Hace unos 130 millones de años, la costa del Océano Pacífico llegaba hasta el noroeste de la Provincia de Neuquén. Donde hoy se encuentra el Cerro Rayoso, al este de la Ruta 40, entre las ciudades de Chos Malal y Las Lajas, cerca del Río Neuquén, tres investigadores argentinos hicieron un hallazgo extremadamente inusual, tanto, que es el primero documentado en el mundo: las huellas fosilizadas que dejaron un grupo de saurópodos (dinosaurios herbívoros) que literalmente "patinaban" sobre un suelo resbaladizo.
“Es una instantánea de algo que ocurrió durante no más de 20 días hace 130 millones de años –subraya Pablo Pazos, director del Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (de la UBA y el Conicet), que las encontró en 2010–. Se trata del primer registro geológico de patinadas de dinosaurios, no hay otro previo en ninguna parte del mundo”.
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Hace más de una década, Pazos estaba trabajando con Diana Fernández en su tesis doctoral, que trató sobre huellas de unos artrópodos, también halladas en esa zona y conocidos como “cangrejos cacerola”, cuando divisó éstas. Le llamaron tanto la atención, que las presentó en el Congreso Mundial de Limnología [disciplina que estudia los sistemas acuáticos continentales] de 2012 y, al ver que no eran las pisadas típicas, colegas le sugirieron que controlara su extraña morfología. Pero allí quedaron hasta que, durante la pandemia e impedidos de hacer salidas al campo, Arturo Heredia, becario posdoctoral, pudo abocarse al tema. El resultado de este análisis que ofrece una ventana a un mundo extinguido, un instante preciso en la vida de esos animales y de su entorno previo al surgimiento de la Cordillera de los Andes, se publica en la revista Geological Society of London Special Publication (https://doi.org/10.1144/SP522-2021-136).
En total, identificaron 23 huellas, muchas elongadas (considerablemente más largas que anchas), la mayoría con ‘rebarbas’ en los bordes como las que se forman cuando caminamos sobre el barro, explica Heredia en una comunicación del Conicet.
Los científicos las atribuyen a saurópodos, que llegaron a ser los vertebrados terrestres más grandes que hayan existido y dominaron los ecosistemas terrestres durante un lapso mayor a 140 millones de años. Presentaban un característico cuello largo, cabeza pequeña, cola larga y patas columnares como las de un elefante. Se estima que los de mayor tamaño podrían haber alcanzado los 40 metros de longitud y las 70 toneladas. Pero las huellas descubiertas en Neuquén parecen corresponder a animales de menor tamaño.
“Confirmar que esas marcas pertenecen a dinosaurios es complicado –explica Pazos–, porque la interpretación siempre se hace a partir de huellas prototípicas, y ésas son ’aberrantes’, anómalas. Lo que se ve enseguida es que está modificada la relación ancho/largo, porque al patinar, la huella es extremadamente larga respecto del ancho. Eso ya es un problema grave para clasificarlas. Pero uno sabe con seguridad que no son de dinosaurios carnívoros, porque no se advierten los tres dedos”.
La deformación que sufrieron las huellas también complica inferir el peso y tamaño de los animales. “Para hacer una buena estimación, uno necesita tener pisadas que permitan entender la posición de la cadera, la altura, la distancia entre ambas patas. Estas pertenecen a animales que se están moviendo como pueden, pero la comparación con las que se conocen de dinosaurios de tamaño medio permite pensar que se trata de especímenes más pequeños”, agrega Pazos.
Lo que sí surge a la vista del ojo entrenado de los científicos es que ese sitio era un ambiente marino. Los saurópodos deben haber pisoteado una superficie resbaladiza cubierta por un tapete microbiano que a su vez habría favorecido la preservación de su paso.
“Uno se tiene que preguntar por qué patinaron –reflexiona Pazos–. Podría pensarse que había barro con una determinada distribución de arcilla. Nosotros pensamos que allí había matas microbianas (como lo que suele formarse al lado de una pileta, el ‘verdín’), que se entrelazan y generan una malla en el sedimento que lo hace resbaladizo, pero a la vez resistente. Si ese suelo no hubiera tenido esas formaciones, cualquier animal que caminara por arriba se hubiera hundido. Esas matas microbianas ejercieron un doble efecto con respecto a las huellas: por un lado, de preservación atípica y por el otro, de conservación, porque una vez que los animales les pasan por encima, se recuperan sin perder la morfología. Todo lo que está cubierto por ellas queda automáticamente ‘fosilizado’”.
El geólogo explica que en la zona estudiada se detectaron abundantes registros de actividad microbiana tanto dentro como fuera del canal de marea, una característica de climas cálidos, y también de polen de coníferas araucariáceas y otras plantas, además de esporas de helechos y marcas fosilizadas de bivalvos (antepasados de mejillones, almejas y otros organismos marinos).
“Tanto en el caso de las huellas de los ’camgrejos cacerola’ como en el de los saurópodos, la presencia de matas microbianas habría sido un factor importante que facilitó la muy buena preservación y nos permitió revelar información novedosa sobre la fauna y hábitat de ese pasado tan remoto”, afirma Fernández en el comunicado del Conicet.
Y concluye Pazos: “Es importante rescatar que en esta unidad no se encontraron nunca huesos de dinosaurios, porque el ambiente es muy oxidante, por lo cual la limnología [disciplina que estudia los sistemas acuáticos continentales] es la que permite obtener esta instantánea. Las huellas son una forma de entender la existencia de una fauna que no sería posible si solamente se trabajara con restos óseos. Este estudio es un ejemplo indiscutible de la interacción indispensable entre la paleontología y la geología, una mirada holística poco frecuente. Esto es un trabajo en conjunto, en equipo, donde cada uno aportó su mirada para que salga completo”.