Las 16 naturalistas que abrieron caminos en el Museo Argentino de Ciencias Naturales

Navegaron por los mares australes, palearon nieve en la Antártida, picaron rocas en busca de fósiles, convivieron con arañas y se enfrentaron con tiburones; un libro escrito por ocho investigadoras recupera la historia de mujeres que desafiaron estereotipos

16 de septiembre, 2024 | 00.05

Aunque realizaron una tarea valiosa e incansable, algunas hasta una edad avanzada, sus nombres son desconocidos para los no iniciados e incluso para científicos de otras áreas. Pero tras una investigación laboriosa, ya que se carecía de registros ordenados y de algunas fue imposible localizar familiares o descendientes, un libro escrito por ocho científicas y técnicas del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN) recupera del olvido las vidas de 16 pioneras de estas disciplinas. Se trata de Naturalistas. Historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes, editado por El Ateneo, que este viernes se presentó en el museo al que todas ellas ofrecieron su capacidad, pasión y perseverancia; muchas veces, teniendo que optar entre la familia y la vocación.  

Carmen Pujals, estudiaba algas, Elena Dolores Martínez Fonte, invertebrados marinos, Irene Bernasconi, estrellas de mar y María Adela Daría, bacterias. El 7 de noviembre de 1968 partieron desde Buenos Aires en el ARA Bahía Aguirre, buque carguero de la marina de guerra, con destino al destacamento naval Melchior, en la Isla del Observatorio, para participar como integrantes de la expedición del Museo a la Antártida. Era la primera vez que la dotación incluía mujeres en la partida. Elena tenía 53 años, Adela, 56; Carmen, 52 e Irene, 72. Palearon nieve, recorrieron casi 1000 km de costas tomando muestras y hasta se las arreglaron para armar un arbolito de navidad en la base y se ocuparon de que todos recibieran un regalo. “Las cuatro de Melchior”, como más tarde se las conocería, atravesaron barreras que hasta ese momento ninguna mujer había superado y dejaron su huella en los hielos antárticos. 

"Las cuatro de Melchior

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Elvira Siccardi y Noemí Cattoi se internaron en territorios impensados en el Siglo XX para las mujeres. Elvira, que en 1934 comenzó a trabajar ad honorem en el área de ictiología del museo, se dedicó a los tiburones. Describió por primera vez en un minucioso trabajo de 59 páginas la anatomía del tiburón peregrino, el segundo por su tamaño solo superado por el tiburón ballena. Noemí, que además de su vocación científica era una apasionada de la música, fue la primera paleontóloga del Conicet, organismo al que ingresó en 1961, a tres años de su creación. 

Cabeza de carancho, por Angela Vezzetti

Carlota Carl de Donterberg, Gabriela Hässel de Menéndez y Evangelina Sánchez se especializaron en distintas ramas de la botánica. Carlota fue jefa de Botánica del museo en 1934 y se convirtió así en la primera mujer en haber sido designada para una jefatura en ese ámbito, donde trabajó durante 50 años, incluso después de jubilarse, y donde se destacó por la conservación y el manejo de su herbario. Gabriela fue una de solo tres mujeres (entre 20 varones) que iniciaron la carrera de geología en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, en 1946. Fue parte del primer grupo de becarios del Conicet y se convirtió en una especialista de trascendencia mundial en el estudio de plantas “hepáticas”, un grupo de organismos que conforman bosques en miniatura a ras del suelo en lugares húmedos y sombríos. Después de iniciarse realizando tareas ad honorem, Evangelina obtuvo su doctorado y se dedicó al estudio de las gramíneas, un grupo de plantas que incluye pastos, cereales y cañas, y de la Ephedra, un espécimen sin flor que prolifera en ambientes áridos, hasta que, en los años ochenta y tras la muerte de su marido y compañero de aventuras, sus hijos emigraron a los Estados Unidos y Canadá.

