En 1666, cuando Sor Juana Inés de la Cruz cumplía quince, Isaac Newton descubría la dispersión de la luz y Leibniz publicaba su Disertación acerca del arte combinatorio, Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV, creaba la Academia de Ciencias de Francia para “animar y proteger el espíritu de la investigación y contribuir al progreso de la ciencia y sus aplicaciones”. A 355 años de su fundación, la entidad que integrarían nada menos que Descartes, Pascal, Pierre de Fermat, Pasteur y tantos otros de los más destacados nombres de la ciencia mundial, incorporará ahora al biólogo molecular Alberto Kornblihtt, un referente de la ciencia local en el mundo. Kornblihtt es el cuarto argentino que formará parte de la venerable institución francesa después de Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y, en la actualidad, la ecóloga cordobesa Sandra Díaz.
“La verdad es que me puso muy contento –cuenta el investigador, recluido en su casa por ser contacto estrecho–. Estaba en Uruguay y recibí un email a las seis de la mañana [del biólogo molecular y genetista Jean-Marc Egly, que lo había presentado]–. Lo llamé y estaba más entusiasmado que yo, porque me contó que había sido una elección muy peleada. En la sección que me correspondía había cuatro vacantes para extranjeros, y uno de los candidatos era Premio Nobel”.
Desde 2000, la Academia de Ciencias de Francia tiene 277 integrantes, 105 asociados extranjeros y 65 miembros correspondientes que se cuentan entre los científicos más eminentes del mundo.
“En la sección biología molecular y genética hay 15 extranjeros –cuenta Kornblihtt–. Me da escalofríos estar entre ellos, me siento muy honrado. Especialmente porque significa que para otros el trabajo que hemos hecho tiene algún valor”.
Alberto Kornblihtt es desde hace décadas una figura central de la ciencia nacional. Como docente de biología, dio durante 35 años una de las materias introductorias a la carrera y formó a miles de alumnos. Como investigador, ganó importantes subsidios internacionales, fue el primer revisor de la revista Science al Sur del Ecuador, investigó y publicó en las más prestigiosas revistas sobre splicing alternativo (los mecanismos de regulación que permiten que un gen codifique la síntesis de diferentes proteínas). Pero se hizo conocido para el gran público cuando fue invitado a exponer acerca de los aspectos científicos involucrados en la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo y su respuesta a la senadora Silvia Elías de Pérez se ”viralizó”: “No, no está bien, está mal”.
Multipremiado internacionalmente (International Research Scholar del Howard Hughes Medical Institute, miembro del Comité de Ética en la Ciencia y la Tecnología de la revista Science, Medalla Konex de Platino, Premio Houssay, Investigador de la Nación 2010, miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y de la Argentina, premiado por la Academia de Ciencias del Tercer Mundo, entre otros) confiesa que se deslumbró con la biología cuando en cuarto año del Colegio Nacional de Buenos Aires conoció a Rosa Guaglianone, la profesora de botánica. “Fue un descubrimiento, una pasión, un enamoramiento con la química, con las células, con los genes. A los 16 años me dije: ‘Quiero seguir Ciencias Biológicas en Exactas’", comenta.
Descendiente de una familia de docentes (padre, ingeniero civil, también profesor de matemática; madre, profesora de geografía en el Joaquín V. González, habilitada para dar clases de castellano y literatura; hermana y tíos, maestros), Kornblihtt no rehúye la participación en la escena mediática para atacar mitos y malentendidos que circulan en torno de los genes, su importancia en la determinación de la inteligencia y el comportamiento, los peligros que pueden derivarse de su manipulación y la trascendencia social de este (des)conocimiento. Es autor de La humanidad del genoma (Siglo XXI) y la autobiografía No, no está bien, está mal. Una pasión argentina por la ciencia (y por el arte y la política) (Penguin).
Nombrado profesor emérito de la UBA hace tres semanas, se acaba de jubilar y pasó a ser investigador superior contratado del Conicet. También acaba de dejar su puesto como director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (Ifibyne), que debe ser desempeñado por un científico en actividad, pero continúa produciendo ciencia con el entusiasmo de siempre. “Sigo haciendo investigación, tengo mi grupo, mi oficina, mis becarios, mis subsidios internacionales –cuenta–. En este momento, estamos peleando un paper importante y haciendo los experimentos para la revisión, pero ya no estoy más a cargo de la materia, porque después de 35 años no quiero ocuparme ni de los parciales, ni de los finales, ni de las reuniones de cátedra, pero acepto todas las [clases] teóricas que me inviten a dar”.
También espera concluir su período en el Directorio del Conicet mientras va dando rienda suelta a sus otras pasiones. “Este año, durante la pandemia, aproveché para hacer un curso de apreciación musical con Pablo Kohan –cuenta–. Aprendí mucho de Mozart, de Stravinsky, de Beethoven, cosas que yo amaba y sabía, pero no tenía formalizadas. A mí, así como me gusta enseñar, me gusta aprender. De modo que no, no siento que ni la jubilación ni esto sean el fin de nada, sino que es el comienzo de otra modalidad, quizás con menos responsabilidades burocráticas, pero con igual intensidad y pasión por la ciencia”.
Su designación, firmada por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se oficializó hoy y la ceremonia de incorporación será el 17 de junio, en París. “Si me hubieras preguntado a los 18, cuando decidí seguir Biología en Exactas, que Iba a vivir todo esto, te hubiera dicho ‘jamás’. Nunca imaginé que me iban a tocar estas cosas”, se sincera.