El 8 de junio de 1987 se sancionó en Argentina la ley 23.515, de matrimonio civil, que habilitó la disolución de la unión conyugal y la posibilidad de oficiarse un nuevo matrimonio. Es una de las conquistas más importantes de los movimientos feministas de nuestro país, que a fines de siglo XX no tenían espacio ni voz legítima en la agenda pública como sí sucede en la actualidad. Del otro lado, la Iglesia Católica y los sectores más conservadores lo vivieron como una avanzada contra la institución y los valores de la familia. En un comunicado el Episcopado pidió que "el mal que no se ha podido evitar se difunda lo menos posible", y encabezó una marcha a Plaza de Mayo con la imagen de la Virgen de Luján.
A más de 30 años de ese quiebre paradigmático y en medio de la pandemia del coronavirus, que impactó directamente en los vínculos humanos, los comportamientos y las vivencias de toda la humanidad, en varios lugares del mundo estallaron las crisis maritales y los divorcios. En la Provincia de Buenos Aires esta semana se dieron a conocer cifras contundentes del Registro Provincial de las Personas: en 2021 luego de los meses de cuarentena y las medidas de aislamiento para evitar los contagios, se produjeron más de 24 mil divorcios, y en lo que va de 2022 los números ascienden a 9.486. La tasa es la más alta en los últimos 15 años y muestra que los divorcios se duplicaron en tan solo un año, ya que pasaron de 12.382 en 2021 a 24.551 en 2021.
En la Ciudad de Buenos Aires, en el mismo período, se produjo un hecho histórico a causa de los efectos de la pandemia y las dificultades de movilidad: por primera vez se registraron más divorcios que casamientos. Según datos del Registro Civil y Capacidad de las Personas porteño, mientras 4.480 parejas disolvieron su vínculo, se casaron solamente 3.861. Aquí además entra en juego un elemento concreto que tiene que ver con lo meramente burocrático, y es que en pandemia el Poder Judicial se tuvo que digitalizar por completo y eso permitió agilizar la inscripción registral y algunos trámites en los juzgados de familia, como el divorcio.
La pandemia como catalizadora de procesos sociales de quiebre
El fenómeno del aumento de divorcios no es nuevo ni solo de Argentina ya que es muy similar en todo el mundo. De hecho en las redes sociales de Asia se creó un nuevo término, el Coronadivorcio, para nominar al fenómeno que se observó sobre todo luego del confinamiento. Es que si hubo un área mayormente afectada fue la dimensión social y la de las relaciones sociales que originó nuevas sensaciones, pensamientos y percepciones. Como señala el sociólogo Sacha Pujó en su libro “Subjetividad Confinada”: “La irrupción de una catástrofe de este estilo, que perturbó la totalidad de las relaciones sociales, puso a prueba el conjunto de concepciones y prácticas naturalizadas de la vida cotidiana”.
Sin embargo no podemos culpar exclusivamente al coronavirus del aumento de los divorcios. Lo que vive la humanidad podría analizarse como la profundización de ciertos procesos sociales previos en medio de una cultura y un sistema movilizado por la incertidumbre, las imágenes distópicas, la violencia creciente, la certeza del cambio climático y la imagen perturbadora de un mundo donde las crisis pasaron de ser una excepción a un estado permanente. “La pandemia vino a actuar como catalizador de múltiples crisis en el orden neoliberal, de manera que allí se encuentra la posibilidad de disputar significaciones compartidas que confluyen en formas cooperativas de acción social”, explica Pujó y destaca en ese sentido una expresión de Daniel Feierstein : “una catástrofe nos pone frente a frente con la posibilidad de imaginar que la vida social podría ser distinta de lo que es”.
Hasta que el aislamiento social los separe
El amor, las relaciones sexoafectivas, la sexualidad, las crisis de pareja y la cuestión vincular es un tema profundamente humano y complejo, y por tanto depende de múltiples factores particulares y colectivos. A esto se suma el contexto de pandemia, del que somos tanto observadores como protagonistas, que además ha afectado en las diferentes latitudes del mundo de forma desigual, por lo que es casi imposible identificar taxativamente cuáles son las causas del fenómeno de los divorcios. ¿Es posible en este marco identificar a nivel general algunos factores comunes? ¿Se puede acaso establecer una línea de continuidad entre la crisis del covid y algo tan íntimo y personal como un matrimonio?
Luciana Baudry es Licenciada en Psicología y Psicoanalista, y señala que la pandemia abrió mucho campo a problematizarlo todo, ya que lo que se daba por sentado se puso en juego. “La realidad del ‘coronavirus’ nos puso en contacto con lo que se pensaba románticamente inconmovible de la vida contemporánea. Y existieron afectaciones, tantas como familias, parejas y realidades atravesadas por las diferentes condiciones de existencia. Con el aislamiento quedaron expuesta en carne viva aquellas condiciones de existencia naturalizadas, lo que había dejado de registrarse, que no requería casi interrogación”.
Un punto ineludible tiene que ser la convivencia forzada las 24 horas del día y la falta de vida social, producto de las medidas de aislamiento, que ha tenido un impacto directo en la vida de las personas, sus actividades diarias, y el uso del tiempo y los espacios. Una analogía interesante que puede servir para comprender más el proceso es lo que se conoce como efecto vacaciones: generalmente lxs abogadxs señalan que marzo es temporada alta de divorcios dado que las relaciones suelen deteriorarse y desgastarse durante las vacaciones, momento en que las parejas y lxs hijxs permanecen más tiempo en los hogares.
