La demanda de ayuda alimentaria bajo la pandemia se intensificó notablemente, hasta llegar a un tercio de la población, de la mano de la abrupta caída del poder adquisitivo de las familias y las dificultades para generar ingresos de las personas que viven de la economía informal, como changarines, vendedores ambulantes, cuidacoches, gente que pide limosna en la calle, y hasta empleados en negro, muchos de los cuales pasaron a depender exclusivamente de la IFE y las diferentes ayudas del Estado.
Por ello, el Estado debió intensificar la distribución de comida, en especial en los barrios populares. En ese sentido, la inversión pública en producción y distribución de alimentos sumó un nuevo canal al tradicional de la Municipalidad, a través de los comedores y Centros de Convivencia Barrial. Se trata de la campaña Contagiemos Solidaridad, que se realiza junto al Banco de Alimentos, el gobierno de la provincia, la Universidad Nacional de Rosario, la Bolsa de Comercio y el Concejo Municipal.
Se trata de un fondo común donde todas las partes ponen recursos, y lo recaudado va en forma de mercadería a 1666 comedores y merenderos de la ciudad. Si bien ninguno entrega viandas todos los días, y algunos solo lo hacen una vez por semana, mientras la mayoría lo hace dos, el impacto es inmenso: se calcula que de este modo llega comida a 367.000 personas, en una ciudad de 1 millón de habitantes. Los números provistos por la campaña dicen que en 100 días entregaron 2.400.000 kilos de alimentos.
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La inversión, realizada especialmente por la pandemia, es inédita, porque significa mensualmente una erogación de 30 millones de pesos entre todas las partes, públicos entre distintos niveles del Estado, y privados. "Notábamos que con el aislamiento iba a haber un aumento de la demanda por la cantidad de sectores que no iban a poder trabajar", explicó a El Destape Nicolás Gianelloni, secretario de Desarrollo Humano del municipio.
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Centralizar
El objetivo fue hacer un convenio para canalizar todas las donaciones y la solidaridad de Rosario que aproveche la logística del Banco de Alimentos, que ya la tenía desde antes, para sí poder llegar a todos lados de manera aceitada. Para ello se constituyó un padrón común de todas las organizaciones que hacen asistencia alimentaria en la ciudad, lo que permitió poner rápidamente el programa de emergencia alimentaria a disposición de las organizaciones y tomar esa demanda.
La idea, ahora, es que esa asistencia continúe en una segunda etapa que englobaría julio, agosto y septiembre. Las partes se encuentran trabajando para ver cómo continuar, teniendo en cuenta los cambios en la forma de la cuarentena. A cada organización se le entrega comida a granel, para que cocinen o entreguen la mercadería, y la gente va a buscar la comida a esos más de 1600 puntos.
El otro canal es el de los Centros de Convivencia Barrial (CCB) y los comedores que tienen convenio con el municipio bajo el programa habitual. Los CCB son 32 y ahí también se da asistencia alimentaria a partir de la entrega de cajas. Para lo que es primera infancia hay un bolsón especial, reforzado desde lo nutricional, y las otro son alimentos secos de la canasta básica.
Bajo la pandemia, se duplico la población que se incorporó. "Es población de barrios populares, principalmente familias con niños, jóvenes de los programas de nueva oportunidad, y adultos mayores. Se ampliaron los criterios y se reforzó la ayuda. En el último mes se entregaron cajas a 3.200 familias", explicó Gianelloni.
Desorganización
Sin embargo, desde los movimientos sociales no están del todo conformes con cómo se ha manejado el municipio. Dicen que hubo una reacción a la demanda inmediata de distintos sectores, pero El Estado no ha tenido ningún tipo de articulación con las organizaciones del territorio, para administrar y reconducir la ayuda allí donde más se la necesita.
“Se junta un grupo de vecinos y piden, y ellos les tiran la mercadería y se van. Entonces, en un solo barrio tenés 18 comedores y un vecino al lado del otro con una olla popular. Que no está mal de por sí, porque asegura que todo el mundo coma, pero un quilombo desde la organización y la administración”, aporta consultada por este portal Victoria Clerici, referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) en Rosario.
Para la militante, sin los que trabajan en el territorio, los movimientos, las escuelas, las iglesias, los voluntarios, las ONG, y los vecinos organizados, la situación social “ya hubiera estallado”. “Eso es lo que tiene que aprender el Estado para lo que se va a venir: todo bien con la pandemia y con la emergencia, pero ya hay que ponerse a pensar ya políticas públicas estructurales para el después que superen el hambre”. Entre esos puntos menciona el trabajo, la vivienda y la educación. “Que nos digan cuál es el plan. Porque los compañeros no pueden ser pensados como un kilo de arroz o un paquete de fideos”, dijo tajante.