De chico, lo fascinaba el mundo natural. Se recibió de técnico químico en la ORT. Es magister en neurofisiología y doctor en neurociencias por la Universidad de Buenos Aires. Hace una década y media, cuando estaba haciendo sus primeras armas como investigador, pasó de trabajar en roedores a estudiar lo que algunos llaman el objeto más complejo del universo, el cerebro humano. Y, dentro de esa área, a buscar la “piedra filosofal” de la ciencia actual: cómo surge la conciencia de esa masa blanquecina que se aloja en nuestros cráneos. "Contestar esa pregunta es fundamental, porque sin conciencia no hay mundo, no hay yo, no hay nada", dijo alguna vez Anil Seth, codirector del Centro Sackler para Estudios de la Conciencia de la Universidad de Sussex, en Gran Bretaña.
Desde entonces, Tristán Bekinschtein desarrolló una carrera fulgurante y se convirtió en uno de los nombres más destacados en su campo. En la actualidad es profesor titular de la Universidad de Cambridge, donde dirige el Laboratorio de Conciencia y Cognición, y fellow del Turing Institute. De paso por Buenos Aires para visitar a la familia, habló con eldestapeweb.com sobre los últimos avances en este tema.
–¿Estamos más cerca de definir qué es la conciencia?
–No… creo que es al revés. Como suele ocurrir en las disciplinas jóvenes, uno va abriendo campos, encuentra mejores definiciones de posibles mecanismos, pero a su vez van surgiendo nuevas preguntas. Sí podemos decir con cierta confianza qué es la conciencia. Uno avanza en áreas que al principio parecían improbables, tenemos toda una serie de experimentos relacionados con la fenomenología, la experiencia de qué significa estar consciente o si alguien se encuentra en un estado alterado de conciencia. Es lo más difícil de definir: qué es lo que estás sintiendo y lo que estás pensando y cómo se captura eso desde el punto de vista científico. Sabemos muy bien qué es la conciencia desde el punto de vista clínico. Hace muchos años que el anestesista define si la persona está consciente o inconsciente. No hay medias tintas en la clínica. Pero hay una mística innecesaria con respecto a qué es la conciencia, a diferencia de lo que ocurre con la memoria, la atención o el lenguaje. Hay que dejar de pensar que la conciencia es insondable, sino nunca podremos contestar esa pregunta. Es otro estado de procesos cognitivos y nada más. Soy muy estricto en ese aspecto. Realmente me preocupa que le den más a la conciencia de lo que se merece.
–Hay varias teorías. Algunos dicen que la conciencia surge de la interconexión de múltiples áreas del cerebro, otros que es un "cambio de estado" del sistema, como el pasaje del agua líquida al hielo… ¿Alguna te parece más promisoria que las otras?
–Unas implican un salto conceptual, otras son más prácticas. Las teorías de integración de la conciencia son puramente prácticas, conceptualmente no avanzan mucho. Dicen “algo es especial (en este caso, consciente) cuando tiene una determinada configuración que otras cosas no tienen”. Lo cual está bien, pero tiene poco vuelo teórico, filosófico. Definimos que alguien está consciente, vemos qué pasa y observamos un sistema complejo que resuena de una manera determinada. Eso no es un avance conceptual, pero sí puede ayudar a caracterizar aquello que nosotros suponemos que es estar consciente. En mi caso, en los últimos años entendí esas teorías y las uso en términos prácticos, pero tengo un enfoque diferente. La diferencia entre esas teorías es muy clara: en unas casi no importa el cerebro, cualquier sistema complejo podría ser consciente si resuena de una manera particular ; las otras se centran en cómo el sistema recibe información y la captura de un modo que resuena de una forma particular, con las condiciones de contorno y la neuroanatomía de un cerebro.
–¿En algún caso podría concebirse que algún día las máquinas tendrán conciencia?
–La evidencia es que las máquinas, si llegan a estar conscientes, no será porque resuenen de manera parecida a un cerebro. No se parecen a un cerebro y no están inspiradas en su neuroanatomía. La inteligencia artificial es artificial, no se está aproximando a la inteligencia natural. De hecho, nos estamos alejando.
–¿Por qué?
–Porque la investigación está resolviendo cuestiones funcionales, no se está inspirado en cómo funciona un cerebro. Tal vez algún día se podrá decir que una máquina está consciente en ciertas condiciones particulares: si puede resolver tantos problemas, si dice que “siente” algo, si se logra que tenga empatía… Pero no va a ser como un cerebro. No funciona como uno ni en términos de conexiones, ni por cómo maneja la información.
–Sin embargo, se usa usualmente el término “el cerebro de la computadora” y en los últimos años se dieron a conocer noticias de máquinas que superan al campeón mundial de ajedrez, que se enseñan a sí mismas a jugar al Go y vencen al mejor jugador de la especialidad o que son capaces de revisar miles de trabajos de biología y hacer descubrimientos…
–Precisamente, esas son cosas que las personas no podemos hacer, porque funcionamos distinto. Y las máquinas todavía no pueden hacer lo que hacemos nosotros, porque lo hacen de otra manera. Hasta que las máquinas obedezcan las leyes de la evolución no podrán pensar como nosotros. Por ahí resuelven cosas que desde afuera nos hagan pensar que están conscientes, pero eso no significa que lo harán como nosotros. La flexibilidad cognitiva, la creatividad, darse cuenta de cosas sin saberlo, relacionarse con los objetos y con otros seres vivos de maneras específicas, eso puede ser la conciencia. Las máquinas hacen cosas más rápido y mejor que los humanos hace muchísimo tiempo, pero hay otras que todavía no hacen. La eficiencia no es la conciencia.