“Las convivencias, no siempre son armónicas o ‘sin conflictos’. Se mueven entre acuerdos, choques, rabias, alegrías, tristezas y sensibilidades. Pasarán cosas que esperamos, otras que nos sorprenderán para bien y otras que nos enojarán. Si la permanencia “en las casas” fue una garantía de trabajo vincular o de romperlo todo, no aplica a todos por igual. Lo que es evidente, es que salirse del libreto del que se venía implicó tener que maniobrar”, explica la psicoanalista Baudry. Además subraya que viviendo en una misma casa existe cierta ilusión de que uno conoce al otrx solo por ser familiar o conviviente, pero analiza que “un hacer entre alteridades implica siempre un conflicto, que es inherente al hacer vincular: “Quizás el llamado ‘aislamiento’ dejó expuestos enclaustramientos que no tenían que ver solo con los espacios ‘ocupados’, sino con modos del venir haciendo, del estar, del relacionarse”.
Eso que llamamos amor es trabajo no pago y a veces violencia
En medio del “Quedate en casa” las tareas del hogar también resultaron un escenario conflictivo. Es que al interior de las organizaciones familiares hay una fuerte producción y reproducción de las desigualdades sociales, que estaban invisibilizadas y quedaron muy al descubierto. “Desde ya que no podemos pensar modos de producción subjetiva sin reconocer lo colectivo, no como el entorno, sino como condición de producción de la subjetividad, tanto como del hacer vincular. La pandemia dejó abierto lugar también a lo ya estallado de las prácticas de las instituciones. Familiares, escolares, todas. Los modos de cuidar, de morir, de sufrir. La ‘división’ de tareas y la visibilización también de los cuidados, algo de lo que diversos sectores del feminismo venían intentando señalar. Los modos de cuidar, cuidarse, padecer y morir no son todas iguales”, analiza Luciana Baudry.
Muchas parejas reconocen que durante la pandemia ha aumentado la conflictividad en el seno del hogar, y mientras los hombres suelen relacionarlo exclusivamente con la intensificación de la convivencia, las mujeres señalan el reparto desigual de las tareas en el hogar. Desnaturalizar lo obvio significó cuestionar esa desigual distribución de las áreas de cuidado que históricamente ha pesado sobre los hombros de las mujeres, y han condicionado y limitados su crecimiento en el mundo de lo público, su ámbitos profesionales y laborales. Según datos del INDEC sobre AMBA, durante la emergencia sanitaria las mujeres asumieron mayormente la atención de las personas (70%), de las labores domésticas (64%) y el apoyo escolar a las infancias (74%) en hogares con presencia de niñas, niños y adolescentes. El injusto modo de distribución de las tareas dificultó en muchos casos la autonomía de las mujeres, laboral, profesional y económica.
Si nos centramos específicamente en el mundo masculino, uno de los mayores retos que tuvieron que enfrentar es el de no disponer del espacio público como lugar de desarrollo y autonomía. Y hago hincapié en los varones dado en este sistema patriarcal el mundo exterior, el de lo público, ha sido socialmente establecido como el propio por antonomasia al mundo de lo doméstico. La desaparición de espacios privados y actividades fuera del hogar, la limitación externa de la independencia, el tener que hacerse cargo de tareas como el cuidado de niñxs y la disminución de interacciones con otras personas por fuera de la propia pareja, incrementaron la sensación de encierro y la exigencia hacia la pareja para satisfacer la afectividad propia.
En por esto que al interior del hogar otra observación urgente tiene que ver con el crecimiento de la violencia doméstica, la violencia de género y hacia los niños. Según información del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, en medio del aislamiento social los llamados a la línea 137 crecieron un 48% por casos de violencia; y la cantidad de niñxs registrados víctimas de violencia familiar y sexual aumentó un 54%. En el 81,1% los agresores son varones que forman parte del entorno familiar o cercano a la víctima. No casualmente durante la pandemia los femicidios fueron el único delito que no se redujo. En 2020 fueron asesinadas 300 mujeres, niñas y trans, una muerte cada 29 horas.
La crisis como oportunidad se repensar los vínculos
Zygmund Bauman, en su libro “Amor líquido”, dice que “el compromiso con otra persona u otras personas, particularmente un compromiso incondicional, y particularmente un compromiso del tipo ‘hasta que la muerte nos separe’, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, se parece cada vez más a una trampa que debe evitarse a cualquier precio”. Como consecuencia de un proceso sociocultural que ya lleva décadas, la típica imagen de matrimonio y familia que hemos visto hasta el cansancio en las películas románticas de Hollywood y en las casas de nuestros abuelxs, fue reemplazado por un modelo mucho más laxo y potencialmente revocable. Esto no garantiza el éxito de un vínculo, ni significa que sea mejor o peor. Se trata simplemente de una forma diferente de transitar el amor.
Al respecto la psicoanalista Luciana Baudry analiza que “el problema de pensar las nuevas maneras de amar, los cuerpos, la sexualidad, desde modos de pensar que correspondían a otras formas de vivir, produce una sobreinterpretación”, y en ese sentido le quita espacio a lo genuino. Roland Barthes decía justamente que lo contemporáneo es lo intempestivo. “El amor tiene un lugar fundamental en la existencia humana y va cambiando de formas de acuerdo a la épocas. La pandemia también abrió allí preguntas sobre el sentido y las prácticas del amor. No hay duda que algo cambió radicalmente. Es importante pensarlo así porque eso va a permitir inventar otros modos de vivir, de estar, de crear más en comunidad, de no adherirse rápidamente y compulsivamente a las propuestas predefinidas, sino pensarlas, elegirlas, decidirlas”, insiste.