¿Romper la cuarentena es un privilegio de clase? Los jóvenes, los bares y las libertades

El incumplimiento de las medidas sanitarias pisa cada vez más fuerte entre los jóvenes. Sin importar partido o posición política, son ellos quienes hoy encarnan el mayor descreimiento y la falta de miedo.

12 de septiembre, 2020 | 10.48

Hace dos semanas, el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, habilitó a bares, restaurantes y cervecerías a abrir sus puertas y atender a sus clientes en la vereda. Para su apertura, se ordenó un protocolo que establecía distintas normas acordes a la crisis sanitaria como la distancia mínima de dos metros entre mesa y mesa y el uso obligatorio de tapabocas.

En el transcurso de estos días la realidad ha ido muy por fuera de lo establecido en las medidas. Las redes sociales se llenaron de fotos de bares con gente amontonada que se contraponía simbólicamente con otro día con récord de casos de Covid-19. Es innegable el debate político e ideológico que se presenta respecto a la apertura de actividades en medio de la pandemia, pero resulta interesante también analizar este fenómeno desde una perspectiva social que deja en evidencia la falta de empatía y una clara tendencia individualista disfrazada de “libertades”.

En un contexto donde superamos día a día los 12 mil casos y las 200 muertes y donde el personal de salud se encuentra -cada vez- más colapsado, las aperturas de bares, restaurantes y cervecerías, encuentran un argumento lógico en torno a quienes manejan dichos negocios y necesitan generar ingresos para sobrevivir en plena pandemia. Aún así, las imágenes que trascendieron, e incumplen cada punto de la decisión administrativa 1600/2020, generan la sensación de un “descuido” que no puede tener otra consecuencia que no sea un aumento en los contagios.

El jefe de gobierno porteño, quien el jueves pasado -luego de anunciar que irá a la Corte Suprema ante la decisión de Alberto Fernández de quitarle 1,18 puntos de coparticipación federal a la Ciudad de Buenos Aires- se convirtió en el referente político de la oposición con un discurso cuasi presidencialista, busca “mimar” a su electorado con una política más permisiva.

 Ahora bien, más allá del valor simbólico que significa ver muchísima gente amontonada en la puerta de un bar de Recoleta mientras los médicos y los trabajadores de la salud prácticamente no dan abasto, ¿Es realmente un potencial contagio para todos aquellos que se acerquen a tomar una birra? Citando a la vicepresidenta: “Sí, absolutamente”. Fundamentalmente por la completa ruptura de las medidas de distanciamiento social que tienen un lugar clave a la hora de evitar contagios. Por otro lado, tampoco es viable tomar algo con el tapabocas puesto, por lo que aumenta -a pesar de estar al aire libre- la probabilidad de transmisión viral.

El incumplimiento de las medidas sanitarias pisa cada vez más fuerte entre los jóvenes. Sin importar partido o posición política, son ellos quienes hoy encarnan el mayor descreimiento y la falta de miedo. El discurso opositor o “anticuarentena” caló muy hondo y, resguardados en el bajo impacto que tiene la enfermedad para ellos, comenzó a estimular el individualismo y la falta de empatía, aún en los más progresistas. La lejanía con los más vulnerables o damnificados por el virus parece descansar, nada más y nada menos, que en una cuestión de clase. Los privilegios de tener una obra social y un respirador al alcance de la mano nublan la visión de algunos que con fervor a intentan diferenciarse de otros: los que se pueden divertir y los que no.

Pero ¿qué pasó para que esto suceda? Daniel Feierstein, sociólogo e investigador del CONICET, lo resume como negación y proyección. La flexibilización de las actividades y del discurso oficial aceleran estos procesos/estas creencias/estos discursos.“Para alguien en estado de negación, decirle que vamos mejor, que abrimos actividades y que no habrá colapso es el mejor modo de lograr que ratifiquen la negación. No estamos comprendiendo lo que pasa, cuanto menos a nivel de los comportamientos sociales”, asegura el sociólogo. 

No se trata de tomar una posición moralista o situarse como voz autorizada. Hay quienes -lamentablemente- han decidido desde un principio militar contra la cuarentena, hay quienes la han respetado a rajatabla (el mayor de los reconocimientos hacia ellos) y hay quienes han sido más permisivos. Lo que resulta fundamental es reconocer las preeminencias que cada cual posee y dar lugar a la autocrítica y a la corrección para no caer en la hipocresía. Mientras algunos gobernantes sigan promoviendo aperturas inconscientes que distan en absoluto con la realidad sanitaria, el botón rojo de Alberto Fernández será cada vez menos viable. No sólo por la regresión que generará en el ciclo productivo, sino también, por el costo político que ello implica. Por lo tanto, los cuidados quedarán más sujetos a la ciudadanía y cada cual será responsable del destino de los otros.