–Lo que está claro es que no hay un “lugar” en el cerebro donde esté ubicada la conciencia y tampoco se puede explicar cómo surgen las ideas….
–Como siempre, vamos aprendiendo a hacer mejores preguntas. Preguntar dónde está la conciencia ya sabemos que no sirve, porque no está en un lugar. Preguntar cómo surge es una pregunta mejor, por eso [Stanislas] Dehaene tuvo tanto éxito, porque fue la pregunta que usó [para sus estudios], mucho más específica y concreta para resolver problemas… De dónde vienen las ideas es una buena pregunta, pero no está muy bien formulada. Hay que definir a qué nos referimos con “ideas”, con “surgir”. Tenemos que afinar el lápiz en términos de hipótesis sobre qué estamos preguntando realmente.
–Según la revista Science, uno de los avances del año es el uso de psicodélicos (como el LSD) para tratar el stress postraumático. ¿Qué le hacen estas sustancias a nuestra conciencia?
–Producen una experiencia parecida a otras poco clásicas, como la de ciertas personas con epilepsia o con psicosis, o alguien que juega y se queda hipóxico (con bajos niveles de oxígeno en la sangre). Es una via farmacológica para tener estados alterados de conciencia sin tener que hacer nada especial.
–¿Son similares a los que se producen durante el sueño?
–Para mí hay grandes diferencias. Si bien algunos son más parecidas a ciertos contenidos oníricos, otros son muy diferentes de los que se puede tener incluso en los sueños más locos. Por ejemplo, cuando uno siente que se fusiona con el universo o (para los creyentes) que conocen a Dios. Ese tipo de cosas es muy raro que se den espontáneamente y con los psicodélicos es bastante más común.
–¿Cuántos estados de conciencia se conocen?
–Si los pensamos como niveles, uno puede pensar que en el sueño hay cuatro o cinco: estar medio dormido y medio despierto, en sueño liviano, profundo, en REM (que es cuando se producen los sueños más vívidos), con somnolencia, justo antes de despertarte, y la vigilia. Ya ahí tenés varios que experimentás todos los días. Si le sumás todos los producidos por fármacos, se agregan un montón. Incluso los anestésicos generan distintos estados de conciencia. Tenemos que dejar de simplificar los estados de conciencia a dos alternativas (consciente o inconsciente) y darles la variabilidad que se merecen.
–Justamente se acaba de publicar también en Science un trabajo que postula que cuando uno está un poco despierto y un poco dormido, es más creativo. Hace referencia a Edison, que dijo que las mejores ideas se le ocurrían cuando estaba por dormir la siesta. ¿Es posible que ése sea el momento en el que nuestra creatividad es más libre?
–Es posible generar estados alterados que te permitan resolver problemas de manera menos obvia o clásica. El de la siesta es, en principio, favorable. Y no era solo Edison sino que hubo muchos científicos que decían que las soluciones a los problemas se les aparecían en los sueños o en la transición entre la vigilia y el sueño. Hay un poco de simplificación en esto, pero es cierto que uno se puede entrenar en resolver problemas en el momento en que tiene menos control de lo que está pensando. Aparecen cosas de tu memoria o de tu percepción interna de manera menos controlada. En la siesta, uno no atraviesa todos los niveles de profundidad del sueño, se queda en uno más cercano a la vigilia. Entonces puede ser que la somnolencia o la niebla de la conciencia esté más a flor de piel. Puede ser que te quedes ahí como caminando en la niebla de la conciencia; en cambio, a la noche, cuando estás más cansado, ese momento es más corto.
–¿Es cierto, como a veces se sostiene, que la mayor parte de los procesos cerebrales son inconscientes?
–¿Por qué? No… Vos y yo somos conscientes de lo que estamos hablando. Que muchos procesos se resuelven de forma inconsciente, puede ser. Pero la vida es fundamentalmente consciente hasta que te quedás dormido. Y ahí parece ser inconsciente hasta que empezás a soñar y pasás a otro estado de conciencia. Yo diría que la vida es, excepto unas cinco o seis horas, fundamentalmente consciente. Hay decisiones que tomamos antes de darnos cuenta, pero en el momento en que tomamos conciencia tenemos la posibilidad, la flexibilidad cognitiva de frenarlas y tomar otras.
–El conocimiento creciente sobre los estados de conciencia arrojó herramientas útiles para diferenciar, por ejemplo, el estado vegetativo del de mínima conciencia en la clínica?
–A lo largo de los últimos 15 años, se desarrollaron varios métodos que, combinados, te permiten comprobar con cierta confianza si una persona está inconsciente, vegetativa o tiene islas de conciencia. Al principio, las técnicas que se empleaban (esencialmente, la resonancia magnética), pero luego se fueron transformando en portátiles. Como la encefalografía, que se puede realizar en la casa del paciente, electromiografía y otras. Se avanzó muchísimo en técnicas de diagnóstico y de pronóstico.
–¿Cuáles, según tu opinión, son las preguntas que deberían atacarse en los próximos diez años?
–Son esencialmente siempre las mismas, pero tenemos que ver cómo las planteamos en detalle. La central es ¿cuál es el código del cerebro para entender procesos cognitivos complejos, como la conciencia, la memoria, el lenguaje? Ahora, cada un número de años cambia la forma en que la hacemos. Lo mismo sucedió con el código de la vida. En 1953 se descubrió la estructura del ADN y se pudo responder cómo se forman las moléculas de la vida. Pero todavía estamos lejos de entender cuál es el código del cerebro. No porque no tengamos las capacidades técnicas, tal vez las tengamos, pero pareciera que todavía no nos aproximamos a hacer la pregunta correcta.