Por primera vez en la historia la imagen caótica del apocalipsis se nos presenta como un peligro posible. A la evidencia ineludible del coronavirus, se suman los incendios forestales dantescos que se vienen repitiendo en todo el mundo y afectan particularmente la región Latinoamericana. Tal como lo ilustra el meme del perrito en medio de un incendio, mientras el fuego avanza no hay reacción alguna en la mayoría de la sociedad más que un “siga siga, que está todo bien”, lo cual ilustra muy bien el sentimiento de impotencia ante fenómenos caóticos e inabarcables. Tanto lo que sucedió en la Amazonia brasilera y boliviana en 2019, como lo que está ocurriendo en Córdoba y Santa Fe, es consecuencia del avance indiscriminado de la frontera agrícola y de modelos económicos que van arrasando el territorio para la producción de soja transgénica, ganadería, y negocios inmobiliarios. Situación que se agrava aún más por un período de sequía histórico que provoca que por ejemplo no existan los corta fuego naturales como los Humedales . Según explicó Enrique Viale, abogado ambientalista y uno de los referentes del “Green New Deal” o “Nuevo Pacto Verde” en Argentina, de las sierras de Córdoba sólo queda 3% de bosques nativos.
Crecer siendo testigo en primera persona de los desastres naturales y proyectar el futuro en el marco de una realidad social tan compleja ha producido el surgimiento de nuevas prácticas sociales y un modelo de consumo con mayor conciencia ambiental y social. Y justamente es allí donde reside el punto de quiebre de este momento histórico. Inti Bonomo, Licenciado en Ciencias Ambientales y director de la carrera de gestión ambiental en UADE, sostiene que “la coyuntura climática y política que vivimos, donde las profecías que parecían apocalípticas y delirantes las vemos cada vez más palpables, hace que empecemos a ver las primeras consecuencias concretas del cambio climático y la crisis ecológica y de biodiversidad, que tiene su correlato en la pandemia”. En los últimos años el tratamiento de la crisis climática pasó de ser un slogan publicitario o un tema abordado de facto en las convenciones de los partidos tradicionales y los organismos multilaterales, a un reclamo social y político que crece en protagonismo en las agendas oficiales en todo el mundo gracias a la militancia de las nuevas generaciones.
Bruno Rodríguez, referente de Jóvenes por el Clima en Argentina quien participó en la cumbre de la ONU junto la activista sueca Greta Thunberg, explica que en los últimos años se resignificó la militancia ambiental a través de la construcción de una conciencia colectiva y se incorporó a las agendas públicas como temática estrictamente vinculada con los derechos humanos, la justicia social y la soberanía popular de nuestros territorios. De esta manera “se desarticuló un legado cultural del neoliberalismo que colocaba a las acciones individuales y a la transformación de los hábitos de consumo como las únicas vías para luchar contra la crisis climática y ecológica. Cuando en realidad necesitamos que se implementen transformaciones sistémicas y cambios que vengan también desde las base sociales hacia las dirigencias políticas”.
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Desde hace unos años, pero sobre todo en el marco del aislamiento social, las redes sociales se llenaron de contenidos y propuestas de nuevos hábitos de consumo y ciudadanía más conscientes aplicados al ámbito de lo privado. Los restaurantes incorporaron opciones veganas y en base a plantas, las empresas comenzaron a abandonar progresivamente los materiales no reciclables en su packaging para optar por otros sostenibles e incluso reutilizables, las composteras domésticas lideraron los rankings de búsquedas en Mercado libre, y muchas marcas de cosmética, belleza e higiene lanzaron líneas de productos ecológicos y "Cruelty free". Estas tendencias y variaciones se suman a otras prácticas sociales como el reciclado, la separación en origen de los residuos o el "Slow fashion", que vienen escalando progresivamente, para dar forma a un clima cultural o clima de época. Estos procesos traman nuevas narrativas que se proyectan hacia el porvenir, aunque todavía de forma incierta. ¿Pero es posible que estas cuestiones se incorporen a la vida de los argentinos y modifiquen la cultura de consumo? ¿Es esto suficiente?
Según el joven ambientalista estas prácticas no son una tendencia efímera: “es justamente nuestra generación la que esta llevando adelante los reclamos. No solamente la juventud como sujeto político, sino también desde diferentes organizaciones y movimientos populares que anteriormente no estaban anclados en las luchas contra el extractivismo y la depredación ambiental, y ahora ven una necesidad de interseccionar nuestros lazos y de construir un ambientalismo que cierre con la gente adentro”. La mirada interseccional plantea que no alcanza con reducir las emisiones, cambiar el tipo de consumo, o frenar la deforestación si no se tienen en cuenta el género, la clase social, o el hábitat, y como esas características definen las oportunidades, la desigualdad social y la injusticia sistémica. La crisis de los ecosistemas siempre ha afectado a algunas personas más que a otras.
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Por su parte Bonomo explica que la división privado/público es en realidad una falsa dicotomía y que son cuestiones complementarias. “Separar la basura en tu casa no va a cambiar el mundo ni va a detener el cambio climático, pero sí le vas a dar una mano al cartonero o a la cartonera que pasa tiempo buscando los reciclables en los residuos que además nos están salvando, en la zona de AMBA, de que colapse el CEAMSE. Entonces hay ahí una cuestión de integridad moral, de tratar de tener coherencia en las prácticas. Eso sólo, sin políticas públicas, no nos va a llevar a ningún cambio de la magnitud que lo necesitamos, pero demandar políticas públicas y no hacer ningún cambio individual tampoco alcanza. La idea es que ambas cosas vayan de la mano y se retroalimenten”. La mayor responsabilidad la tienen los gobiernos: “esta muy bien que los cambios individuales se expresen en la cultura. Pero apelar a la separación de residuos como única política pública es insuficiente . Las responsabilidades son distintas en las diferentes esferas de poder”.
El “Nuevo Pacto Verde” se trata de una serie de acuerdos sociales que abordan la crisis ambiental desde una mirada política e interdisciplinaria. Esta noción entiende que la crisis se relaciona con todas las aristas de los problemas sociales contemporáneos ligados al modelo de acumulación de riquezas en pocas manos, el incremento de la brecha social, y la profundización de desigualdades sociales. En Argentina hay muchas herramientas educativas y culturales que incorporan esta mirada para crear mayor conciencia, pero en general dependen del esfuerzo militante de las organizaciones socio ambientales que trabajan en campañas de concientización. Para Bruno el mayor problema sigue siendo las políticas públicas: “en las esferas institucionales todavía hay un largo camino por recorrer para que nuestros servidores públicos y funcionarios tengan en cuenta que la perspectiva social debe ser ambiental”.
“Es una disputa vigente. Hoy hay una apertura que antes no había a la incorporación de temas ambientales, pero que estos diálogos que están ocurriendo tengan un correlato efectivo en la cultura va a depender de la audacia, tanto del receptor como del emisor del mensaje ambiental”, concluye Bonomo. El camino de transición que va del consumo convencional al ecológico, feminista y responsable está en marcha. En ese marco aparece como una opción conveniente para muchos consumidores y como oportunidad de negocio. Lo que cabe preguntarse entonces es si simplemente funciona como una serie de gestos performáticos que ponen en juego la voluntad individual frente a un panorama diversificado que invita a elegir el “propio recorrido” y volverse mejores consumidores, o si verdaderamente representa una alternativa posible a los modelos productivos, y una redefinición colectiva y política del vínculo entre cultura y naturaleza.