"Las cuatro de Melchior", las primeras mujeres que participaron en una expedición del Museo Argentino de Ciencias Naturales a la Antártida

Elena Nocuhet, Claudina Abella de López, Ángela Vezzetti y María Luisa Marín fueron artistas que pusieron su talento al servicio de la ciencia. Elena, profesora superior de pintura por la Escuela de Bellas Artes, realizó meticulosas ilustraciones de peces. Los pintaba en acuarela registrando cada uno de sus detalles y logró diseños notablemente realistas, con un rigor increíble. Fue una de las primeras mujeres artistas que trabajaron en el dibujo científico de los peces argentinos. Nacida a principios del Siglo XX, Claudina, también graduada en la Academia Nacional de Bellas Artes, fue una apasionada amante de la naturaleza que sorprendió en su vida profesional y personal. A los 41 años y a menos de un año de haberlo conocido, se casó con el ictiólogo Rogelio López, trece años menor, algo muy poco usual para la época, y compartió con él una vida consagrada a viajar y explorar el mundo visitando museos, acuarios, colecciones de arte y todo lo que tuviera que ver con los peces. Participó en campañas del museo para recolectar ejemplares, contribuyó al conocimiento del mundo natural y alertó sobre el cuidado del ambiente y, en especial, de la vida acuática. Además, introdujo innovaciones en la forma de exhibir los ejemplares para que se vean cómo son en realidad, y en relación con sus congéneres y otras especies, presentándolos en “dioramas” [en grupos dentro de una escenografía]. Siguió yendo al museo hasta los 79 años. Ángela, además de una importante vida artística, trabajó en el museo entre 1947 y 1949, dos años a lo largo de los cuales se destacó por sus alrededor de 40 ilustraciones de aves taxidermizadas. María Luisa trabajó con carbonilla, óleo e incluso grabado, y durante varios años se ganó la vida pintando letreros para una empresa de lámparas. A principios de 1970 se incorporó al museo, donde pintó y dibujó caracoles, gusanos, esponjas y estrellas de mar. En sus ilustraciones utilizaba marcadores de distintos grosores con los que lograba un realismo asombroso. 

Angela Vezzetti, ilustradora científica

Rita Schiapelli, Berta Gerschman y María Elena Galiano dedicaron su vida a comprender esas criaturas que generan fascinación y terror por igual: las arañas. “En su trabajo cotidiano (…) ellas tres tejieron las bases de una red de conocimiento que perdura y sigue creciendo”, escriben las autoras. Rita y Berta conformaron un equipo increíblemente exitoso: compartieron estudio, trabajo, viajes y hasta el sueldo y la autoría de trabajos científicos sin que nunca se les conociera conflicto alguno. Incluso murieron una a los seis meses de la otra. Desde 1929, Rita y Berta dibujaron, ordenaron y catalogaron una infinidad de especímenes que fueron conformando una nueva colección del museo. Ambas con la misma formación, Rita asistía los lunes, martes y miércoles, y Berta los días restantes. Las llamaron las Lennon y McCartney de la aracnología rioplatense y fueron las primeras especialistas en su tema de América del Sur. Se dedicaron a estudiar fundamentalmente las tarántulas o “arañas pollito”, que a pesar de tener una apariencia temible, son inofensivas para el ser humano. María Elena, docente en escuelas secundarias, llegó al museo por invitación de Irene Bernasconi. En 1961 aceptó la propuesta de armar un bioterio de arañas venenosas en el Instituto Malbrán, donde se preparaba el suero para contrarrestar su picadura. Luego organizó otro en el museo. Pasó décadas recorriendo el país en busca de animales para sus investigaciones a bordo de una estanciera IKA. Cuando en una ocasión cuestionaron su capacidad para manejarla, respondió: “Para una mujer como yo, nada es imposible”.

Elvira Siccardi, anatomista, estudió los tiburones

En el libro, las biólogas e investigadoras del Conicet, Daiana Ferraro y Laura de Cabo, vicedirectora del MACN, Laura Chornogubsky y Laura Cruz, la paleontóloga Julia D’Angelo, la bióloga Sofía d’Hiriart, la doctora en Ciencias Naturales Carolina Panti, y la técnica en conservación y restauración de bienes culturales Soledad Tancoff, profesional de apoyo del Conicet, iluminan estas vidas extraordinarias entretejiendo sus aportes científicos con las pequeñas historias cotidianas que las hacen aún más humanas. Un verdadero tesoro por descubrir. 

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