Uno de los grandes temas que puso en clara evidencia esta pandemia es la necesidad de debatir e implementar temáticas de salud pública que van más allá de hospitales y consultorios médicos. Por su rápida expansión, el Covid-19 demostró en tiempo récord algo que se denuncia desde hace mucho y se le prestan oídos sordos: cuanto más populoso y construido es un hábitat, mayor es el número de problemas de salud. Por el contrario, cuanto más verde y más distancia, más posibilidades hay de mantenerse sanos y sanas. Y en este combo los árboles juegan un papel fundamental.
Beneficios de los árboles
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Una documentación técnica, elaborada por The Nature Conservancy con aportes de The Trust for Public Land y Analysis Group, por nombrar uno de los tantísimos estudios que se hicieron al respecto, identifica a los árboles de las veredas como una de las estrategias más ignoradas para la mejora de la salud pública en nuestras ciudades. Entre sus beneficios enumera:
- Refrescan las ciudades entre 2 a 10 grados reduciendo el efecto isla de calor.
- Producen oxígeno, filtran la polución y absorben los contaminantes.
- Protegen la biodiversidad. Son hogar de aves y atraen insectos polinizadores.
- Reducen el estrés al ayudar a interrumpir patrones mentales que conducen a la ansiedad y la depresión.
- Ralentiza el agua de lluvia funcionando como espacio absorbente para disminuir los riesgos de inundaciones.
- Almacenan carbono para contrarrestar las consecuencias del cambio climático.
- Contribuyen a disminuir la contaminación visual y auditiva.
“La OMS ha estimado que la contaminación del aire causa una de cada tres defunciones por accidente cerebrovascular, enfermedades respiratorias crónicas y los distintos tipos de cáncer de pulmón, así como una de cada cuatro defunciones por infarto de miocardio. La concentración de ozono a nivel del suelo, que es producto de la interacción de muchos contaminantes distintos con la luz solar, causa también enfermedades respiratorias crónicas y asma”, expresa la Dra. María Neira, Directora del Departamento de Salud Pública, Medio Ambiente y Determinantes Sociales de la Salud de la OMS. Para contrarrestar esa contaminación, dicho organismo recomienda que haya como mínimo un árbol cada tres personas en los centros urbanos.
Preservar y aumentar el patrimonio arbóreo
Según el último censo de arbolado (2017/2018) en CABA hay un árbol cada 6,7 personas (431.326 en total). El gran tema es cómo están distribuidos, sus tamaños, edades y el cuidado que se les brinda. Por caso, “la comuna 8 cuenta con ocho árboles por habitante, pero el relevamiento que hicimos en la villa 20 dio como resultado que allí había un árbol cada 80 personas”, cuenta la legisladora de Somos del Frente de Todos Laura Velasco, quien presentó un proyecto de modificación a la ley de arbolado existente. “El proyecto plantea, entre otras cosas, que les trabajadores y/o empresas a cargo de la poda tienen que trabajar con un manual de procedimiento y capacitación específica, en función de avanzar en la preservación y cuidado de árboles, que esté contemplado el valor del arbolado público como patrimonio ambiental y cultural y prosperar en educación ambiental. Es un problema que atraviesa al conjunto de la ciudad en cuanto al buen vivir y el bien común. Es necesario avanzar en enverdecer la ciudad y valorar los espacios verdes. La pandemia ha puesto en evidencia que necesitamos plazas, balcones, otra calidad de vida”, dice Velasco.
La modificación a la ley de arbolado público existente propone tener una medición sobre la cantidad y la calidad de follaje, dimensión y volumen. “En cuanto a beneficios ambientales, es muy distinto un árbol añoso que un árbol recién plantado. Muchas veces se tira abajo o se mutila un ejemplar de una manera muy destructiva en torno al propio ejemplar y a su valor ecosistémico porque tapa luminarias, por ejemplo”, cuenta la legisladora.
Por su parte, María Angélica Di Giácomo, fundadora del grupo “Basta de mutilar nuestros árboles” que formó parte del equipo de elaboración del proyecto de ley de Velasco, denuncia que “las empresas que hacen en Buenos Aires lo que ellos llaman mantenimiento de arbolado es destrucción: la poda de los últimos años fue tan terrible y sistemática que los árboles no llegan a producir suficiente follaje como para hacer la fotosíntesis que necesitan para construir su propia estructura y se empiezan a enfermar porque les entran gérmenes, agua y hongos. Además, la poda cambia mucho la arquitectura natural de un árbol. Un árbol de 40 años creció adaptado a las circunstancias del lugar, a la cantidad de sol que recibe por día, al viento y adaptado a sus congéneres porque los árboles se protegen unos a otros. Al podarlo se lo hace más vulnerable al viento porque no tiene hojas o ramitas pequeñas donde la energía del viento se pueda disipar y le disminuís la esperanza de vida. Todo indica que como negocio es bien redondo: cobran $38000 por sacar el árbol que está enfermo por peligro de caída y plantan otro, pero como no lo cuidan, al año está seco y hay que volver a plantar uno nuevo”.
Un estudio científico reciente de la Universidad de Harvard concluye que las personas expuestas por largo tiempo a las partículas pm 2,5 tienen mayor riesgo respiratorio y cardiovascular, presentan síntomas más severos cuando adquieren el Covid-19 y una mayor tasa de mortalidad. Somos parte de un ecosistema, es preciso plantar más árboles y agregar espacios verdes con terreno absorbente en la ciudad para cuidar la flora y la fauna existente y así preservar la salud de todos y todas. Para Di Giácomo no hay que esperar más: “El tema es ahora, tenemos que preservar y cuidar los árboles que tenemos y seguir plantando porque necesitamos el doble. La crisis climática es ahora, tenemos que respirar y vivir ahora”.