsula como pequeños juveniles”, resalta Schejter, doctora en Biología.
Esta particularidad lo distingue del resto porque muchas otras especies tienen larvas libres que forman parte del plancton –conjunto de organismos en su mayoría microscópicos que flotan en el agua– y se desarrollan sin una estructura de protección como en este caso.
Del tamaño de un puño cerrado en su etapa adulta, estos ejemplares de caracol pueden verse desde Río de Janeiro, pasando por Uruguay, hasta llegar al norte de los golfos patagónicos.
Huevos rotos
La pregunta del millón es qué pasa con esos huevos una vez que llegan a la arena al ser arrastrados por la marea. “Lamentablemente, la mayoría de las cosas que no vuelven rápidamente al mar se mueren por el pisoteo, la desecación y las aves playeras que picotean un alimento fácil”, sentencia Schejter. Aunque lo ideal sería que todo lo que llega a la costa regrese al mar, el porcentaje que puede volver al agua es muy pequeño.
Muchas veces, estos huevos vienen acompañados de algas y una especie de pasto amarillo (hidrozoos) mezclado con mejillones pegados. Son los mismos temporales los que traen a la costa estos organismos que cumplen un rol muy importante en el fondo marino porque son los lugares que dan refugio a ciento de especies diminutas que habitan el mar.
“Si se mira con detenimiento y lupa, se observan una gran cantidad de algas de variadas formas, texturas y colores”, afirma Schejter. “Además, se pueden ver un montón de cangrejos, caracoles, briozoos, pulgas de agua y una gran variedad de bichitos que, si no vuelven al mar, se mueren por la desecación, la predación y el pisoteo”, cierra la bióloga.
Con información de la Agencia de Noticias Científicas